Saltar la valla
Los que están al otro lado del Estrecho de Gibraltar tampoco están de acuerdo: unos discuten la manera de entrar y otros la de salir. En la intrusión masiva y violenta lo primero que se pierde son los buenos modales, que se sustituyen por la cal viva y los lanzallamas caseros. Las detenciones se producen sólo unos días después de que el Ministerio de Interior volviera a poner en circulación el acuerdo, que cumple veinte años, para devolver a Marruecos a otros 116 subsaharianos. En los días claros, que siempre son los de la infancia, veíamos desde el morro, a los pies de la Farola, las costas de Ceuta. Ha pasado mucho tiempo, pero la geografía se mueve más despacio que la historia.
Lo que más nos desasosiega ahora es el desalojo del general de la más alta graduación, que sigue en el Valle de los Caídos. Desalojarlo es el gran problema, aumentado por los choques de Quim Torra con los criterios de parte de la Generalitat. La política española tiene color amarillo, pero el objetivo sigue siendo saltar la valla, a ser posible sin romperse ningún hueso. Ni siquiera los que pertenecen a la familia del llamado Generalísimo, que ahora son cuestión de familia. Lo difícil es situar a las momias, porque nunca se están quietas. La política de gestos sólo conduce a la deformación facial porque todos llegamos a creernos que somos el del espejo. Ciertamente nos parecemos mucho a él y nos seguimos pareciendo cuando nos vamos y ya no reflejan a nadie. Ni siquiera a nuestros resentimientos, que nos acompañarán siempre, porque el olvido es cosa para después y seguimos vivos.