

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Una fuerte explosión despertó de madrugada a Olexandr Zabigaylo. Vive en el centro de Dnipro, la cuarta ciudad más grande de Ucrania, con millón y ... medio de habitantes. El primer misil cayó a varios kilómetros de su casa, pero se sintió en toda la ciudad. Después impactaron varios más en el aeropuerto y en las bases militares de la zona, convertida en la capital militar del país tras la guerra del Donbass. Dnipro, la antigua sede de la industria de misiles soviética, está a apenas dos o tres horas de la línea del frente. Es la urbe más grande próxima a Donetsk. «Nos invaden. Los tanques avanzan hacia aquí. Han bombardeado viviendas de militares cuando dormían. Puede haber decenas de víctimas. Si no se les frena, mañana (por hoy) pueden estar ya en Dnipro», advertía ayer Oleksandr, de 50 años, casado y padre de un hijo.
Es un hombre tranquilo y pacífico. Habla cinco idiomas y lo que más le gusta en el mundo es viajar. Durante las semanas previas al inicio de la guerra se esforzaba en hacer vida normal. Los enfrentamientos en el este con los separatistas prorrusos duran ya ocho años –con 14.000 muertos– y Oleksandr, como la gran mayoría del país, había aprendido a vivir en la incertidumbre. Quería pensar que la amenaza de Rusia era solo una maniobra intimidatoria. Ayer estaba «muy nervioso». Explicaba que la gente de momento no había entrado en «pánico» en Dnipro. «Lo que está haciendo la población civil es prepararse para coger las armas. Nos vamos a defender», subrayaba. Lo que más miedo le daba es la posibilidad de que se produzca un «desastre nuclear», ya que Ucrania tiene varias centrales activas y Putin «ya ha demostrado que es un psicópata».
Oleksandr es solo un ejemplo del estado de shock en el que se encuentran decenas de millones de ucranianos. Los bombardeos rusos a bases militares, aeropuertos e incluso bloques de viviendas en diferentes partes del país suponen el inicio de una ofensiva muy abierta, el peor escenario posible. Casi todo el mundo se resistía a contemplar esta posibilidad. Todo ha cambiado. Ahora mismo hay miles de personas que huyen de Kiev, la capital, y otras ciudades. También hay largas colas en gasolineras, en bancos y supermercados.
Iryna Kutsenko tiene 28 años y vive en Vinnitsia, una ciudad de unos 370.000 habitantes, a dos horas de la capital. El primer proyectil cayó en una base militar, a 25 kilómetros de su casa. La onda expansiva sacudió todo el edificio. Sus abuelos viven a unos diez kilómetros de este cuartel y la explosión les ha dejado sin ventanas. Iryna se mostraba «muy preocupada». Pensaba salir del país la semana que viene en avión. Pero ahora parece imposible. Aun así ha preparado ya las maletas. Iba a reunirse con sus familiares para decidir qué hacer. Posiblemente se refugien en una finca familiar. «La gente tiene mucho miedo».
«Resistencia» civil
No todos tienen miedo. En Kiev vive Irina Sergeeva, una madre de tres hijos de 39 años que se ganaba la vida organizando eventos. Es una de las coordinadoras de las denominadas Fuerzas de Defensa del Territorio, grupos de civiles entrenados por militares que surgieron hace unos años de forma extraoficial a raíz de la guerra del Donbass. Irina pensaba que la amenaza era muy real y ya había enviado a sus hijos al extranjero. Ayer, de madrugada, le telefoneó un amigo para decirle que habían empezado los bombardeos. A las ocho de la mañana salió de casa con el uniforme militar puesto y se dirigió hacia la base de su grupo, donde se reunió con otras decenas de civiles convertidos ahora en militares. Ella no piensa marcharse de Kiev. Va a luchar si es necesario. Espera instrucciones.
Oleksandr Biletskyi y Olena Biletska también residen en Kiev. Son dos de los precursores de las iniciativas de «resistencia» civil. Insisten en que hay estar calmados, que éste era uno de los escenarios que se preveían y que tienen un «plan» para frenar a Rusia. Desde la mañana se encargaron de articular diversos canales de información para tratar de difundirla en las líneas de combate. Lo que quieren es evitar que se desate el «pánico» entre la población con noticias «falsas».
En Kiev funciona el transporte público y las comunicaciones. Pero los colegios están cerrados y cada vez hay más colas en las carreteras provocadas por las miles de personas que quieren salir de allí. Hasta el miércoles Iryna Dovmantovych rebajaba la gravedad de la amenaza. Insistía en que todo el mundo hacía vida normal. Ella seguía con sus clases de español y pensaba que el conflicto se libraba sobre todo en los medios de comunicación, con declaraciones cruzadas. Confiaba en que se solucionase por la vía diplomática. Ahora tiene «mucho miedo».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.