The Flaming Lips: Una bienvenida al verano en un viaje astral
El quinteto de Oklahoma City representó su viejo álbum conceptual y muy naif 'Yoshimi Battles the Pink Robots' en un show colorista, interactuado y positivo
En Oklahoma no solo hay polvo, llanuras y vaqueros (y donde hay vaqueros también hay cantantes de country). En Oklahoma City en 1983 surgió una ... prolífica banda de psicodelia pop llamada The Flaming Lips, totalmente personificada por su líder Wayne Coyne, la cual este sábado actuó en el Azkena Rock Festival 're-presentando' su décimo disco, 'Yoshimi Battles the Pink Robots' (2003). Según Wikipedia, «el álbum se caracteriza por el uso de sintetizadores, beats electrónicos y un rock alternativo de tintes psicodélico. Las letras del álbum tratan una amplia variedad de temas: desde la melancolía, el amor, pasando por las emociones artificiales, hasta el pacifismo y la decepción».
Pues ninguna decepción se respiró ayer en Mendizabala, a pesar de la amenaza de lluvia («la corta tormenta de antes nos ha dejado la mejor noche posible para comenzar el verano», dijo Coyne, siempre positivo), de que en teoría habría luz solar opacando el brillo del escenario (pero el cielo gris final benefició a la representación colorista), y del agobio del calor, que a la postre se desvaneció (un calor digno de Oklahoma el de horas antes). Todo salió mejor de lo esperado, desde la 're-presentación' del disco en sí, con las canciones mucho más duras, hasta el show visual, que fue toda una experiencia poder disfrutarla desde primera fila, en perspectiva.
Sí, todo resultó superior a lo esperado y eso que desde Madrid, donde el viernes habían actuado en el festival Kalorama (organizado por Last Tour, la misma empresa del ARF), llegaban comentarios admirativos. Todo se superó, a pesar de las altas expectativas: «hoy vamos a ver a lo Pink Floyd buenos», comentó un joven por delante antes de empezar.
Y lo que vivimos fue la experiencia que siempre se cuenta de los festivales, que no solo se trata de la música, sino de sentir cosas, y este show atrapó con cuatro robots que se inflaban en el escenario, la pantalla de fondo con aportaciones astrales, las constantes explosiones de confeti, el arcoiris inflable, o los láseres surcando el cielo, ora gris, ora negro.
Y en medio de todo, como único protagonista, el líder absoluto Wayne Coyne, un poco predicador («decid a quien os acompañe que le queréis y os sentís contentos porque estáis aquí con ellos ahora»), que nos animó a gritar si queríamos, y la gente gritaba (no como el día anterior con Sulo, que no le hacían caso), que cantó el disco entero y en orden en un show de 14 temas en 81 minutos (al final hubo tiempo para tres títulos ajenos al opus recordado), un concierto con las letras reproducidas en pantalla, como en un karaoke, como en una película subtitulada, como con teleprompter disponible para cantante y público.
Unas letras, por cierto, muy, muy naif, como el manga, y ora mecidas ora propulsadas por una psicodelia sin drogas, astral, en busca del autoconocimiento, que resonó a los Kinks, los Beatles, Bowie, Supertramp, Superfurry Animals, y a la espectacularidad de The Killlers, que son de Las Vegas, cerca de Oklahoma. Un encuentro tan satisfactorio que agradeció el líder, el gurú, el predicador aquí al acabar: «gracias por haber estado tan chillones y tan felices».
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