«Oye, que has abucheado a uno del Movistar»
Pike Bidea se transformó en una gran decepción con el público enfadado con unos manifestantes que «han demostrado saber poco o nada de ciclismo»
Josu García y Aitor Echevarría
Miércoles, 3 de septiembre 2025
Poco después de las cinco de la tarde, Pike Bidea era un hervidero de aficionados dispuestos a pasar un buen día de ciclismo con la ... llegada de la Vuelta y el paso por este corto pero duro puerto de montaña que separa Sondika de Bilbao. La operadora de telefonía Euskaltel había repartido camisetas y gorros, por lo que una marea naranja inundaba cada curva. Kalimotxo, bicicletas de aficionados en las cunetas, niños con cajas de cartón para recolectar bidones y gorras… Vamos, lo que viene siendo una fiesta. Pero la celebración se chafó de manera abrupta. Pocos minutos antes de que llegara la cabeza de carrera se extendió el rumor de que la etapa acabaría tres kilómetros antes de la meta y que no habría ganador por los incidentes causados por un grupo de manifestantes propalestinos en la Gran Vía.
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Primero fue un murmullo. Pero poco después el runrún se transformó en una certeza confirmada por algunos de los espectadores que seguían con atención a través del móvil la retransmisión de la etapa por televisión. «Qué pena. Esto es ciclismo. No entiendo que unos pocos estropeen un espectáculo que gusta y apoya tanta gente», decía Ángel Morales, que había venido desde Madrid para ver de cerca la pugna entre Vingegaard, Almeida y Pidcock, y se marchó «enfadado» e «indignado».
En Pike Bidea hubo banderas palestinas desde las doce de la mañana. Eran visibles y notorias pese a que las personas que las portaban constituían una gota en mitad de ese océano naranja que había tomado la carretera para animar a los ciclistas. El punto más significativo, en el que más se dejaron ver los manifestantes, fue en la recta ubicada tras pasar la curva de la caseta de aguas, a unos 400 metros para coronar. Un tramo sin obstáculos y con buena visibilidad. Allí hay una pendiente superior al 15%. Los ciclistas pasan relativamente despacio. Todo pensado para que su protesta se dejara notar en televisión.
Este grupo de activistas se apostó justo donde se había pintado en el suelo una gran bandera del país árabe, con la leyenda 'Palestina askatu' ('Liberad Palestina'). La inscripción se hizo hacia el mediodía, ya que no estaba a las once de la mañana. Se trata de una estrategia que los manifestantes siguen en las grandes vueltas. Dejan para última hora la pintura para que sus proclamas no sean borradas por un equipo especial que suele realizar el recorrido temprano, con la misión de eliminarlas con brochas que desprenden un gris parecido al color del asfalto.
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Las claves
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Escena surrealista «Oye, que has abucheado a un Movistar, no a un Israel. Fíjate bien», le reprochó un manifestante a otro
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En plena Gran Vía En meta, la organización pidió disculpas por megafonía, pero no logró aplacar la «decepción»
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Celebración aguada El naranja regresó a Pike Bidea de la mano de Euskaltel, pero la etapa acabó fundida a negro
A ambos lados de la carretera estuvieron los manifestantes, ondeando banderas tricolores. Alguna enseña se pudo ver también con el emblema de la amnistía y el acercamiento de presos de ETA, pero fueron mínimas. Además lucieron algunas camisetas y pañuelos palestinos. La Ertzaintza les vigilaba de cerca. Hubo, al menos, una decena de patrulleros uniformados en guardia. Varias motos se detuvieron igualmente en esa encrucijada estratégica. A ese despliegue se unieron dos agentes de paisano, que fueron los que contuvieron a los activistas propalestinos en los momentos de más tensión (que los hubo).
Circulaba la carrera ya cerca de Pike Bidea y los manifestantes se quedaron ligeramente aislados. «No veo nada. Voy a buscarme un sitio mejor», le decía un amigo a otro, apartándose del corazón de la concentración. Un movimiento que hicieron muchos espectadores. ¿Por qué? Porque las enormes banderolas invadían el asfalto, dificultando la visión de los corredores. «No las metáis dentro o tendré que echaros hacia atrás. Es por seguridad, pueden provocar una caída», les pedía un ertzaina.
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Pero los manifestantes no hicieron caso. «Palestina askatu. Boikot Israel», repetían, una y otra vez. La situación se volvió ya eléctrica cuando pasó el trío de cabeza, con Pidcock, el líder y Almeida. En ese momento, los policías de paisano tuvieron que empujar a los manifestantes para abrir un pasillo. Los activistas no se lo tomaron nada bien. «No me empujes». El resto del público optó por no tomar partido pero se veían caras de circunstancias, de enfado, porque lo que estaba pasando no era la celebración esperada.
«Salí antes del curro para esto»
Los gritos en contra de Israel arreciaron cuando pasó un corredor de este equipo (el británico Jake Stewart), protegido por un pelotón relativamente pequeño. «Asesinos, genocidas…», le abuchearon. El resto de ciclistas pedaleaban entre sorprendidos y molestos. Al igual que buena parte de los presentes, que esperaban un espectáculo más puramente ciclista y, sobre todo, un desenlace con ganador y en el corazón de Bilbao. «Es lamentable. Una vez más, unos pocos dan la nota y fastidian al resto», aseguraba en privado un hincha que portaba un maillot del Jumbo.
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Pero la escena más surrealista estaba aún por llegar. A varios minutos de la cabeza pasaron el alemán Michel Hessmann (Movistar) y Gianmarco Garofoli (QuickStep). Pedaleaban con relativa calma, guardando energías. Fue entonces cuando uno de los manifestantes les gritó, a un palmo de sus caras: «Asesinos, asesinos». «Oye, que esos no son del Israel. Fíjate bien en el maillot, eran del Movistar», le reprochó un compañero. «Perdón, es que son todos parecidos», respondió.
Para entonces, la desilusión ya era máxima en Pike Bidea. Algunos espectadores no aguardaron a que pasara el último de los corredores y comenzaron a marcharse. La marea se diluyó rápidamente, con «caras largas» y bastante decepción. «Pides salir antes del curro para esto. El día que recupere las horas me voy a acordar de esta gente», decía uno de los aficionados que decidió irse a casa de los primeros.
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La enorme decepción se trasladó después a la Gran Vía. Los allí presentes se quedaron sin el final esperado. Familias que habían acudido para disfrutar de la cita ciclista expresaban su malestar: «Es una pena, hemos venido aquí con ganas de ver la etapa y no vamos a poder», lamentaba un hombre visiblemente contrariado. Otro asistente, más directo, resumía su enfado: «No se puede actuar así».
La tensión convivía con las consignas políticas. Mientras parte del público protestaba contra la interrupción del espectáculo deportivo, otros se sumaban a los cánticos en defensa de Palestina: «No es una guerra, es un genocidio», se escuchaba en varios puntos. «Estás con ellos o contra ellos, es lo que hay». Las autoridades y la organización pidieron disculpas por megafonía, sin lograr calmar el descontento. «Pues vaya», repetían algunos aficionados.
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