El sonido de Nueva York
El aire de la ciudad ·
Se cumple un siglo del estreno de la 'Rapsodia in blue' de Gershwin, obra clave de la música estadounidenseSi la trascendencia de un espectáculo se mide por la celebridad de quienes asisten al mismo, el concierto titulado 'An experiment in modern music' estaba ... llamado a hacer Historia. El 12 de febrero de 1924, convocados por el músico de jazz Paul Whiteman en el Aeolian Hall de Nueva York, se encontraban entre el público los compositores Igor Stravinski, Sergei Rachmaninov, John Philip Sousa, Ernest Bloch, Victor Herbert y Virgil Thomson; los violinistas Jascha Heifetz, Fritz Kreisler y Mischa Elman; y los directores Leopold Stokowski, Willem Mengelberg y Walter Damrosch. Sentados a su lado, estrellas de la ópera y el cine, 'flappers' y famosos sin más oficio que vivir la vida como si no hubiera un mañana.
¿Qué convocaba a tantos nombres ilustres en la espléndida sala de la calle 42? Un programa compuesto por 26 piezas, en muchos casos de autores hoy olvidados. Era una reivindicación del jazz y la última obra del programa era lo que podríamos llamar un título de prestigio, por su estilo y por el autor, aunque encajaba mal en el aire general del concierto. Allí estaba la 'Marcha de Pompa y Circunstancia N.º 1' de Elgar, estrenada en 1901 y que es como un himno extraoficial del Reino Unido. Justo antes se interpretó otra escrita por un joven de 25 años que era un encargo: la 'Rapsodia in blue' de Gershwin.
Hasta ese día, Gershwin era conocido por sus musicales, repletos de canciones en las que mostraba una facilidad melódica asombrosa. Nacido en el seno de una familia judía de origen ucraniano, había aprendido a tocar el piano de forma autodidacta y recibió una formación musical básica. A los 16 años se ganaba la vida en una tienda de pianos, haciendo demostraciones para las familias de clase media que querían comprar un instrumento para sus hijos. Un público amplio, porque tener un piano era un signo de distinción y más en el desbordante Nueva York de esos años. No en vano Steinway tenía allí su fábrica más grande.
Gershwin ya había colaborado con anterioridad con Whiteman. El promotor y director era muy consciente del talento del joven y por eso le encargó una pieza para un concierto sin apenas estrenos. Él aceptó, pero se sumergió en la vorágine de sus compromisos con los teatros y se olvidó. Cinco semanas antes del concierto, un periódico de Nueva York publicó un reportaje sobre el mismo, hablando de la expectación que había suscitado. Su hermano Ira, su letrista habitual, lo leyó y recordó a George que no había compuesto ni una nota. Este trató de eludir el compromiso, pero Whiteman lo convenció de que no podía hacerlo.
Sus biógrafos recogen unas declaraciones en las que Gershwin explica que concibió la pieza mientras viajaba a Boston. «Fue en el tren, con su estruendo que tantas veces resulta tan estimulante para un compositor... Frecuentemente oigo música en el corazón mismo del ruido. Y allí de repente escuché -e incluso vi en el papel- la construcción completa de la Rapsodia, de principio a fin. No se me ocurrieron nuevos temas, pero trabajé sobre el material temático que ya tenía en mente y traté de concebir la composición como un todo. La concebí como una especie de caleidoscopio musical de Estados Unidos, de nuestro vasto crisol, de nuestro ánimo nacional sin igual, de nuestra locura metropolitana. Cuando llegué a Boston tenía una trama definida de la pieza». Era el 7 de enero, según figura en la partitura de la obra en su versión para dos pianos que el compositor terminó en apenas unos días. Fue enviada a Ferde Grofé, el arreglista habitual de Whiteman (y autor de algunos títulos de ambiente muy 'americano' como la Suite del Gran Cañón), quien terminó la orquestación el día 4.
La obra se estrenó con el propio Gershwin al piano, acompañado por la Palais Royal Orchestra reforzada con algunos instrumentistas de cuerda y Whiteman en el podio. La expectación era máxima y se vio satisfecha desde los primeros compases, con ese solo de clarinete que suena como una sirena policial. A partir de ahí, el ritmo frenético de la ciudad, el lirismo de una conversación amorosa al atardecer, el tráfico, los sueños… El éxito fue tan grande que el concierto se repitió en varias ciudades de Estados Unidos, retirando del programa la 'Marcha de Pompa y Circunstancia' y haciendo que la pieza central, el verdadero plato fuerte, fuera esa Rapsodia de menos de veinte minutos con la que la música clásica estadounidense abrió una nueva época.
Concibió la pieza en un tren «como un caleidoscopio musical de Estados Unidos, de nuestro vasto crisol»
Inspiración para el cine
Porque Gershwin tuvo el mérito de combinar la esencia de la cultura popular del país, con el jazz y el blues como elementos centrales, con la tradición europea, en la que en ese momento dominaban compositores como Richard Strauss. La Rapsodia está en el origen de todo eso. Y de ella se han hecho versiones muy distintas que sin embargo mantienen su esencia. Además de las concebidas para uno y dos pianos y la arreglada para piano y banda de jazz, el propio Grofé añadió otra en 1942 que es la que hoy suele escucharse en las salas de conciertos: para piano y orquesta sinfónica.
Aunque en la intención de Gershwin estaba reflejar el espíritu de Estados Unidos, la pieza ha terminado por sintetizar mejor que ninguna otra el aire de la ciudad de Nueva York. En esa asimilación ha ayudado mucho el cine. En la escena inicial de 'Manhattan', Woody Allen identifica música y urbe como quizá no se ha hecho nunca en otra película. Y años después, en 'El gran Gatsby', Baz Luhrmann hace que en la espectacular fiesta organizada por su protagonista, con el 'skyline' de Manhattan al fondo, suene esta partitura y desencadene una apoteosis de luz y entusiasmo.
La obra figura entre las más influyentes e interpretadas piezas del siglo XX. No resulta extraño que cuando su autor se presentó ante Ravel y, consciente de sus limitaciones en el terreno de la orquestación, le pidió que le diera algunas clases, el vasco francés le respondiera con su ironía habitual: «¿Para qué quiere ser usted un Ravel de segunda si puede ser un Gershwin de primera?». Su éxito fue enorme, pero no pudo disfrutarlo mucho tiempo. Murió a los 38 años a consecuencia de un tumor cerebral. Solo habían pasado trece desde el concierto en el Aeolian Hall. El experimento de la música moderna salió bien.
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