
Teoría del sabotaje
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Puente eleva el robo de cobre en la línea de AVE a la altura de la conspiraciónUna semana después de que el gran apagón atrapase a más de treinta mil personas en los trenes de España, diez mil personas se han ... visto afectadas por un robo de cobre en la línea de AVE entre Madrid y Sevilla. La posibilidad de que alguien haya sido víctima de ambos episodios y acumule horas de oscuridad y desconcierto dentro de un tren no parece disparatada. Que el pobre ciudadano esté intentando pasar desapercibido se explica por una razón sencilla: el miedo al ministro de Transportes. Su reincidencia podría ser sospechosa a ojos de Óscar Puente, que lanzó ayer la teoría del sabotaje ferroviario («sabían lo que hacían…») para que fuese amplificada en los altavoces mediáticos e incluso ministeriales («Justo en la operación retorno del puente…»). Los puntos no son solo suspensivos: son también suspicaces. Los colocó el ministro una semana después de que el presidente del Gobierno insistiese durante el apagón en que el peligro de la desinformación se combate acudiendo a fuentes oficiales.
Saltar por encima del simple y funesto robo sirvió para que el PSOE pudiese llamar «carroñero» al PP por no condenar el sabotaje. Y para que Juan Carlos Monedero reapareciese preguntándose si están Vox y el PP detrás del sabotaje. Todo sin saber si ha habido sabotaje. O si hay, al menos, algún indicio serio. En las redes la chispa oficial ha encendido la teoría de la conspiración. Pero el principio de parsimonia invita a la calma.
El pasado 12 de mayo -y coincidiendo, no ya con un puente, sino con unas autonómicas- se organizó un caos similar en la línea de Rodalies y a los pocos días los Mossos detuvieron a tres ladrones de cobre reincidentes y al responsable de la empresa de residuos que les compró el material. Lo asombroso es que, para esquivar el desgaste relacionado con la gestión, la opción cómoda para el ministro sea sugerir que hay por ahí unos tipos saboteando infraestructuras críticas.
Y aun así nada es tan increíble como esa otra figura a la que parece aspirar el discurso oficial: el ciudadano que vuelve a quedarse atrapado a oscuras en un tren y se indigna, pero no por los servicios de los que disfruta y la atención que se le dispensa, sino por la injusticia de que haya quien intente responsabilizar al Gobierno de lo que ocurre en el país.
Rumanía
Lo de referirse a la Unión Europea como un club es una tradición cada día más difícil de explicar. Entre otras cosas, porque es raro que alguien pertenezca a un club que presume de despreciar. Es lo que hace Viktor Orbán, que es el grano antieuropeísta en Europa y está viendo como su influencia y ejemplo no deja de aumentar. Por ejemplo, en Rumanía, donde ahora puede surgirle un socio ultranacionalista y medio trumpista, otro hombre fuerte partidario de conceptos como «la verdad histórica», que ya sabemos dónde suelen acabar: atravesando fronteras ajenas. Su nombre es George Simion y ha obtenido el 40% en la primera vuelta de las presidenciales, provocando entre otras cosas la dimisión del primer ministro y la ruptura de la coalición gobernante en el país. Simion ha cogido el relevo del candidato prorruso que venció en noviembre en unas elecciones que fueron anuladas por los tribunales tras detectarse la injerencia rusa. Esa es otra: el ruidito cristalino que se escucha tras cada nueva tensión que persigue la fractura de la UE es Vladímir Putin brindando. A favor de Simion, una innegable coherencia biográfica: antes de ultra puede que en el Gobierno, fue ultra estándar: en los campos de fútbol.
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