Razones de guerra
La apelación a la complejidad antecede entre nosotros a las posiciones más violentas
Una semana después del ataque de Hamás sobre Israel, lo único que es evidente es que ningún conflicto hace saltar resortes ideológicos como el árabe- ... israelí. También a cinco mil kilómetros de Jerusalén, o sea, aquí, donde hemos visto cómo en nuestra izquierda hay quien siente más simpatía por los yihadistas que bajan de sus furgonetas para asesinar y secuestrar judíos -un pogromo grabado con smartphones- que por las mujeres que bailan libres en Tierra Santa o por los pobladores, precisamente, de un kibutz: quizá el único sueño socialista que sí ha salido bien.
A continuación vimos cómo en nuestra derecha había quienes sumaban a la santa indignación habitual la furia justiciera de Yahvé e identificaban con olfato de 'spin doctor' lo ocurrido en Oriente Próximo, no como el comienzo de un desastre incalculable, sino como la oportunidad de atizar a Pedro Sánchez. Piensa uno que el mandato mínimo debería ser el de no envilecerse. Pero cómo conseguirlo en una sociedad cada vez más polarizada e incapaz de acordar al instante que ninguna causa noble se defiende secuestrando niños. O que el castigo colectivo y el desplazamiento forzoso de la población civil son crímenes de guerra lo mismo en Ucrania que en Gaza.
Saul Bellow se preguntaba en los setenta qué «equilibrio de la razón» podía encontrar una época revolucionaria para encauzar los odios y las necesidades «infinitamente tortuosas» de Oriente Próximo. Toca adaptar la pregunta a una época populista. Yuval Noah Harari señalaba hace unos días la «corrosión» del Estado de Israel y la explicaba: Netanyahu ha alentado la división del país en beneficio propio para eternizarse en el poder con «una alianza de fanáticos mesiánicos y oportunistas sin pudor».
Mientras tanto, en nuestra discusión pública las apelaciones a la complejidad apuntalan las posiciones más simples y violentas. Funcionan como pedestales a los que subirse para aumentar la división y la falta de pudor. Sucede mientras el antisemitismo parece brotar de un pozo antiguo y oscuro en cuanto tiene oportunidad. Verlo es a su manera espectacular: entre la guerra de propaganda, los Protocolos de Sion reconvertidos en hilos y memes gracias a nuestros más concienciados tuiteros de confianza.
Coches
Quemar gas
Dos de cada tres coches que se compran en España son de segunda mano. En el País Vasco, tres de cada cuatro. Podría ser algo virtuoso: el triunfo del 'vintage' y la economía circular. Pero es algo más bien contaminante. El 56% de los coches que se compran de segunda son diésel. Y el 37% son de gasolina. Queda por ahí un 7% que probablemente la combustión interna la haga directamente con carbón, plutonio o quizá animales pequeños en peligro de extinción. Lo paradójico es que el exceso de humo está provocado indirectamente por los objetivos climáticos. Además de a causa de los precios de los coches nuevos, lo que sucede se explica por la mera duda existencial. El comprador no sabe si un híbrido o si un eléctrico, si las exigencias de Europa acelerarán o disminuirán, si las pegatinas se impondrán y si las zonas de emisiones prevalecerán… Así que se pilla un diésel baratito para seguir tirando. Y a ver qué pasa.
Cataluña
Sherpas
Los símiles de alta montaña les son queridos a los teóricos del independentismo. Ibarretxe tenía el discurso lleno de campamentos base. Y ayer Jordi Turull aseguró que en Junts no renuncian a la unilateralidad porque son «leales a la cordada de la que formó parte Companys». ¿Cómo se amnistía a quien anticipa expresamente que reincidirá si no se cumple su voluntad? Y, sobre todo, ¿no es raro que te amenace con hollar la cima legendaria el mismo montañero que baja a lomos de un sherpa del campamento ese infantil al que suben a los turistas?
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