La Virgen Blanca es un pub donde suena rock and roll
El londinense Laurie Wright ha traído al centro sus canciones impetuosas y su talento melódico, bajo un solazo que tiene abono todos los años
Pocas sensaciones hay más gratificantes que entrar en nuestro bar, en alguno de esos locales que se han convertido en nuestro refugio y en parte ... de nuestra identidad: uno cruza las puertas y el universo se vuelve de pronto más agradable, suena la música que tiene que sonar, la barra es una larga fila de amigos y, además, sabemos que a lo largo de la noche irán entrando más. Pues bien, en estos días de Azkena, Vitoria entera se convierte en un lugar así para el público festivalero: es un fenómeno que adquiere plena carta de naturaleza con el primero de los conciertos en la Virgen Blanca, cuando el centro funciona durante un rato como acogedora sucursal de Mendizabala y la comunidad azkenera se reúne a mediodía para celebrarlo.
Lo único que sabotea el efecto es el sol, claro, que normalmente no suele aventurarse hasta el fondo de los garitos y, en cambio, se empeña todos los años en derretir la plaza a la hora de los conciertos. Ya le vale al astro rey, qué ganas de exhibirse. La gente del rock no le tiene miedo a nada, ya se sabe, pero el sol parece su kriptonita, así que hasta el inicio del concierto han recurrido a la estrategia habitual de replegarse en la sombra, una franja menguante que les obligaba a estar cada vez más juntos. Eso también tiene algo de bar. Luego ha empezado la música y la mayoría (que no todos) se han arriesgado a exponer al sol su melanina y sus camisetas de artistas como (ahí va nuestro censo anual) Los Saicos, Wilco, The Pleasure Fuckers, Sobrinus, Creedence Clearwater Revival (cómo no, si hoy es el día de Fogerty), Screaming Jay Hawkins, Hellsingland Underground, Naife, Idles, Nick Linbott o Elvis Presley. No, a algunos tampoco nosotros los conocíamos. Y también andaban por allí los cuatro fenómenos de Turbojugend Tokio, los fans japoneses de Turbonegro (cómo no, si hoy también es el día de la banda noruega), que ante el riesgo de freírse hasta se han quitado la chupa, una concesión que a lo mejor no está bien vista en sus estatutos.
Hoy, además, el concierto era pura música de pub, eso que llamamos pub rock porque no sabemos muy bien qué otro nombre darle: un conglomerado de estilos clásicos tocados con intensidad y solvencia, combinando la energía con el acierto melódico. Oficiaba Laurie Wright, un londinense pinturero que nació en 1991 pero parece haberse criado con un biberón de sonidos de los 60 y los 70, todo un legado que canaliza con pasmosa naturalidad. Sus canciones se nutren además de una vida complicada, con «catorce años de caos» marcados por el alcohol, las drogas e incluso la vida en la calle: todo eso se filtra en unas letras marcadamente autobiográficas, que suelen llevar la palabra 'yo' en el primer verso.
Un poco de aire para los compañeros
Los británicos se han presentado con pantalones cortos y evidente miedo al calorazo, en una formación de quinteto que más bien era un trío básico ampliado por una corista bailonga y un armonicista que a veces le daba a la pandereta. Han empezado con 'My Rock And Roll' y desde las primeras notas ha quedado claro que lo suyo no puede disgustar: el estilo de Wright, a la voz y la guitarra, lo mismo puede evocar a los Kinks o los Who que a Supergrass o sus padrinos The Libertines, a menudo con una notoria base de soul y blues. Se le dan muy bien los estribillos y, como ha tocado mucho en la calle, sabe que lo último es aburrir, así que va directo al grano. En un pasaje especialmente brillante del concierto ha encadenado tres de esas canciones que merecen mucha más fama: 'We're Only Warming Up' (con el armonicista encadenando riffs y solos), 'All Bad' y 'Who's Laughing Now', en la que habla de «recoger los pedazos de tu vida». También ha destacado en una de sus especialidades, las baladas engañosas que poco a poco van acumulando guitarrazos e intensidad, como 'The Vicious Cycle' (que habría podido cantar Amy Winehouse, y no lo decimos por el tema) o 'Easy Street' (que podría figurar en el repertorio de Oasis). Y ha tenido sus momentos punk o casi punk, como 'On My Tod' o 'I've Cracked It', en la que su voz adquiría un inesperado ramalazo desdeñoso a lo John Lydon (y sí, sí, hoy también tendremos por aquí al señor Rotten con sus PiL, vaya día).
La corista abanicaba de cuando en cuando a sus compañeros y el público bailaba tímidamente, porque el solazo aplatanaba lo suyo. Se han desmelenado, como suele ocurrir, en la última, una fiesta rocanrolera titulada 'West End Lover' en la que Wright ha hecho un solo surfero ametrallando la plaza con la guitarra. Ahí la gente ya se ha lanzado a bailar y corear: siempre nos pasa lo mismo, estamos llegando a nuestro mejor momento justo cuando van a cerrar el bar.
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