Adiós a la autocomplacencia
El nuevo Gobierno de Iñigo Urkullu entierra la palabra autocomplacencia como cajón desastre para describir la falta de autocrítica y el conformismo que se ha ... utilizado en los últimos años contra la inacción del Ejecutivo vasco. La composición del nuevo Gobierno es sorprendentemente audaz por varios motivos.
El primero está relacionado con las expectativas de continuismo que se habían generado tras los resultados de unas elecciones que no fueron consideradas por nadie como de cambio, uno de los principales motivos de la alta abstención. La ciudadanía que votó al PNV y al PSE votaron continuidad y la campaña se articuló en la necesidad de un gobierno fuerte para seguir haciendo lo mismo.
En cambio, se produce un relevo en las dos consejerías que están en plena emergencia educativa y sanitaria y aparecen al frente dos dirigentes políticos de peso, con reputación de buenos gestores y lo que es más importante, habituados a bregar con actores con distintos intereses y con una demostrada capacidad de diálogo. Tanto Gotzone Sagardui como Jokin Bildarratz han aceptado el reto complicadísimo de recuperar la paz social perdida en la comunidad educativa y la sanitaria. Y es una forma de reconocer que se puede intentar hacerlo mejor en las dos políticas más importantes cuya competencia recae en el Gobierno autonómico.
Retirar la competencia de Medio Ambiente al consejero responsable de la gestión de la catástrofe de Zaldibar se puede considerar también como una forma de reconocer que se pueden hacer mejor las cosas y adscribirla al área de desarrollo económico es otorgarle mayor peso político a la lucha contra el cambio climático y al compromiso con esa reconstrucción en clave verde que nos pide la UE.
Por último, la decisión del socio pequeño de la coalición, el PSE, de introducir a la secretaria general del partido en la sala de mando a hacer política desde el Ejecutivo no puede ser más arriesgada. Puede ser una jugada perfecta si la popularidad del Gobierno sigue la buena racha de los últimos ocho años. Incluso le puede servir para situarse como la sucesora natural de Iñigo Urkullu para un cambio tranquilo dentro de cuatro años. Pero también puede hacerse corresponsable de los malos resultados económicos y sociales de una crisis coyuntural sobre la que cada vez hay más dudas sobre su fecha de finalización.
De cualquier forma, la complejidad de la gestión de una pandemia desconocida debería ayudarnos a respetar más esos primeros cien días de gobierno antes de valorar positiva o negativamente la acción de este Ejecutivo con importantes caras nuevas que nació de unas elecciones sin ilusión. A veces puede ser aconsejable en tiempos de tribulación hacer mudanzas. Veremos.
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