Nos merecemos un premio
Que llegue el momento de ordenar nuestra alimentación no significa que debamos mantener una dieta estricta y monacal; el fin de semana podemos permitirnos un capricho
La vida es lo mejor que te puede pasar. Hay que disfrutarla. Está bien, hemos vivido dos meses de cuarentena en los que hemos abusado del dulce y hemos hecho muy poco ejercicio; y es cierto también -lo reconozco tapándome los ojos- que ha llegado la hora de dejarse de pamplinas y comenzar a comer en serio. De alimentarnos a base, fundamentalmente, de frutas, verduras y pescado, también carne, pero menos; y de reintroducir paulatinamente el ejercicio en nuestras vidas. Pero... -conjunción adversativa- romper con los malos hábitos adquiridos no significa que debamos someternos ahora a una dieta estricta y monacal. De vez en cuando, podemos darnos un premio. Nos lo merecemos ¿Pero qué es un premio? ¿Cuánto debe durar? ¿En qué consiste ese reconocimiento? ¿Podríamos empezar el galardón y luego lo de la vida monacal?
La médico endocrinóloga Nerea Gil, de la red IMQ tiene las respuestas. «¡Pues claro que podemos permitirnos un premio», anima la especialista. «Pero no vale todo, en cualquier cantidad y, mucho menos, todos los días», matiza para quien ya se estuviera embalando. Hay que hacerlo despacito y co n buena letra, que era como enseñaban a escribir en un tiempo, que lo hubo, sin ordenadores ni tabletas.
Los premios sí, porque es insufrible una vida estricta, marcada por la prohibición y sin excepciones de ningún tipo a la norma general. Comer bien, en el sentido de hacerlo de una manera ordenada, no siempre es fácil. Para muchas personas supone un auténtico sacrificio. ¡Y es normal! Sólo pensar en la posibilidad de que algo, lo que sea, nunca más volverá a disfrutarse, supone un castigo añadido que sólo lleva al eterno incumplimiento de la regla.
Víctima de la ansiedad
Si la prohibición es cuestión de vida o muerte, muy bien, no hay discusión. Uno sabe que no come cacahuetes porque es alérgico y si vuelve a meterse uno en la boca se arriesga a un shock anafiláctico y podría morirse. ¡Perfecto! El problema surge cuando uno (o una ) se cierra a todo caprichín, porque está convencido, o cree estarlo, de que si cede a esa pequeña onza de chocolate (¡que encima es cacao puro 80%!) se irá al garete todo el esfuerzo. Mal. La ansiedad acabará por vencerle.
Lo ideal, según cuenta la especialista, sería que uno supiera cada cuánto tiempo puede darse un homenaje. Pero si tiene alguna duda, que es lo lógico, bien podría pensar en aquello de 'una vez a la semana porque me da la gana'. Y disfrutarlo con ganas, sin remordimientos, porque se lo ha ganado. Es la merecida recompensa a una semana de cuidadas ensaladas, verduras, pescado al horno y fruta. Bueno y carne, pero poca y a la plancha.
¡Sin pasarse y sin bobadas!
¿En qué ha de consistir ese reconocimiento, que es en realidad un acto de amor propio? Pues en lo que a uno más le guste, por supuesto, que para eso se trata de un premio. Puede ser un txuleton, unas alubias, un helado, esa palmera de chocolate que te lleva mirando toda la semana... A gusto del consumidor. Eso sí, sin pasarse, que nos conocemos. El botín no puede ser un festín. «No es barra libre y me como todo lo que me apetezca; que así tengo pacientes que el fin de semana se ganan el kilo y medio que han perdido de lunes a viernes. Eso no vale», recalca Nerea Gil.
La moderación en la mesa siempre es una buena aliada, especialmente cuando se trata de un premio. Lo que nunca tuvo ni tendrá sentido es querer recompensarse entrando a una tienda de chucherías para hincharse a gominolas y jamones. Definitivamente, no. «Generan adicción y no aportan nada bueno. Son para el cuerpo un golpe de azúcar refinado sin sentido», recuerda la experta. La clave, como siempre, está en la búsqueda del equilibrio, sentido común. ¡Que donde esté una buena chuleta con una buena ensalada...! ¿Para qué quiere usted más premio?