Bandas
Cuando aflora lo peor de nuestra naturaleza se trata de un fracaso de la sociedad
El desagradable asunto de las bandas juveniles y de la violencia gregaria va ganando cada vez más peso en la conciencia pública. Es un peso ... doloroso que aumenta con cada agresión, con cada muerte. Sí, estas cosas crean una gran alarma, sobre todo cuando dejan de ser hechos aislados y con la irrupción de las noticias atroces aflora una realidad mucho más extensa (pregunten a los policías que trabajan en la calle) donde la violencia es un valor positivo, un ídolo al que se rinde tributo, un modo de comunión y reconocimiento dentro de la tribu.
Son rasgos que aparecen en los grupos delincuenciales (los que habitualmente llamamos bandas) pero también en grupos de amigos que no aspiran a vivir del narco, y que, no obstante, bajo ciertas condiciones, se convierten en bandas de linchamiento. Quienes estudian la conducta humana han hablado estos días, precisamente, de los linchamientos practicados por un tercer tipo de bandas, las de chimpancés, comportamientos atroces que tienen su exacto reflejo en esa violencia extrema amparada por la absoluta superioridad numérica tal cual la hemos visto en el homicidio de Samuel Luiz y el (por el momento) intento de homicidio de Alexandru Ionita. La única diferencia es tal vez el uso del lenguaje humano en nuestra especie: «matadle, matadle», gritaban los agresores de Alexandru Ioita; «deja de grabar o te mato, maricón», le dijeron a Samuel Luiz. Yo no creo que a Luiz le llamaran «maricón» porque sabían o dejaban de saber que era homosexual, sino porque, para ellos, «maricón» era el peor insulto que podían dedicarle, lo cual es otra forma de expresar la homofobia. Esta, la homofobia, es una de las características insertas en el profundo machismo violento de las bandas.
La naturaleza y la cultura se combinan de modos diferentes para producir resultados que no se pueden entender sin tener en cuenta las dos. Los machos de chimpancé pueden saber con exactitud cuándo están ovulando las hembras, y ejercen sobre ellas un control agresivo para asegurarse la descendencia. El resultado es una tasa alta de infanticidios (los machos que han ascendido socialmente tienden a matar a los bebés, porque no son suyos) y una organización del grupo en forma de patriarcado violento. Entre los bonobos, es imposible saber cuándo una hembra puede ser fecundada. El resultado es un matriarcado pacífico y que nunca se haya visto a un macho de bonobo matando a una cría. En las sociedades humanas las relaciones entre cultura y naturaleza son más complejas. Un buen enredo.
En general, cuando aflora lo peor de nuestra naturaleza se trata de un fracaso de la sociedad que potencia culturas violentas, no de un hecho natural que condiciona directamente los roles aprendidos, compartidos y transmitidos. Lo que va mal se puede cambiar si hay voluntad de hacerlo.
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