La piedra
Dijo Idoia Mendia: «Vemos a los vecinos como aliados». Por fin alguien hablaba de convivencia por encima de enfrentamientos y la campaña electoral vasca circulaba ... por derroteros de paz; hasta que aparecieron los energúmenos, de uno y otro bando, esos que creen estar en posesión de la verdad absoluta. Y al final ocurrió que el más tonto de entre la masa, ese que oculta su estulticia bajo una coartada ideológica lanzó una piedra. Quien la encontró fue Rocío de Meer, una representante del otro nacionalismo, del de enfrente, del que también percibe a los diferentes como malos patriotas. Y la piedra, que es lo que tienen los minerales hizo blanco y 'pupa', porque esa afición por agredir, se disfrace de fascismo o de antifascismo, es muy nuestra y evidencia, como el siglo XX demostró ampliamente, que el pensamiento totalitario existe en ambos.
Hay cosas importantes en campaña, pero una piedra arrojada al «enemigo» no parece serlo para algunos de nuestros candidatos o candidatas. Grave error. Precisamente la ética ha de ser condición indispensable para que podamos hablar de todas las demás cuestiones, y al parecer la ética política desapareció con la pedrada del fin de semana y nos ofreció argumentos que parecían sacados de periodos anteriores a 2010. «Si sólo fue una piedrita de nada. Si se lo merecen por fachas». La representante de EH Bildu afeó a Urkullu su condena del incidente y su «doble vara de medir», es más, justificó la pedrada porque «ellos» fueron los que «quemaron Gernika» y «ante el fascismo no vale la tolerancia». Tiene razón, ante el fascismo no vale la tolerancia, yo mismo he pedido en este periódico un «filtro democrático» contra Vox (como lo pedí en su día contra una izquierda abertzale de ademanes fascistas), pero esos diques de contención, fundamentalmente éticos, han de serlo, como hace Angela Merkel en Alemania, en el juego político institucional; no pactando con ellos, evitando su entrada en las instituciones o desnudando las carencias de su discurso, pero no lanzándoles 'piedritas'. ¿Acaso no podría pensar la candidata Iriarte que hablar de fascismo es peligroso para la representante de una formación a la que tanto cuesta condenar las actuaciones facciosas de ETA y los apoyos que justificaron la muerte de casi novecientas personas? ¿Acaso sería legítimo agredirla a ella bajo el calificativo de «asesina»? No, por supuesto que no, porque como dijo magistralmente Manu Montero, el antónimo de fascista no es antifascista sino demócrata.
Abascal e Iriarte han coincidido en el mismo discurso: la equidistancia de la condena. De nuevo los extremos condenados a tocarse. Lo único que han conseguido los pedregosos «anti» es alentar el victimismo que busca Vox. En Perpiñán, la ciudad del 'Iparralde catalán' elegida por Puigdemont para montar sus numeritos, resulta que hoy el nuevo alcalde electo es del Frente Nacional. Que no es por nada, pero yo… ahí lo dejo...
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