«Hablamos de nuestra gente y de lo que nos duele cuando se van del pueblo»
Desde la Siberia extremeña, Sanguijuelas del Guadiana cantan a la huida, al regreso y a la herida abierta de la España vaciada
Ekaitz Vargas
Martes, 8 de julio 2025
Carlos habla despacio. No por timidez, sino porque parece pensar cada palabra como si estuviera cantándola. Quizá por eso 'Revolá', el disco debut de Sanguijuelas ... del Guadiana, suena tan real, tan suyo, tan de aquí. De su aquí: un pueblo pequeño de poco más de mil habitantes en la Siberia extremeña donde todavía se dice «jaribe» (asalvajado) y «barrunte» (presentimiento), donde te enseñan desde niño a tener cuidado con las sanguijuelas del río, y donde todo el mundo sabe que tarde o temprano tendrá que marcharse.
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Ahora están girando con 'Verbena en vena', un largo tour por todo el país que el sábado recalará en el ciclo Bereziak, los conciertos gratuitos del Bilbao BBK Live (Kiosko del Arenal, 12.30 h). «Tenemos muchísimas ganas. Nos han hablado súper bien del público de allí», dice Carlos sonriendo.
El disco -dividido en tres capítulos- es una especie de diario emocional del viaje de ida y vuelta entre el campo y la ciudad. 'Jaribe' es la infancia en el pueblo, con sus veranos largos y despreocupados; 'Barrunte', el momento en que empieza a doler quedarse; y 'Revolá', la decisión de regresar a su tierra, a Casas de Don Pedro. «Aquí decimos revolá cuando va a cambiar el tiempo», explica Carlos, voz principal del grupo y guitarra. «Para nosotros, fue eso: dejar Madrid, volver al pueblo y volcarnos en el proyecto».
Tres chavales y una cochera
Los Sanguijuelas del Guadiana son tres veinteañeros: Carlos Canelada (guitarra, voz y compositor principal), Juan Grande (guitarra y teclados) y Víctor Arroba (bajo y teclados). Amistades de toda la vida y músicos de oído largo, empezaron desde abajo, literalmente, ensayando en una cochera. Antes, compartieron atriles en la banda municipal del pueblo, tocando charangas en verano y desfiles en invierno. Y ahora, con algo más de ruido y muchas más canciones, ensayan en una vieja discoteca abandonada, reconvertida en su centro de operaciones.
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El regreso, sin embargo, no fue nostálgico ni sencillo. La ciudad les dio algo que no sabían que necesitaban. Allí, entre andenes de metro y guitarras callejeras, Carlos y Juan tocaban hasta que alguien les preguntó por el nombre del grupo. Fue entonces cuando nació Sanguijuelas del Guadiana, mitad chiste, mitad geografía emocional. «El Guadiana pasa por aquí, y de pequeños nos decían que tuviéramos cuidado, que íbamos a salir llenos de sanguijuelas», recuerda Carlos. La broma se quedó. El nombre también.
Pero Madrid también les enseñó lo que no querían. «Allí no tienes tiempo ni de pensar si eres feliz o no. Vas de un lado a otro y no te haces ni una pregunta». Fue al volver al pueblo cuando entendieron de qué querían hablar. «De nuestra gente, de nuestros colegas. De lo que nos duele cuando se van».
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En ese dolor compartido está una de las claves de su éxito. Sus canciones atraviesan generaciones y estilos: lo mismo bailan abuelas que punks, niñas pequeñas o urbanitas desubicados. «Porque da igual si eres pijo o quinqui, si vienes de un pueblo, sabes lo que es tener que irte», dice Carlos.
Musicalmente, Sanguijuelas es difícil de encasillar. «La base es el rock -aclara- pero es como si Extremoduro lo hicieran chavales de 20 años». Hay algo de rave flamenca, algo de verbena y mucho de carretera secundaria. Las influencias vienen de largo: Estopa, Los Chunguitos, y sí, también Robe. Pero lo que hace que suene «de verdad» es que las canciones no nacen del laboratorio sonoro de la industria, sino de tardes en el campo, con sintetizadores, guitarras, y tiempo.
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'Revolá' es también un disco lingüístico. El léxico que lo estructura -esas palabras que huelen a tierra y a pueblo- no es decorado ni costumbrismo. «Son palabras que usamos aquí, y aunque al principio alguien no las entienda, transmiten más que una frase entera».
La apuesta por quedarse no es sólo estética, sino política. En una Extremadura donde casi todos los referentes culturales se han ido fuera, ellos se han empeñado en demostrar que se puede hacer música desde dentro. «Ojalá sirvamos de ejemplo para otra gente joven que quiere quedarse», dice Carlos. No quieren ser los únicos. Quieren ser puente.
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El concierto que recuerdan con más cariño fue el de su pueblo, a las orillas del Guadiana. El mismo río donde les decían que había sanguijuelas. El mismo que ahora, con un puñado de canciones, trae gente nueva a conocerlo. «Ese día parecía que el pueblo tenía más vida». Antes, en Madrid, sin nombre y sin disco, tocaban en el metro sin saber muy bien adónde iban. Ahora, con una 'Revolá' a cuestas, han vuelto a casa. Y lo han llenado todo de música.
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