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El menú del día no es lo que era. Aquella oferta de primer plato y segundo con postre, pan y vino que caracterizó a la cocina vasca y española ha comenzado a convertirse en un artículo si no de lujo, sí excepcional. Con un precio medio que ronda los 18 euros, incluso veinte, cuesta imaginar a un trabajador que pueda destinar de 350 a 400 pavos de salario a cubrir la necesidad de comer. Trabajar en jornada partida y alimentarse de una manera sana se ha convertido en todo un desafío. Tranquilos, no está perdido. Esta vez los franceses vienen en nuestro auxilio. La solución se llama plato del día.
El auge del turismo (aunque seguramente también la inflación) no sólo ha contribuido a inflar los precios de los alquileres. El menú del día, joya de la cultura gastronómica de nuestro país, ha comenzado a perder dos de sus rasgos de identidad más definitorios. No sólo es lo que cuesta, sino que cada vez resulta más difícil encontrar una mesa donde se ofrezcan las lentejas y garbanzos de toda la vida con su carne o pescado. Y, por supuesto, de postre, fruta. Busque, busque.
Ante esta situación, a muchos restaurantes y casas de comidas no les ha quedado más remedio que adoptar la costumbre francesa del plato del día. Renovarse o morir. Por diez o doce euros, cada vez más locales comienzan a ofertar un plato a elegir entre toda su oferta de primeros y segundos, que se completa con un postre.
La posibilidad de la fruta, más cara que un dulce ultraprocesado, no siempre es posible. Si la tienen en el establecimiento donde usted jama cada día, hágale la ola al dueño o dele un beso, lo que quiera. Si ya se la ofrecen pelada o en macedonia para invitarle a que la pida, acuérdese de su cumpleaños o tenga un detalle por Navidad. Promover una alimentación sana es un gesto de agradecer.
Así que, visto el panorama, nos preguntábamos si la reduflación del menú del día nos permitiría seguir manteniendo una dieta sana, que es el objetivo de esta columna semanal. Tenemos buenas noticias. Definitivamente, la respuesta es que sí. «Lo más importante no es el número de platos que te metas, sino su composición», apostilla la nutricionista Leila Pérez, de la clínica Vithas Vitoria. Lo que hay que intentar es que ese plato contenga los tres ingredientes clásicos del llamado 'plato de Harvard', basado en la dieta mediterránea. Son los vegetales, incluidas verduras y hortalizas; proteínas, tanto de origen vegetal como animal; e hidratos de carbono, que están presentes en el pan, la patata, los cereales, arroces, la pasta...
Las cantidades dependerán del gasto energético de cada uno. No comerá lo mismo un obrero de la construcción, fijo del gimnasio y que es pura fibra, que otra persona con un trabajo sedentario, una vida en la misma línea y cien kilos de abundante grasa repartida por el cuerpo.
Si solo va a comer un plato es importante que cuide con esmero el desayuno y la cena. Entre las tres comidas pilares del día hay que montar una dieta equilibrada; de tal modo que si la jamada central es rica en hidratos, quizás sea interesante elegir fruta y lácteos para el desayuno con unos pocos frutos secos como proteína. Con la cena, otro tanto. Más que ligera, debe hacerse al menos dos horas antes de acostarse y que compense la ingesta del resto del día.
En el restaurante, organice en su cabeza el menú semanal. Tres, o mejor, cuatro días hay que comer legumbres; y si apuesta por ensaladas, con fundamento. Con algo de proteína, como atún o huevo. Intente comer algo de pescado y también carne, pero menos. Una lasaña puede ser un plato bien completo. De postre, fruta.
Este artículo está dedicado a todos los hosteleros que se esfuerzan a diario económicamente y con su trabajo para que sus clientes coman bien y sano. Feliz semana.
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