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Por primera vez considero válida la opción de la abstención como forma de activismo político. Harto y desilusionado de la política española. Yo también tengo ... opciones políticas, pero renuncio a ponerme de un lado para vencer al otro. Me pregunto si tratar de ser sensato sirve para avanzar. En política, ciertamente no. Si no insultas, no sales en los medios, no eres nadie. Y cuanto más daño y provocación trates de hacer con tus expresiones, mayores posibilidades de aglutinar a medio país y de ser detestado por la otra mitad.
Muchos dirigentes políticos vinculan su éxito al daño que causen al rival en lugar de centrarse en su gestión. En sociedades polarizadas como la española solo vale vencer. En la contienda electoral, que es lo único en lo que se piensa, de nada sirve el balance de gestión, solo sirve la derrota del adversario y el rédito de una buena campaña. Y para eso una buena difamación del enemigo es la mejor herramienta. Porque, antes de empezar, hay que situar al adversario en terreno enemigo, como en la guerra. Un buen corte de voz y texto es suficiente.
La 'nuevalengua' de G. Orwell en '1984' ya se inventó hace mucho por los regímenes totalitarios para modelar el pensamiento de los ciudadanos. Ya no importan ni los países ni las ideologías de quienes lo utilizan con tal de que los ciudadanos adocenados reciban consignas que encubran objetivos o 'doblepiensas', en dos palabras, para producir una perversión de la capacidad de razonar: «el transfuguismo es un servicio al país», «hay que elegir entre comunismo y libertad». Y otra perla: «Yo no quiero para Madrid lo que los socios del entorno de ETA o los independentistas quieren. No quiero que en Madrid se quemen calles, que se destruya el empleo, ni las algaradas y las revoluciones que están provocando los socios de Iglesias».
Nuestra doliente democracia ha hecho suyos estos instrumentos. Y esto no es democracia: es populismo y serio riesgo de involución. También llamar asesino y delincuente al mayor partido de la oposición solo aporta más crispación y brecha al buen hacer político.
¿Somos idiotas los ciudadanos? No. Pero cuanto más adoctrinados, mediocres y menos duchos estemos en asuntos que nos afectan, mejor para quienes difaman utilizando un lenguaje simple pero perverso, porque con una frase manipulan la realidad y se ganan a muchas personas sin excesivo criterio personal. La triste gran política en España alimenta prejuicios simplones y duales, o estás conmigo o están contra ti. Y así se ganan unas elecciones en un país poco formado y dado a tópicos generados para su adocenamiento. Lo siento si ofendo, pero me siento insultado con el conjunto de ciudadanos que sufrimos a diario a los líderes políticos en el circo de la corte madrileña.
He tenido experiencia de Gobierno y he acudido a muchas sesiones del Parlamento vasco. He vivido en primera persona -así lo he sentido al menos- mucha hipocresía parlamentaria magnificando las diferencias en la arena mediática, pero reconociendo en la cercanía personal los límites de la política que estrechan el margen de actuación, desde el Gobierno y desde la oposición. Pero ni el Gobierno de coalición dirime sus diferencias semanalmente en los medios ni la política vasca está instalada en la infamia del otro. Echo en falta mayor empatía entre partidos y creo que estamos instalados en un cierto autismo, pero no repicamos los males que aquejan a Madrid y buena parte de España. Mantenemos formas, y en general, también fondos. Y, cuando divergimos, lo hacemos con la debida cortesía. ¡Qué menos!, pero ¡qué bien!
Pocas veces son noticia los problemas que realmente aquejan a los ciudadanos: las consecuencias de la deficiente gestión de muchos servicios públicos, los teléfonos que no atienden, las colas de espera o los intrincados sistemas informáticos que ni funcionan ni están pensados para nuestras cualificaciones digitales. El retraso de la atención en ayudas sociales, la limpieza de los barrios, los muchos y muy indecentes salarios, la asistencia sanitaria retrasada, y una larga lista de preocupaciones diarias. Y cuando un diputado las pone de manifiesto, otro le dice que «vaya al médico». No puede ser, la política no puede estar al servicio de los egos personales, de tribuna para la difamación del oponente, ni para convertir cuestiones irrelevantes en el centro del debate. Y, mientras tanto, una pandemia visita nuestras vidas y nos provoca desazón, desolación y dolor.
Para qué pensar y escribir sobre política. Uno tiene ganas de desentenderse de todo, encerrarse en los círculos cercanos, en la familia, en el trabajo, en la lectura y en la ONG que de verdad ayuda a los excluidos de la tierra. Y aparcar la cosa pública. Total, un buen difamador siempre puede vencer con una gran impostura.
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