Kenny Barron, conmovedor sin una nota de más
El trío del pianista de Filadelfia regaló un recital pleno de expresividad y sutileza jazzísticas que convenció al público de Mendizorroza
Son ya 82 años y una larguísima carrera como para pensar que Kenny Barron todavía tiene algo que demostrar. Llegados a ciertas edades, queda convertir ... la excelencia en un regalo para el oyente. Sin estridencias ni alardes, sin vuelos grandilocuentes ni exhibicionismo. Es el escalón en el que se encuentra el pianista de Filadelfia, el mismo balcón desde donde impartió cátedra en Mendizorroza para cerrar la jornada del viernes que había arrancado con la pirotecnia guitarrística de Al Di Meola. La suya fue una lección musical que recuerda que, en el arte de la creación instantánea que es el jazz, la emoción no siempre tiene que ir acompañada de una riada innumerable de notas y escalas ejecutadas a velocidad de vértigo.
Dotes técnicas le sobran a un instrumentista que hizo la 'mili' como acompañante de la febril trompeta de Dizzy Gillespie en la década de los sesenta del pasado siglo. Por aquel entonces, poco quedaba por inventar en el piano jazz que no hubieran descubierto Bud Powell, Thelonious Monk, Ahmad Jamal o Bill Evans. Crecer a la sombra se semejantes colosos invita a conservar y perfeccionar su legado y, a ser posible, moldear una voz propia. En el caso de Kenny Barron, se puede hablar de 'misión cumplida'.
Sobre las tablas de Mendizorroza, Kenny Barron se presentó en formato de trío con una formación experta y con la que acumula años de colaboración. Tras un buen número de giras y grabaciones, su relación con el batería Jonathan Blake y el contrabajista Kiyoshi Kitagawa es lo más cercano a la telepatía musical, algo que quedó mas que claro en su retorno al Festival de Jazz de Vitoria. El formato a tres invita a la máxima atención para no perder lo sutil del equilibrio entre los instrumentos, los dobles sentidos del diálogo entre unos y otros, las llamadas y respuestas y los desarrollos de un repertorio que se apoyó, en su mayor parte, en estándares jazzisticos.
En este ecosistema sonoro, Barron manda con el aire 'cool' del jefe que no pega un grito de más para agrandar su presencia. Eso sí, el empleado a la batería le salió un tanto 'respondón' para delicia del público vitoriano. Blake desplegó todo su magisterio percusivo para ser, por momentos, el contrapunto atronador con sus redobles y sus 'breaks' a la contenida maestría de un Barron que desplegó emoción sin una nota de más. En segundo plano y como salvaguarda del compás quedó el contrabajista de Osaka afincado en Nueva York.
Clásicos y polirritmia
En realidad, la sesión fue una sobresaliente recreación del arte del trío moderno de jazz. El concierto arrancó con el clásico de Irving Berlin 'How Deep is the Ocean', tratado con una intro evocadora que pronto dio paso a una lección de swing canónico y seductor en las manos de Barron. La lista de estándares continuó con 'The Surrey with the Fringe on Top' y 'Canadian Sunset', exprimidos con una expresividad de trazo fino por parte del pianista de Filadelfia. Hubo tiempo para los homenajes, con el 'Shuffle Boil' del siempre recurrente Thelonious Monk, que comenzó con la habitual síncopa inquietante del maestro para terminar con un insistente ritmo funky cocinado por Jonathan Blake.
Las cadencias derivaron hacia las aguas calientes caribeñas con 'Calypso' y también pararon en la estación brasileña con una relectura de la composición de Caetano Veloso 'Aquele Frevo Axé'. «No me pregunten qué significa», admitó jocoso Barron. Este líder circunspecto se permitió una licencia con la interpretación de dos de sus composiciones originales, 'Cook's Bay' y 'Bud Like', está última en claro homenaje a Bud Powell. En total, ocho temas de desarrollo inteligente, equilibrado y sentido para tocar buena parte de los palos del piano jazz. Con un bis incluido que el público vitoriano logró arrancar a uno de los gigantes vivos del género.
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