John Fogerty, el guardián de las esencias del rock americano
El artista vuelve con uno de los cancioneros más impresionantes del género, repleto de himnos de Creedence Clearwater Revival
Sería muy raro que, en su retorno al Azkena Rock Festival después de ocho años, John Fogerty no interpretara 'Have You Ever Seen the Rain', ... uno de los temas más conocidos de su legendaria banda, Creedence Clearwater Revival. En esa canción de engañosa liviandad (y en su estribillo, «¿alguna vez has visto caer la lluvia en un día de sol?») está encapsulado un momento clave de la trayectoria de Fogerty: cómo, cuando su grupo había alcanzado un éxito asombroso y global, inmune a esos nichos estilísticos que tan a menudo parcelan el rock, empezó a arreciar el inesperado chaparrón de rencores y reproches internos que dio al traste con el proyecto. La del artista californiano es una historia de empeño, talento y triunfo, pero también de una honda amargura que llegó a apartarlo de la música y le llevó a dejar de interpretar durante mucho tiempo sus obras maestras, lo más brillante y apreciado de su producción.
Hay un dato muy significativo. La Creedence (uno de esos grupos a los que, sin saber muy bien por qué, aquí solemos asignar el artículo femenino) publicaron siete álbumes en solo cinco años, entre 1968 y 1972. Hubo un año de fecundidad milagrosa y loco derroche, 1969, en el que lanzaron tres, y los tres magníficos. En cambio, en el medio siglo largo transcurrido desde entonces, Fogerty solo ha editado una decena de elepés en solitario. Entre una cosa y otra está el trauma, el impacto anímico de aquella ruptura, que después se prolongó más allá de todo lo imaginable en forma de litigios legales y todavía hoy sigue doliendo.
Les tocó después de The Grateful Dead: «Pusieron al público a dormir y yo tuve que despertarlos»
Cuando le preguntan qué es lo mejor que puede decir de sus excompañeros Doug Clifford y Stu Cook, el batería y el bajista de la Creedence, Fogerty responde que tendría que remontarse a la infancia, cuando se hicieron colegas en el instituto y formaron un grupo de versiones. Y su hermano Tom, que se encargaba de la guitarra rítmica, falleció en 1990 sin que llegara a producirse la reconciliación entre ellos.
John Fogerty no solo era vocalista y guitarrista del cuarteto, sino también su líder evidente y exigente, quien componía y decidía. Suya era la visión que había convertido a la banda en un gigante: atrás quedaba la larga prehistoria como The Blue Velvets (de 1959 a 1964) y The Golliwogs (de 1964 a 1967), fases preparatorias para un despegue hacia la estratosfera que Fogerty suele plantear en términos próximos a la iluminación: casado desde los 20 años, solía componer casi sin hacer ruido mientras contemplaba fijamente una pared vacía del diminuto piso familiar, y de pronto le vinieron a la cabeza cuatro palabras, «born on the bayou», nacido en el pantano.
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Alrededor de esa idea se aglutinó toda una mitología vinculada al sur de EE UU, que bebía de las imágenes de 'bluesmen' como Howlin' Wolf o Muddy Waters y que se concretó en la idea de 'swamp rock', rock pantanoso, la etiqueta con la que se suele 'resumir' el universo de la Creedence. Aunque, en realidad, su experiencia real del sur y sus ciénagas era, siendo generosos, muy limitada.
Lo de Fogerty y sus compañeros era una reivindicación de las esencias del rock americano en un momento, finales de los 60 y principios de los 70, en el que levantaban el vuelo estilos más propensos a lo exploratorio y lo divagante, como la psicodelia y el rock progresivo. En ese sentido, resulta muy ilustrativo lo que ocurrió en el Festival de Woodstock, para el que la Creedence fueron los primeros contratados. Les correspondió tocar ya de madrugada, con un importante retraso acumulado, y justo después del tremendo 'viaje' de Grateful Dead, que remataron con un monstruo de cuarenta minutos. «Los Grateful Dead pusieron a medio millón de personas a dormir y entonces tuve que salir yo e intentar despertarlos», ha resumido la situación el propio John.
