Tintazos
A Trump y los suyos no les sirven los torpes manotazos para agitar mentiras
El hermano Bernabé, alias Carioco, uno de los maristas de mi colegio, era, dentro de la jerarquía entre aquellos curas, el de menor escalafón y ... le adjudicaban ocupaciones en consonancia. Nos daba trabajos manuales y similares. Se le ocurrió la insensata idea de que algunos días hiciésemos caligrafía con plumilla y tintero, medios con los que según él era como había que conseguir buena letra. Y claro, el tintero abierto sobre el inclinado pupitre para mojar la plumilla se volcaba con frecuencia ya fuera por accidente o acción gamberra directa. Cada clase, uno o más acabábamos castigados y con la ropa teñida de tinta. Recuerdo el comentario de mi madre, ante mis pantalones hechos un cristo, de lo escandalosa que era la tinta, aunque menos que la sangre, precisó. Ahora pienso de aquellas palabras que las manchas de tinta podrían simbolizar la cultura y las de sangre la barbarie.
En 'Muerte en Venecia' (1971), de Luchino Visconti, basada en la novela de Thomas Mann, es famoso el final con el acompañamiento de la Quinta de Mahler en que Von Aschenbach (Dirk Bogarde) muere contemplando en la playa a Tadzio, el bello adolescente que lo tiene hechizado. Al pobre compositor lo ha convencido un pícaro peluquero para maquillarlo y darle un 'tintazo' en el cabello que lo rejuvenecerá. El tinte es de mala calidad y le cae por la mejilla en una larga línea oscura mientras agoniza. Era inevitable rememorar la triste escena a cuenta de la grotesca aparición pública de Rudolph Giuliani con un derrame de tinte por las patillas aún más ostensible (qué lejos queda su talla como alcalde de Nueva York cuando el atentado de las Torres Gemelas). Cuando le sucedió el chusco percance, Giuliani, en calidad de abogado de Trump, denunciaba sin prueba alguna el fraude masivo de las elecciones. De esta manera involuntaria y risible, el letrado armonizó con su atrabiliario cliente en peculiaridades capilares y ausencia de sentido del ridículo. Aunque Giuliani hubiera hablado con la autoridad de Catón o la elocuencia de Demóstenes (que no fue el caso), sus palabras habrían quedado devaluadas por su desteñido y derretimiento ante la audiencia. Ciertamente, el papelón que representaba era para sudar tinta.
Cuando mi compañero de pupitre derramó el tintero, puse las manos a modo de imposible dique ante el avance de la tinta. El negro líquido se coló bajo mis manos y me manchó lo mismo que si no las hubiera puesto. A Trump y sus defensores la tinta bien impresa, que refrendaba la verdad, les ha resultado igual de imparable y los torpes manotazos para agitar mentiras no les han servido. Menos mal.
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