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Cambiar los nombres para calmar emociones

Es inadmisible emprender una reforma de tanto calado como la de la prisión permanente revisable sin el consenso trasversal de los grupos parlamentarios ni la mínima justificación de la necesidad

Martes, 16 de enero 2018, 01:00

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Hace unos días me llegó una petición para que firmara un manifiesto de apoyo al mantenimiento de la pena de prisión permanente revisable, iniciativa liderada ... por la madre de las dos niñas asesinadas, hace poco más de dos años, por el padre de las pequeñas en el pueblo gallego de Moraña. Un hecho terrible que con toda justicia concita la solidaridad con esta madre. Afortunadamente, en los últimos años hemos avanzado en solidaridad con las víctimas en las muestras de apoyo espontáneo y en el despliegue de medidas legales de ayuda técnica de distintas clases, reparación, información, y asesoramiento para personación en los procesos penales. Pero la solidaridad con la petición de un castigo que sea riguroso, que yo suscribo sin duda, que exprese el repudio inequívoco del delito, que permita impedir una eventual reincidencia, no significa compartir la idea de que la prisión permanente revisable sea la pena acertada. Porque la elección de cuál es el castigo que corresponde a los crímenes más repudiables no es fácil ni está a la libre elección de lo que le gustaría a quien tiene que legislar en una sociedad democrática. Los principios constitucionales establecen límites claros: la pena de muerte y la prisión de por vida no son elecciones posibles salvo que reformemos la Constitución y abandonemos las instituciones europeas. Las penas crueles e inhumanas estás prohibidas, por más que los crímenes a los que responden lo sean en grado sumo. Este es un límite que deriva de la experiencia de la historia que nos ha llevado a anclar sobre la dignidad humana y sobre el respeto a los derechos fundamentales aquellos límites al poder, precisamente para garantizar en último término la sostenibilidad de la convivencia pese a zozobras y crisis.

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