El baserritarra que llegó de Turquía
Orhan Yigit, nacido en Ankara, cultiva tierras en Larrabetzu y reivindica el kilómetro 0 y la producción ecológica
gaizka olea
Viernes, 27 de diciembre 2019, 11:51
La pregunta de qué hace un turco nacionalizado británico en Larrabetzu tiene una respuesta clara: trabajar la huerta para que otros coman bien, sano y sabroso. Este es Orhan Yigit, nacido en Ankara y baserritarra, un torbellino de actividad y explicaciones que adorna sus frases con palabras como«impresionante» o «brutal» para referirse a las bondades del género que produce en las laderas de la localidad vizcaína. Parece ya acostumbrado al frecuente paso de los aviones que enfilan con estruendo hacia el aeropuerto de Loiu. Lo suyo no está en el cielo, sino a ras de tierra, allá donde produce cientos de variedades distintas de verduras y plantas medicinales, muchas de ellas sólo por la «obligación» de conservar las semillas, ese tesoro genético que a menudo corre el riesgo de desaparecer entre plantas híbridas, tan rentables como estériles.
Orhan Yigit
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Web www.eneek.eus
Yigit, que trabajó en tareas tan aparentemente contradictorias como el activismo medioambiental o en un banco, salió de su Turquía natal con 22 años, vivió en Londres, saltó a Barcelona y andaba pensando en conocer el País Vasco cuando conoció «a una chica que vivía aquí». Buscó trabajo en el sector de las energías renovables pero su red de contactos le llevó a hacerse con un terreno de unos 7.000 metros cuadrados (algo más que un campo de fútbol) para materializar lo que hasta entonces eran sólo teorías. Se apuntó a cursillos en la Escuela Agraria de Derio y en el sindicato EHNE y en 2011 comenzó a plantar las verduras que ahora vende en el mercado de Mungia o en grupos de consumo.
«Saber no es suficiente –explica–, alguien tiene que hacerlo». Y en su nuevo oficio reina la ley del máximo aprovechamiento, como las técnicas de elaboraciones de infusiones con ortigas y otras plantas para enriquecer la tierra. «Con tierras sanas y plantas sanas tienes hecho ya la mitad de tu trabajo», explica. A lo que se añade su fe en los ciclos, en el respeto a lo que mandan las estaciones, y no el afán por explotar la tierra hasta que desfallece. «No tiene sentido comprar verduras ecológicas de Almería, porque tienen que viajar miles de kilómetros».
El deseo de Orhan Yigit por enseñar es comparable a su entusiasmo, y enumerará al recién llegado las bondades de cada especie: que los girasoles «no sólo son bonitos», sino que atraen a los insectos y «sin insectos no hay vida». Que el tupinambo tiene mucha fibra, que la verdolaga tiene mucho Omega3, que el llantén tiene virtudes antiinflamatorias, que el apio es bueno para el corazón y el colesterol, que la rúcula rebaja la tensión... O que el aloe vera, que nosotros vinculamos con climas tropicales, es bueno para las quemaduras. La lección es infinita, tan extensa como nuestra ignorancia, que a duras penas es capaz de apuntar los nombres que el baserritarra de Larrabetzu dispara mientras señala con el dedo: borraja, alsine, capuchina, consuelda, kalanchoe...
Un edén junto a la ciudad
De todo eso, y mucho más, se puede observar en los huertos de Yigit en Larrabetzu, al lado del género de huerta más tradicional (24 clases de tomate, calabazas, puerros, patatas, zanahorias, trigo, alubias) o más olvidada, como el maíz que sólo hace dos generaciones llenaba campos en los caseríos del País Vasco, o tabaco. Un verdadero edén a 20 kilómetros de Bilbao, en el mismo pueblo en el que una estrella comoEneko Atxa ilumina la gastronomía vasca, un lugar por el que adultos y niños de la calle tendrían que pasar para comprobar que hay gente con manos grandes y llenas de tierra que se preocupa por ellos sin recibir demasiado a cambio.
«Necesitamos ayuda, sobre todo en los comienzos. Durante los primeros meses, con el pago de la cuota de autónomos se me iba lo que ganaba. Casi pasaba hambre», dice entre carcajadas el hombre que vive entre alimentos y adora su oficio. «Si quieres soberanía, tienes que producir tus alimentos, porque la solución no viene de fuera; aquí hay recursos y apostar por los sistemas de producción ecológica o de Kilómetro 0 es una cuestión de ética», resume.