Inflación
Siempre hay forenses celosos que analizan los recovecos del escenario de un siniestro grave hasta acallar sus dudas, formulando luego conclusiones inquietantes. A alguna voz ... autorizada le ha parecido atisbar entre los estragos y residuos del actual caos pandémico el peligro incipiente de la inflación.
Es el caso, por ejemplo, de Larry Summers, ex secretario del Tesoro de Bill Clinton y principal consejero económico de Barack Obama, quien advierte que el programa económico de subvenciones solicitado por el presidente Biden podría desatar «presiones inflacionarias inéditas desde hace una generación». O el de Olivier Blanchard, ex-economista jefe del FMI, que basa sus temores en que el efecto multiplicador de los subsidios desborde al bache de producción (diferencia hasta el PIB de pleno empleo) lo que inevitablemente conduciría a un significativo aumento de los precios. Nos referimos a expertos estadounidense en relación con los Estados Unidos de América, que tampoco están seguros de qué cantidad de las subvenciones se está ahorrando, ni tampoco del valor de su multiplicador, cuyas consecuencias sobre el gasto, y sobre la inflación serán muy diferentes, según sea su magnitud. Lamentablemente el mundo de las previsiones y de las conjeturas conspira por aislarse en un lugar alejado de los economistas, que solo pueden pronunciar juicios condicionales y aproximados.
La verdad es que con cheques y ayudas al desempleo por cerca del billón de dólares los estadounidenses consumieron en enero un 5,3% más que en diciembre, un 7,4% más sobre enero de 2020, cuando aun no había atacado el virus Covid. Y está en trámite otro paquete por importe de 1,9 billones de dólares. Pero, aunque los precios de consumo solamente aumentaron un 1,4% interanual en Estados Unidos en enero, los consejeros de la Reserva Federal alertan en el acta de su última reunión, del peligro de una inflación temporal. Probablemente hay que ser algo pusilánime para ver en estas cifras un riesgo inminente. Otros interanuales a enero son 1,7% (Países Bajos), 0,7% (Reino Unido), 2% (República Checa) o 4,3% (Islandia). En Alemania, el interanual en enero subió hasta el 1,1%, y la inflación de la eurozona creció de media un 0,9%. Otras latitudes prosiguieron su curso en negativo, como Irlanda (-0,2%), Japón (-0,6%) o China (-0,3%).
En los mercados financieros hubo movimientos moderados, pero en todo caso, congruentes con los referidos temores. Las bolsas iniciaron rotaciones de títulos hacia sectores de mayor estabilidad. Y, de forma más apreciable, cayeron ligeramente los precios de los bonos y las obligaciones, lo que supone subidas de sus tipos de interés, en línea con la visión descrita.
Si volvemos nuestro rostro a España la variación anual en enero fue del 0,5%, un punto sobre diciembre, después de situarse durante casi un año en terreno negativo, una evolución razonablemente estable.
Llevamos en Occidente y en España muchos años con inflaciones contenidas e incluso negativas. El temor discutible -y en mi opinión prematuro- que lleva aireándose estas semanas podría, sin embargo, trasladarse a un escenario más lejano, que sería también más crítico y radical.
¿Qué va a suceder con el despegue de la producción, el empleo o la inflación, cuando se levante el acta de defunción definitiva de la pandemia? Lo previsible es que la demanda se dispare, ya que ésta no ha colapsado por circunstancias cíclicas, sino por imperativo de las normas sanitarias. No parece descabellado que en aquel entonces la demanda agregada despierte y con ella, también, la de las materias primas y en particular las energéticas. Pero ese momento aun no puede fijarse. En dicha circunstancia los niveles de precios podrían crecer en porcentajes significativos por la acción conjunta de la inflación de demanda y de la inflación de los costes energéticos y de materias primas.
Lo cual apuntaría a una pregunta amenazadora: ¿Qué sucederá cuando, para frenar la inflación, los bancos centrales empiecen a vender masivamente las obligaciones públicas consignadas en sus balances, los tipos de interés de los bonos suban, y el servicio de la deuda astronómica de los países pase de ser cero como en la actualidad, a una cifra significativa que puede asfixiar los presupuestos de los estados? Se trata de una premonición aleatoria. Pero mejor harían los políticos y la instituciones concernidas en considerar atentamente este grave escenario, que lamentar las anémicas décimas de inflación actuales.
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