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Elon Musk presume de haber crecido haciendo frente a la adversidad. Era un niño raro. Recibía palizas en la escuela y en casa, a cargo ... de su colérico padre. Su madre le consolaba y le decía que era un genio. En el colegio, sin embargo, creían que aquel alumno disperso y callado era retrasado. Acabó en Silicon Valley. Impresionó. Se subió a la ola de internet y comenzó a construir un imperio multimillonario en el que ya nadie se atreve a contradecirle. Y así ha sido hasta su ingreso en la política. Apoyó a Donald Trump en la pasada campaña electoral con 288 millones de dólares y, desde enero en la Casa Blanca, se convirtió en su mano derecha con la misión de recortar el gasto público. Pero el idilio no ha durado ni medio año. Musk, como cuando era un crío, se ha topado con alguien que manda más que él. A eso se suman los perjuicios económicos para sus empresas por estar en el Gobierno. Así que acaba de anunciar que se va. «Decepcionado» con Trump y con la política, donde no ha podido hacer lo que hace siempre: lo que le apetece.
A través de X, la red social que adquirió cuando se denominaba Twitter para acabar con los mensajes de ideología woke, Musk ha anunciado el final de su «tiempo programado» como empleado especial de la Administración de Washington. El portazo oficial, según 'The New York Times', sonó el miércoles por la noche. Apenas unas horas antes, el magnate sudafricano había cargado contra Trump. «Me decepcionó ver el enorme proyecto de ley de gasto, que en lugar de disminuir aumenta el déficit presupuestario y va contra el trabajo que está haciendo el equipo de DOGE (departamento de Eficiencia Gubernamental)», criticó en una entrevista con CBS News.
Ha mostrado su clara oposición a la ley fiscal que tramitan los republicanos en el Congreso con el apoyo del presidente de Estados Unidos y que aumentará la inversión en defensa. Musk ha defendido el tijeretazo que él ha dado a las cuentas públicas en estos 130 días en el cargo. En X y tras anunciar su adiós, escribió: «Al finalizar mi mandato como Empleado Especial del Gobierno, quiero agradecer al presidente Donald Trump la oportunidad de reducir el gasto innecesario. La misión del DOGE se fortalecerá con el tiempo a medida que se convierta en una forma de vida en todo el Gobierno». Dejó ese mensaje a modo de herencia.
La decisión de irse ha llegado tras semanas de discrepancias con Trump y otros miembros del Ejecutivo y por la propia frustración de Musk, que no ha logrado imponer todos los recortes que pretendía. Ha recibido críticas, su imagen pública se ha deteriorado y los vehículos de Tesla, una de sus empresas, se han convertido en la diana de muchos grupos opositores. Esta compañía de automóviles eléctricos llegó a sufrir una caída del 71% en sus beneficios. Las ventas se desplomaron después de que el multimillonario impulsara despidos masivos en la Administración.
Y pese a los recortes que ha aplicado, Musk se va porque no ha rebajado el tamaño del aparato público tanto como pretendía. «La situación de la burocracia federal es mucho peor de lo que pensaba», confiesa. «Pensé que había problemas –agrega–, pero sin duda es una batalla cuesta arriba intentar mejorar la situación en Washington».
Pese a su salida, Musk mantendrá una intensa relación con el Gobierno federal: sus empresas mantienen 52 contratos con la Administración por valor de 11.800 millones de dólares. Dos de sus compañías, Starlink y Space X, vitales en la defensa nacional, han firmados jugosos acuerdos con la Administración. Lo que no hará es estar al lado de Trump en el proceso electoral del ecuador de este mandato (tenía previsto destinar 100 millones a la campaña). Hace unos días, en el Foro Económico de Catar, dijo que no descartaba volver a invertir en política. «Pero lo haré si veo una razón y ahora no la veo», zanjó. Paso atrás.
Trump no es lo que él quiso creer. Y ha roto con él. Según la biografía que escribió Walter Isaacson sobre el hombre más rico del mundo, «Musk echa de menos tener a alguien a su lado (...) Pero es cierto que lo que le falta de intimidad lo compensa con intensidad». Ya no aguanta ninguna bofetada, ni siquiera del presidente de su país de acogida. «Si nunca has recibido un puñetazo, no tienes ni idea de cómo afecta eso para el resto de tu vida», contó al recordar su infancia.
No admite órdenes. Ni de Trump. Durante años estuvo coqueteando con los demócratas y llegó a decir en 2016 que el líder republicano «no era adecuado» para dirigir el país. Pero se arrimó a él durante la pasada campaña electoral, en verano de 2024, después del intento de asesinato que sufrió el magnate neoyorquino. Juntos derrotaron a Joe Biden y entraron de la mano en la Casa Blanca. Idilio.
El multimillonario sudafricano llegó con la motosierra que le había regalado el presidente argentino, Javier Milei. Prometió que iba a reducir el gasto público en dos billones de dólares. Pero en ese camino se ha topado primero con los tribunales y ahora con el viraje de Trump, dispuesto a incrementar las inversiones. Apenas ha podido recortar 155.000 millones y se ha convertido en un personaje maldito para muchos estadounidenses que han perdido sus trabajos o las ayudas que recibían. Musk pensó que iba a poder actuar en el Gobierno como en sus empresas, donde sus órdenes son la ley. Y no. Y se va.
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