Richard Hawley y su viaje fuera del tiempo
El músico británico ha combinado pasajes de pegada guitarrera y dulces ensoñaciones de un pasado musical que adora
Por generación, Richard Hawley podría ser un músico de Britpop, y de hecho ha tocado unos cuantos años con Pulp. Pero los gustos del cantante ... y guitarrista de Sheffield le han llevado a convertirse en un artista fuera del tiempo, que se mueve con soltura entre influencias del pasado y parece obsesionado con una cierta mitología de los años 50, pero también sabe ponerse contemporáneo de repente y entregarse a despliegues eléctricos que habrían desconcertado a aquellos referentes a los que idolatra, a los que a veces prácticamente canaliza en plan médium. En sus expediciones al pasado incluso recala en épocas más antiguas, que podríamos llamar prerock, quizá influido por un padre guitarrista que acompañó en sus giras inglesas a estrellas nacidas a principios del siglo XX, como Bill Monroe o John Lee Hooker.
De todo eso ha habido en su concierto del Azkena, un viaje fascinante y un poco nostálgico por estilos diversos en el que se han escuchado algunas melodías maravillosas: hay composiciones de Hawley que suenan directamente a 'standard', a material que desearía apropiarse cualquiera de los grandes de la canción. Eso sí, el comienzo no parecía encajar con esa imagen de rockabilly elegante que cultiva Hawley, que no se ha quitado las gafas oscuras y se ha dirigido en pocas ocasiones (y con extrema brevedad) al público: en su discografía existe lo que podríamos llamar un álbum 'distinto', 'Standing At The Sky's Edge', y le gusta empezar sus 'setlists' con el tema que lo abre, 'She Brings the Sunlight', una acometida eléctrica de seis o siete minutos entre el gótico desértico y la psicodelia astral. Muchas bandas de rock duro que han tocado en este mismo escenario le envidiarían la pegada de su banda, un sexteto con tres guitarras.

Después ha cambiado la eléctrica por una acústica, otro de sus guitarristas también, y han tocado 'Prism in Jeans', de su último álbum, una canción relajada y paciente que remite a Roy Orbison, por ejemplo. Hasta la voz parecía otra: de pronto sonaba dulce, como con la nostalgia incorporada. Y la tercera, 'Open Up Your Door', ha ido todavía más atrás: es una golosina romántica que podría cantar Nat King Cole, una de esas canciones que transforman el entorno, suavizan el mundo y recomponen un poquito el alma. Podemos jurar que una pareja se ha besado en primera fila. En tres canciones, Hawley nos había trasladado a su concepto de la historia de la música, que enlaza puntos heterogéneos: podríamos decir que la primera había sido de menear la cabeza de arriba abajo, la segunda de sacudir caderas y hombros y la tercera, por ejemplo, de chasquear levemente los dedos.
El espectro de Johnny Cash
Y para la cuarta, quizá el momento cumbre del concierto, ha elegido el gótico sureño de 'Standing at the Sky's Edge', una lenta exploración de la oscuridad, como cantada por el espectro de Johnny Cash, en la que intercalaba repentinos relámpagos de guitarra. Ha empezado con el batería tocando con las manos y ha acabado con un estridente 'feedback' sostenido durante un buen rato.
Hawley es un 'crooner' de voz maleable del que, seguramente, algo habrán aprendido sus paisanos Arctic Monkeys a la hora de trazar la audaz evolución de sus últimos discos. Sus interpretaciones, ya se está viendo, evocan extrañas fantasmagorías: uno se sorprende de pronto a sí mismo pensando en Sinatra, o en Hank Williams, o en Ricky Nelson sonando en una 'jukebox' de un bar de carretera. Y es también un cuidadoso arreglista, que dosifica la instrumentación para lograr el mayor efecto: en directo no cuenta con los recursos de sus grabaciones, pero se las arregla para reproducir la consistencia casi onírica de 'Coles Corner', otro de los hitos de su paso por Vitoria.
Ha habido momentos de encanto pop, como su éxito 'Tonight the Streets are Ours' (que podría cantar Morrissey, otro que se inspira a menudo en la mitología cincuentera), y también pasajes en los que las tres guitarras echaban chispas, como el final de 'Leave Your Body Behind You' o ese 'Heart of Oak' con el que ha cerrado el concierto. Ahí nos ha depositado en el presente, en este mundo hostil sin banda sonora que lo endulce, y justo entonces ha empezado a jarrear.
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