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Manifestación celebrada este jueves en Ávila para denunciar el genocidio en Palestina. EFE

Carretera Norte-Sur

Después del juicio de Núremberg, el delito de genocidio pasó a ser considerado el crimen de los crímenes

Iñaki Unzueta Alberdi

Viernes, 3 de octubre 2025, 00:03

Ocho magistrados de las cuatro potencias vencedoras en la II Guerra Mundial constituían el tribunal que en 1945 juzgó en Núremberg a los principales jerarcas ... nazis. Entre ellos, Göring, Von Ribbentrop, Hess y el que fue gobernador general de la Polonia ocupada, Hans Frank. Los fiscales les imputaron el cargo de crímenes de guerra y dos nuevos delitos que aspiraban a incorporarse al derecho internacional: «genocidio» y «crímenes contra la Humanidad».

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El tribunal fue seleccionado entre la crema y nata de la judicatura y los equipos fiscales los componían los juristas más expertos. Sin embargo, era en el 'backstage' de la sala 600 del Palacio de Justicia donde se libraba el combate que orientaría el devenir del juicio. Hersch Lauterpacht abogaba por el cargo de «crímenes contra la Humanidad» y Raphael Lemkin defendía el «genocidio». Lo curioso es que el juicio reunía a dos víctimas con su victimario, ya que las familias de Lauterpacht y Lemkin desaparecieron en los pogromos de Galitzia, donde Hans Frank era gobernador general.

El debate jurídico Lemkin-Lauterpacht presentaba, además, una vertiente sociológica y otra política. Lauterpacht, licenciado en Derecho en Viena, tuvo como profesor al eminente jurista Hans Kelsen, preocupado por la idea de control del Estado, donde los individuos gozan de derechos constitucionales inalienables. El delito de crímenes contra la Humanidad de Lauterpacht seguía la estela de Kelsen, con el acento en la protección de los individuos.

Por el contrario, el modelo polaco de Lemkin priorizaba proteger los derechos de las minorías. Obsesionado por la masacre de más de 1,2 millones de armenios asesinados, según él, por el solo hecho de ser cristianos, comenzó a recopilar decretos y ordenanzas nazis para tener evidencias irrefutables de la destrucción sistemática de las naciones que los nacionalsocialistas iban ocupando.

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En 1944 publicó 'El dominio del Eje en la Europa ocupada', en el que aparecía el término «genocidio», definido como la destrucción física y cultural de grupos étnicos, nacionales o religiosos, donde los individuos son asesinados no por su calidad de tales, sino por la mera pertenencia a los mismos. Se trataba, según Lemkin, de un crimen superior pues, al perseguir la sustitución total de la biología de un territorio, superaba a la barbarie y al simple vandalismo. Asimismo, señalaba que el genocidio era un reflejo del «militarismo nacido de la brutalidad innata del carácter racial alemán». Las críticas no se hicieron esperar. Leopold Kohr, académico austríaco, le respondió que el ataque debía dirigirse contra los nazis y no contra el pueblo alemán. Lemkin había caído en la trampa del «pensamiento biológico» que le llevaba al antigermanismo.

Por otro lado, la viabilidad jurídica del genocidio exige, además, la demostración del 'dolus specialis', la intencionalidad expresa de destrucción de un grupo. Es así como después de Núremberg se estableció una jerarquía entre los dos delitos. El delito de crímenes contra la Humanidad pasó a considerarse un mal menor y el genocidio, el crimen de los crímenes. Sin embargo, el delito de crímenes contra la Humanidad no resta gravedad a las posibles atrocidades cometidas, solo hace hincapié en la potestad del individuo. Como señala Philippe Sands en 'Calle Este-Oeste', Lauterpacht decía: «Proteged al individuo» y Lemkin: «Proteged al grupo». Como en el genocidio hay que probar el dolo, ello puede tener desafortunadas consecuencias. Si la protección de los grupos se eleva por encima de la de los individuos, puede reforzar la percepción de un 'nosotros' y un 'ellos' con sus respectivas actitudes: empatía y antipatía, confianza y sospecha, seguridad y miedo, colaboración y competencia. La tipificación de genocidio puede reforzar la identidad de grupo, el tribalismo, la hostilidad y hacer imposible la reconciliación, pues termina por reproducir las mismas condiciones que intenta superar.

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Finalmente, se explica que nacionalismo, comunitarismo y corrientes de corte organicista que anteponen a otras lealtades la lealtad a la comunidad nacional aplaudan el delito de genocidio. Pero es inexplicable el enfoque de algunas corrientes autodenominadas progresistas. Practican un reduccionismo simplificador que se desliza, en el caso de Israel, hacia el antisemitismo. La cosificación de culturas y la reificación de grupos no se enmarca en las tradiciones racionales e ilustradas. El establecimiento de límites definidos favorece la hostilidad. Un hito más que explica la indigencia teórica del presidente Sánchez y la deriva reaccionaria de la izquierda.

Como muchos pueblos de las llanuras de Galitzia, Zólkiew tenía dos calles: una discurría de este a oeste y otra de norte a sur. En 1943, 3.500 judíos de la localidad, entre ellos la familia de Lauterpacht, fueron concentrados en la calle este-oeste y conducidos hasta el 'borek', un bosquecillo cercano, donde fueron fusilados. Hoy, la muerte baila en la carretera que recorre Gaza de norte a sur convertida en el escenario del horror.

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