La Plata aguanta el solazo y prende Bilbao con un directo sin respiro
La banda valenciana llena de ritmos pospunk y teclados que traen a la memoria la nueva ola de los ochenta los Jardines de Albia
Ekaitz Vargas
Viernes, 11 de julio 2025, 17:05
14:45 de la tarde. Nadie en su sano juicio pensaría que es buena hora para tocar bajo el sol en pleno centro de Bilbao. ... Pero ahí han estado La Plata, puntuales, abriendo su set en el escenario Johnnie Walker de los Jardines de Albia, en el marco de los conciertos gratuitos del ciclo Bereziak. Ha hecho calor, mucho. La gente buscaba sombra bajo los árboles o se resguardaba tras vasos de cerveza. Y ha merecido la pena.
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Nada más arrancar con «A mirar atrás», una de sus canciones más conocidas, las gorras de lo más modernos de Bilbao han empezado a moverse. El grupo no ha tardado en atraer a un público bastante diverso: chavales con camisetas de Joy Division, familias, turistas despistados con pintxos en la mano, fans de siempre y bastantes indies con abanico. El sol apretaba, pero las guitarras apretaban más.
Sobre el escenario: Diego Escriche al frente (voz y guitarra), con camiseta blanca, vaqueros y gafas de sol. Junto a él, Marina Arrufat al bajo y voz, Ángela Pousa a los sintes y coros, Miguel J. Carmona en la guitarra principal y Salva Esbrí a la batería. Formación clásica del quinteto valenciano, sonido sólido.
Apenas habían pasado dos canciones —la segunda ha sido «Victoria», con ese estribillo que repite «la muerte, la gloria, será la victoria»— y ya se intuía que no iban a levantar el pie. La Plata no hacen pausas, no dan discursos. Solo tocan.
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El repertorio ha sido amplio y bastante generoso en una hora exacta de concierto. Han tocado temas de sus tres discos: Desorden, Acción directa e Interzona, este último con apenas dos meses de «vida». No han faltadp «Música infinita», «Un atasco», «Esta ciudad», ni joyas como «Agua clara» o «Cerca de ti», donde Marina ha tomado protagonismo con una voz suave que, incluso con el bullicio de fondo, consigue atrapar. Las letras «no hay futuro en esta ciudad», «no puedo estar sin ti ni un solo momento pero me voy», conectan con una generación que está cansada, pero que aún baila cuando le cantan verdades.
Sin show, pero con presencia
No ha habido interacción con el público. Ninguna palabra. Ningún «gracias, Bilbao». Pero tampoco ha hecho falta. La actitud distante forma parte del código estético de estas bandas, y el público lo entiende. Al igual que el pañuelo palestino que tienen en el escenario. Gestos silenciosos, como ellos.
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La gente de las primeras filas ha saltado algo, a pesar del calor. Otras personas, desde la sombra, simplemente movían la cabeza, en una especie de trance colectivo. Con «Un ángel gris» y «Me voy», se han ido.
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