No llegó a reconciliarse con su hermano Tom y no encuentra nada bueno que decir de los otros dos
Ese estilo directo, con canciones que muchas veces ni siquiera alcanzaban los tres minutos, heredero de la excitación y la honestidad del viejo rock and roll, les valió un éxito masivo: temas como 'Bad Moon Rising', 'Who'll Stop The Rain', 'Fortunate Son', 'Proud Mary' o 'Run Through the Jungle' siguen reinando hoy en las emisoras nostálgicas e iluminan bandas sonoras como las de 'Forrest Gump' o 'El gran Lebowski'. Ya en su época tenían ese aire de autenticidad añeja, un clasicismo ajeno a las tendencias: «No eran la banda más a la moda, pero sí la mejor», les ha elogiado Bruce Springsteen.
John era un perfeccionista que no perdonaba los ensayos, ni toleraba los abusos de drogas que pudiesen afectar a las actuaciones, y también era un artista declaradamente ambicioso: «Quería ser el mejor músico del mundo –ha dicho–, esa era mi promesa a mí mismo. Lo conseguí contra todo pronóstico, solo para ver cómo se derrumbaba sobre mí». Su hermano dejó el grupo, los otros dos reclamaron más voz y más participación y la Creedence se vino abajo.
Para conseguir su libertad artística, Fogerty cedió los derechos de sus canciones a su sello, Fantasy Records, y ahí entra en escena su némesis, el otro detonante de su duradera decepción, el empresario discográfico y magnate cinematográfico Saul Zaentz. Tras un par de discos con escasa repercusión, Fogerty se retiró del negocio, se mudó a una granja de Oregón y empezó a arruinar su matrimonio a base de alcohol. Pero en 1985, cuando remontó el vuelo comercial con su álbum 'Centerfield', se convirtió en protagonista de una de las situaciones más demenciales de la historia del rock.
Es seguramente el único artista demandado por plagiarse a sí mismo:«¡Eso es un estilo musical!»
Porque, sí, John Fogerty es seguramente el único artista acusado ante los tribunales de plagiarse a sí mismo. Fantasy Records le demandó (sin éxito) porque su tema en solitario 'The Old Man Down the Road' recordaba demasiado al 'Run Through the Jungle' de la Creedence, cuyos derechos pertenecían a la empresa. Fogerty acabó en el juzgado, guitarra en ristre, explicando que los temas se parecían simplemente porque eran suyos, no por su estructura: «¡Eso es un estilo, un estilo musical! Si tienes la suerte de encontrar uno, significa que te volverás reconocible al instante para los oyentes». Zaentz también emprendió acciones legales por la letra de un par de canciones que, sin dejar mucho lugar a dudas, aludían con desprecio a su persona.
Durante muchos años, Fogerty se abstuvo de interpretar material de la Creedence en sus conciertos, ya que los 'royalties' engordaban la cuenta de Zaentz, pero la situación se recondujo con la venta de Fantasy Records y, desde hace un par de años, disfruta del control completo de su catálogo. «Creé estas canciones. Nunca deberían habérmelas arrebatado. Y ese secuestro dejó un agujero enorme en mí», ha comentado a 'Billboard'.
«La Creedence no era la banda más a la moda, pero sí la mejor», ha elogiado Bruce Springsteen
Fogerty acaba de cumplir 80 años (es de la quinta de Van Morrison, Eric Clapton, Neil Young, Rod Stewart o el difunto Bob Marley) y sigue vistiendo esas emblemáticas camisas de currante que tanto agradaban años después a las huestes del grunge. Siempre se ha declarado «demócrata liberal» y apoyó a John Kerry y Hillary Clinton en sus campañas, aunque también le suelen recordar que en su momento manifestó cierto aprecio por la «rebeldía» de Donald Trump, que desde luego no le ha impedido exigirle que deje de utilizar en los mítines su himno 'Fortunate Son', otra muestra de los absurdos criterios del milonario a la hora de elegir banda sonora: la letra, una crítica a los ricos que se permitían dar esquinazo al ejército y no pagaban los impuestos que les correspondían, podría estar inspirada en su biografía.
«El hecho de que el señor Trump avive las llamas del odio, el racismo y el miedo mientras reescribe la historia reciente da todavía más motivos para que me preocupe su uso de mi canción», sentenció Fogerty. Y una última nota: al propio artista no le gustaría que terminásemos este perfil sin citar a su segunda esposa, Julie, con la que se casó en 1991 y a la que suele atribuir el mérito de sacarlo de sus tiempos oscuros, de enseñarle a fijarse más en el cielo soleado que en el insolente aguacero.
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