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Después de varios intentos, sofocados por problemas políticos internos y por la presión internacional, singularmente de Alemania, la crisis del coronavirus va a permitir uno ... de los sueños de Tayyip Erdogan: el fin del tiempo de Santa Sofía de Estambul como museo y su conversión definitiva en mezquita. El Consejo de Estado, el equivalente al Tribunal Supremo español, ayer abrió definitivamente la puerta a que esto suceda al anular el decreto de secularización dictado hace más de 70 años.
Santa Sofía data de 360. Hasta 1453 se utilizó como catedral ortodoxa bizantina, excepto en el paréntesis entre 1204 y 1261 en que fue reconvertida en catedral católica. Tras la Conquista de Constantinopla por el Imperio otomano, el edificio fue transformado en mezquita, manteniendo esta función desde 1453 hasta 1931, fecha en que fue secularizado. El 1 de febrero de 1935 fue inaugurado como museo.
Por supuesto, en esta decisión de convertir Santa Sofía en una mezquita el islamismo cuenta, y nada mejor para apreciarlo que el protagonismo asumido en la primera ofensiva pro-conversión, en torno a 2014, por el entonces ministro de Fundaciones Religiosas, Bulent Aidinç, compañero político de primera hora del reis. Pero en Erdogan prevalece algo más personal, su voluntad de ser el gran restaurador de la perdida grandeza otomana y emular al Fatih, Mehmed II, el conquistador de Constantinopla en 1453. A fines de la anterior década su imagen a caballo era ya presentada asociada al líder islamista de hoy en las banderolas de la propaganda electoral.
La 'mezquitización' de Santa Sofía no es fruto de una decisión improvisada, sino el punto de llegada de una islamización de monumentos bizantinos iniciada mucho antes. Siempre fue algo a llevar a cabo con cautela, porque tenía en contra la legitimidad de la posición universalista del fundador de la República, Mustafá Kemal Atatürk, quien, sin anular la condición de Turquía como país musulmán, pretendió sustituir el dominio absoluto de la religión por una visión cultural humanista, de fraternidad. Por ello procedió a convertir algunos de los principales monumentos inicialmente bizantinos, islamizados tras la conquista, en museos para que todos pudiesen disfrutar de la cultura. El emblema de esa política fue la definición de Santa Sofía como museo en 1934, a la cual siguieron otras, la más importante, la de también bellísima Santa Sofía de Trabzon/Trebisonda, capital del Imperio de los Comnenos hasta 1461 y restaurada por la Universidad de Edimburgo.
Hubiera cabido esperar que la aproximación de Turquía a Europa y el auge del turismo desde 1980 favoreciesen esa orientación. Pero con la llegada al poder del AKP de Erdogan todo se cortó. Paso a paso, antigua iglesia a antigua iglesia. En la semiarruinada del Pantócrator, podían verse hace cuatro décadas los mosaicos pavimentales bizantinos y estaban señaladas las tumbas de la dinastía de los Comnenos. Luego solo se pudo ver un mosaico, con un signo del zodiaco. Hoy, mezquita Zeynek, nada. Y así, en cada restauración, donde la cal tapa toda imagen, salvo en los monumentos aislados a cientos de kilómetros (Akhtamar, Sumela), con excepción de la capital que fuera Ani, en la frontera de Armenia, donde no hay restauración que valga (salvo para la mezquita seljúcida).
Por razones estrictamente políticas, en Turquía impera la voluntad de ocultación respecto de lo bizantino, apreciable especialmente en el Museo Arqueológico de Estambul, donde los sepulcros de pórfido junto a la puerta, posiblemente de emperadores bizantinos, no son objeto de mención alguna, y en todo el museo la palabra Constantinopla, que fuera denominación de la ciudad hasta 1915, solo figura tal nombre al celebrar la conquista otomana de 1453. La magnífica iglesia de San Salvador de Chora, junto a la muralla, también está en tránsito hacia la condición de mezquita.
El prólogo de la mutación de Santa Sofía fue la inesperada reconversión en mezquita de la basílica de Trebisonda en 2013. El procedimiento para la estambuliota se ensayó allí. Una decisión gubernamental es demasiado ostensible. Todo se desliza mejor si una asociación de devotos creyentes protesta contra la supervivencia privilegiada de un lugar de culto en posesión de los yaurs, de los infieles. Un tribunal, lógicamente de signo islamista, resuelve y adiós basílica. Es el anuncio de lo que ha ocurrido en Estambul, refugiándose el Ejecutivo en una resolución judicial. Y sobre todo enrocándose en que se trata de un asunto interno. En fiel seguimiento de lo proclamado por Erdogan, es lo que ha esgrimido la semana pasada el presidente de la Comisión Ejecutiva de la UNESCO, turco, para rechazar toda discusión sobre el tema.
La transformación de Santa Sofía de Trebisonda/Trabzon nos ilustra acerca de lo que puede suceder en Estambul. Detrás de todo se encuentra la profesión de fe iconoclasta del Islam: una sentencia del profeta nos dice que los ángeles no entrarían en una casa donde hubiese imágenes o perros. Mahoma destruyó las imágenes que encontró en la Kaaba. Así que en una mezquita, las imágenes deben ser eliminadas.
La definición de Santa Sofía como mezquita es grave, habiendo sido la sede principal del cristianismo ortodoxo, así como lo es para la convivencia interreligiosa que la mezquita de Córdoba sea apropiada por el Cabildo catedralicio, y en ambos casos por derecho de conquista. Solo que en el caso cordobés no se produce modificación alguna respecto de la situación establecida en el siglo XVI, el mihrab sigue ante nosotros, y en Estambul, es toda la decoración interior lo que está en riesgo de ocultación, con la espléndida Theotokos y el arcángel Gabriel que la acompaña en primer término.
Todo sería sumido en el mismo mundo de oscuridad que en Trebisonda. Formas arquitectónicas, escenas sagradas de excepcional factura, en negro para siempre, por una concepción sectaria del hecho religioso que ignora la noción de humanidad.
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