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Bogdan Glinchenko, Natalya Mykhalevska y Oleksiy Mateychuk, en un encuentro organizado con EL CORREO en el parque de Doña Casilda, en Bilbao. ainhoa gorriz

«Rusia lleva ocho años matando a mi gente»

Cinco ucranianos residentes en Euskadi explican a EL CORREO cómo se vive la crisis a miles de kilómetros y confiesan que «siempre estamos preocupados por los nuestros»

d. Martínez y j. barbó

Sábado, 29 de enero 2022, 01:24

Ante el aumento de la tensión en el este de Europa, los ucranianos que dejaron su país en busca de tranquilidad observan con lupa a ... miles de kilómetros de distancia la situación que aqueja a sus allegados. «Siempre llamamos a familiares y amigos para saber cómo se encuentran. No estamos ahora más preocupados que antes. Siempre lo estamos», explica Oleksiy Mateychuk, miembro de la Asociación Sociocultural y de Cooperación al Desarrollo Ucrania-Euskadi. El conflicto no es nuevo para ellos. Así lo atestiguan cinco ucranianos asentados en el País Vasco que han conversado con EL CORREO sobre el enfrentamiento con Rusia.

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«Para nosotros la situación no ha cambiado mucho, no nos sorprende lo que pasa, llevamos ocho años en guerra. El resto del mundo se hizo sordomudo, no quería reconocer ni saber nada de lo que ocurría, pero la realidad está ahí», afirma Natalya Mykhaylevska, quien asegura que «Rusia es un país agresor. Lleva ocho años matando a mi gente». Además, alega que las últimas tácticas de Putin pretenden «demostrar poder también a su pueblo, porque pierde apoyo dentro de Rusia y quiere hacer ver que él es el gran comandante que puede con todo el mundo, pero no podrá».

La mujer, de 43 años, tiene en su hogar, Chernivtsi, a sus hermanos y padres. «Allí la vida es normal, el pánico se está generando a nivel externo. A otros países les choca lo que ocurre, pero nosotros llevamos años viviendo así», explica. De hecho, añade, «algunos están hasta más tranquilos pensando que igual con la vía diplomática se pone fin a esto. Nadie cree que vaya a ser una guerra mundial. Es mucho ruido y pocas nueces», dice con la «esperanza de que en breve el conflicto termine».

«Rusia es grande pero la guerra también lo va a ser. Moscú no tiene tantos recursos ni personal para eso», coincide Oleksiy, de 44 años, que dejó Cherkasy hace dos décadas debido a que la influencia rusa no daba oportunidades para crecer económicamente. «No va a ir a más. Puede que haya enfrentamientos en las fronteras, pero no creo que Putin avance más en territorio ucraniano. Si EE UU y la OTAN le dejan claro que no puede ganar nada con sus chantajes, él va a retroceder». Además, el líder ruso «está temblando viendo la unión de los demás países, que hay una alianza firme. Sin ella, avanzaría con sus deseos de reconstruir los territorios de la antigua URSS, pero sabe que no es práctico y que las repúblicas no quieren eso. La gente no quiere estar con Moscú, quiere ser libre, tener mercados abiertos, ser amigos de todos y no tener miedo», indica con esperanza. «Ojalá la situación actual ayude a poner fin a la guerra y que nuestro pueblo no sufra más los disparos de los rusos».

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Bogdan Glinchenko, de 32 años, partió hace catorce de su hogar en Odesa, a donde pretende volver «cuando Rusia deje en paz» a su país. Aunque, subraya, realmente no tienen «un conflicto con los rusos, sino con Putin y el Kremlin». Muchos ucranianos asentados en el País Vasco observan el día a día de sus paisanos y piensan cómo ayudar a su país. Una de las ideas que barajan es reducir el miedo haciendo frente a la «propaganda falsa de Rusia» con información libre.

«Puede que haya enfrentamientos en las fronteras, pero no creo que Putin avance más»

Oleksiy Mateychuk

Tras estar toda la jornada afilando cuchillos, fileteando pechugas y despachando cuarto y mitad de añojo, Viktoriya Maksymiv llega a casa y se planta frente al televisor, sintoniza los canales internacionales y allí se queda, «con el corazón en un puño», siguiendo la información que llega desde su país. «Sin histeria, pero con mucha preocupación, tanto yo como la mayoría de las familias que vivimos aquí estamos siguiendo al minuto lo que ocurre allí», destaca la mujer, que vive estos días en vilo, como el resto de sus compatriotas, por lo que les pueda ocurrir a sus padres, hermanas y sobrinos.

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Natalia Zozulya y Viktoriya Maksymiv, en Vitoria. igor aizpuru

Sin derramar sangre

Viktoriya, que llegó hace veinte años a Euskadi, forma parte de la pequeña comunidad ucraniana en Vitoria, que hoy celebra un oficio religioso para implorar que no se desate un conflicto armado. «Rezar es lo único que podemos hacer ya», comenta resignada. «Lo último que vamos a hacer es perder la fe», destaca la mujer, de profundas convicciones religiosas. Para ella, más allá de consideraciones geoestratégicas, las motivaciones de Rusia están claras: «Ellos solo quieren apoderarse de nuestra cultura, de nuestra religión y, sobre todo, de nuestras tierras, y no entienden que Ucrania es cuna de Rusia y no al revés», protesta. «Lo que queremos es vivir tranquilos y en paz». Su único deseo es que no se derrame ni una gota de sangre. «Ni de un bando ni de otro, eso no sería bueno para nadie. Todos somos personas».

«Rezar es lo único que podemos hacer. Lo que queremos es vivir tranquilos y en paz»

Viktoriya Maksymiv

En la misma línea y a pesar de todas las noticias que llegan desde allá, desde Kiev -que ellas piden que se escriba Kyiv-, su compatriota Natalia Zozulia todavía conserva intacta la esperanza. Cree (o más bien quiere creer) que no se llegará a abrir fuego. «La guerra solo es sangre, mucha muerte innecesaria. Pienso que todo esto se podrá solucionar con el diálogo, hablando», destaca la mujer, que trabaja como costurera en una tienda de moda nupcial en la capital vasca, a donde llegó hace seis años. «En todo caso, nosotros, los ucranianos, no luchamos por conquistar o ampliar, sino por conservar lo nuestro: el idioma, la cultura, las tradiciones y la nación», asegura.

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Hace un año, la última vez que Natalia visitó a su familia, al este del país, ya pudo comprobar cómo el clima se había enrarecido ante la amenaza rusa, entonces todavía difusa y hoy convertida en una certeza. «Mi familia está muy preocupada, pero hacen todo lo posible por no entrar en pánico, creo que los ucranianos estamos llevando esta situación con mucha entereza: confiamos en que el único fin posible sea el de la paz», apostilla.

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