Flores de lúpulo para elaborar cerveza en la Montaña Alavesa
Paula Romero y Gonzalo Eguíluz cultivan una planta poco habitual en el País Vasco y cuyos cuidados requieren una maquinaria específica y muy cara
¿Lúpulo? ¿Por qué? Es la pregunta a la que Paula Romero y Gonzalo Eguíluz han tenido que responder una y otra vez desde que en 2019 empezaron a cultivar esta planta cuya flor es fundamental para elaborar cerveza. «Estábamos en un bar hablando de los ingredientes de la cerveza y nos animamos, queríamos ver cómo crece». Primero plantaron 20 y un año después 60 en una pequeña parcela próxima a la aldea de Quintana, en la Montaña Alavesa, perteneciente al municipio de Bernedo.
La gaditana de Ubrique Paula y Gonzalo, cuya familia procede de Quintana, tienen ahora proyectos de más calado. Cultivan ya una parcela de una hectárea y enseguida empezarán a preparar otra de las mismas dimensiones. Y después otra. Gonzalo trabaja de electricista y Paula, que fue camarera, dice que ahora es agricultora. La cosecha de aquel primer año fue «muy buena», así que se animaron. Después de varias decenas de productores entrevistados para Jantour, uno tuvo que admitir que de lúpulo, nada de nada. Ellos tampoco, admiten. Así que empezaron a preguntar. Y se fueron a León, donde se produce el 95% del lúpulo de España, donde se dieron cuenta de que el trabajo que les esperaba no sería nada sencillo.
La instalación del sistema de guías por las que trepará la planta (cerca de 200 en una hectárea) da a las huertas un aire extraño: unos postes inclinados de unos seis metros de altura unidos por alambres y cuerdas que bajan al suelo. Por ellas trepará la planta, cuyo elemento fundamental son unas raíces que se extienden en busca de agua y nutrientes.
Esas raíces, con una vida útil de unos 15 años, se podan en primavera para que la planta nueva empiece a trepar y en mayo comienza a engancharse a las cuerdas. Es tiempo de abonar el terreno, cuando empiezan a asomar las primeras flores o conos que ocultan entre sus hojas la lupulina, el polvillo dorado que da a la cerveza su sabor. En un verano tan seco como este, la cosecha empieza a comienzos de septiembre, cuando las flores alcanzan un nivel de humedad del 75%.
A continuación se secan con aire caliente y un sistema que extrae la humedad ambiental, se muelen y se 'peletizan' (de pelet, los restos de madera utilizados para encender chimeneas). Con la ayuda de una prensa se envasan y se conservan en frío. «Envasados al vacío y en una cámara frigorífica aguantan hasta un año», explica Paula. Su producción, aún pequeña, está destinada a «un entorno casero», conocidos que desean elaborar su propia cerveza, «pero no nos cerramos a nada, porque tiene usos farmacéuticos, para cremas o infusiones para dormir. Incluso estamos hablando con un fabricante de papel que cree posible utilizar el lúpulo».
El futuro, como en todo y más en la agricultura, está lleno de preguntas, pero quizá, cuando todo esté en marcha, Gonzalo deje su oficio y se dedique sólo a esto. «Un kilo de lúpulo en seco se paga a 4 euros; 10 si va peletizado y 20 si es un cultivo ecológico, como es nuestra intención».
Maquinaria cara
Pero todo es muy caro en el mundo del lúpulo: las desbrozadoras, las podadoras hidráulicas o el material para acaballonar (crear filas de tierra para resguardar la planta) alcanzan precios estratosféricos; el material de segunda mano, con décadas de vida, se mueve en torno a los 7.000 euros. Como la cosechadora que circula entre las cuerdas y arranca las plantas en el momento de la cosecha o la que extrae los conos.
De modo que visto todo ello, volvemos a la pregunta inicial.
–¿Por qué?
–Por curiosidad, por locura... –admite Gonzalo.
–Al principio nos preguntaban si el lúpulo es droga –recuerda Paula.
Sobre esto último quizá habría que preguntar a los corzos que patrullan el parque natural de Izki, donde se encuentra la parcela grande de la pareja, que se comen los tiernos brotes bajos de la planta.