«El secuestro de mi abuelo ha sido un tabú en mi familia»
Lecturas ·
En 'Canción', el autor guatemalteco reflexiona sobre la identidad a partir de historias personales muy próximasEduardo Halfon acaba de publicar 'Canción' (Ed. Libros del Asteroide), la historia del secuestro, en 1967, de su abuelo, un judío libanés, a manos de ... las Fuerzas Armadas Rebeldes de Guatemala. Esta novela se inscribe en el gran proyecto en marcha del guatemalteco, que reflexiona sobre la identidad a través de las historias de su familia, y que va dibujando un mapa literario en el que se distinguen las cicatrices que los grandes conflictos han ido dejando en la piel de la humanidad. 'Canción' se emparenta, por tanto, con libros como 'Monasterio', 'Duelo' o 'El boxeador polaco', pero en esta ocasión la crónica se suma a su narrativa, siempre seductora y emocionante.
- «Llegué a Tokio disfrazado de árabe». La primera frase de 'Canción' nos lleva ya al tema de la identidad.
- Es curioso: yo nunca me percaté de que estuviera escribiendo sobre identidad hasta que, ya avanzado este proyecto, un periodista guatemalteco me lo señaló. Y obviamente le dije que tenía razón. Estoy escribiendo sobre los distintos disfraces que tengo, sobre las distintas herencias que he recibido de mi familia: la guatemalteca, la judía, la polaca, la árabe. La identidad es un tema que a mí me sigue pareciendo tan solo una palabra, algo muy abstracto. Lo que me interesan son las historias, lo que yo quiero lograr con mis libros es contar algo, contar una historia, que esa historia luego esté marcada por un tema tan universal como la identidad es algo que los lectores ven, pero yo no lo tengo presente mientras escribo.
- Usted desliza, imagino que con intención, observaciones que desmontan arquetipos culturales. Por ejemplo, en un tramo delicioso del libro en el que glosa los platos de su infancia, asegura que nunca ha sabido detectar las diferencias entre la comida árabe y la comida judía.
- Sí, todo lo que escribo tiene una intención, y mi intención ahí es transmitir que yo, como niño, no diferenciaba entre esas dos culturas. Para mí, la cultura judía y la cultura árabe eran una sola. Yo no sabía qué receta de mi abuela era egipcia y cuál era judía. También me pasaba con determinadas palabras que usaba mi abuelo y que a fecha de hoy sigo sin saber si eran hebreas o árabes. Para mí no había ningún conflicto entre ser árabe y ser judío.
- Además de la sutileza, le distinguen también el uso de la ironía y, puntualmente, del erotismo.
-Así es, y recurro a esas herramientas en momentos demasiado solemnes. Cuando noto que el momento es muy intenso, necesito una válvula de escape. Nada es tan solemne como para no admitir una sonrisa o una caricia.
- En 'Canción', el lector percibe la pulsión sexual que dos personajes experimentan, a pesar de estar hablando de algo tan doloroso como son las heridas que dejó Hiroshima.
- El deseo por encima de la violencia, de las cicatrices, de la guerra, de la solemnidad. Por muy solemne que sea hablar, por ejemplo, sobre Hiroshima, dos manos rozándose por debajo de la mesa lo ponen todo en contexto otra vez, lo bajan a la tierra.
«Todo lo que escribo busca transmitir que para mí, cuando era niño, las culturas judía y árabe eran una sola»
Las cicatrices de la historia
- A través de sus libros, recorremos las grandes cicatrices de la historia contemporánea.
- Sí, no fue mi intención, pero me atraen estos grandes conflictos, estas enormes cicatrices sobre la piel de la humanidad: la guerra de los Balcanes, el genocidio en Guatemala, la Shoah. Me interesa cómo reacciona el ser humano tras estos conflictos.
- ¿Cómo ha reconstruido el secuestro de su abuelo?
- El secuestro de mi abuelo era otro de esos temas tabú en mi familia. Era una historia que yo sabía que estaba ahí, pero me negaba a acercarme a ella, como me negaba a acercarme al mundo árabe de mi abuelo, a mi disfraz libanés. En realidad, fue un libro el que vinculó el tema del secuestro con otro gran tema al que tampoco había querido acercarme: la guerra civil guatemalteca. No lo consideraba un tema mío porque yo no viví allí durante aquellos años. En los años setenta, cuando yo era niño, vivía en una burbuja, muy aislado de esa guerra que en aquel entonces sucedía solo en las montañas. Hacia los años ochenta, entra en la ciudad. Mi memoria, entonces, sí registra bombardeos, tiroteos, guardaespaldas, puestos de registros militares, y empieza a entrar la violencia en mi mundo infantil. Pero nos fuimos a Estados Unidos y yo crecí lejos de todo eso, de esa gran herida nacional. Y de pronto me topo con un libro que me regaló mi padre, escrito por un exguerrillero que cuenta en primera persona la historia de mi abuelo y, especialmente, la historia la de uno de los secuestradores apodado 'Canción'. Y es en ese momento cuando se juntan esas historias y se empieza a conformar este libro.
- En la novela se afirma que «Guatemala es un país surrealista». ¿Cómo era el país en aquellas décadas violentas?
- Toda guerra es contradictoria, ambigua. Dependiendo de a quién le preguntes, las víctimas y los verdugos cambian. La historia de la guerra es muy controvertida. Hay ciertos temas, ciertas palabras, que aún hoy causan incomodidad. Por ejemplo, decir que hubo un genocidio, cosa que yo sostengo, no le gusta a un pequeño porcentaje de la población. Pero sucede con todas las guerras: es imposible entenderlas. Yo solo he hecho un acercamiento, he tratado de ser objetivo, y, en todo caso, solo quería que fuese un telón de fondo, porque mi voluntad era hablar de un drama concreto; eso sí, era importante pintar bien ese telón de fondo.
- Tiene usted una gran capacidad para saber qué contar y cuándo. Imagino que se trata de una mezcla de oficio y de intuición.
- Existen las dos facetas. Hay una orfebrería muy trabajada, he dedicado mucho tiempo a trabajar tanto cada fragmento del libro como su ubicación, pero también hay un elemento intuitivo. Hay un momento en el que estoy sentado ante el manuscrito y percibo una certeza y me digo 'esto tiene que ir aquí, y esto otro, aquí'. No sé cómo explicarlo, es algo que va en contra de mi naturaleza, porque yo soy excesivamente racional y sistemático, pero siento ese elemento intuitivo de la literatura y me dejo llevar por él. Si trato de resolver una escena, en la ducha o caminando o lejos del ordenador, no puedo. Tengo que sentarme y dejar que los dedos se muevan sobre el teclado por sí solos. Es algo mágico, misterioso, y está bien que sea así.
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