
«Muchos libreros han abierto por romanticismo»
Soy de la Cuesta ·
La lucha por la supervivencia forma parte de la identidad de este «kilómetro cero» de los libros. Una asociación demanda mejores condiciones y más visibilidadSecciones
Servicios
Destacamos
Edición
Soy de la Cuesta ·
La lucha por la supervivencia forma parte de la identidad de este «kilómetro cero» de los libros. Una asociación demanda mejores condiciones y más visibilidadEduardo Laporte
Viernes, 18 de abril 2025
Pío Baroja cumpliría 52 años el año del traslado de los puestos de libros instalados en el paseo del Prado, frente a la verja del ... Jardín Botánico de Madrid, a su actual ubicación. El director de dicha institución consideraba «improcedente y perjudicial para la salud» la presencia permanente de los libreros y su protesta motivó un cambio de ubicación que no gustó a nadie. Ni a aquel Baroja que ya había publicado sus mejores novelas ni a los demás aficionados a ese vagabundeo libresco. Se firmó un documento en contra con la rúbrica del escritor vasco y otras personalidades como Guillermo de Torre o Benjamín Jarnés. Todos ellos, «amantes de todo cuanto redunde en beneficio de la cultura y amor al libro», pedían un lugar «bien visible y de fácil acceso».
Su petición cayó en saco roto, ya que el 30 de abril de 1925 el arquitecto municipal de turno envió una respuesta formal en la que aseguraba que la elección del nuevo emplazamiento fue «examinada con gran detenimiento». Nacía así, de este modo paradójico, una nueva «Feria de Libros», la Cuesta de Moyano, a la que esperaban, como poco, cien años de vida.
«El sino de la Cuesta de Moyano ha sido el de estar en lucha», señala Lara Sánchez, nieta de librero (caseta 26, J. F. Berchi) y fundadora de la asociación Soy de la Cuesta, que desde 2019 trata de hacer que el camino sea menos empinado. Intenta canalizar, con aliadas como Carolina Méndez, presidenta de la Asociación de Libreros, las gestiones con el Ayuntamiento para conseguir un canon justo e igualitario y el mantenimiento del buen estado de los puestos, así como dar visibilidad a una de las pocas ferias permanentes de libro antiguo y de segunda mano -con permiso de los buquinistas de París- de Europa.
«Hay muchos libreros de Moyano que han estado abriendo por romanticismo, y eso no puede ser», se lamenta Lara Sánchez. «Las instituciones tienen que proporcionar las condiciones y las infraestructuras adecuadas para que esto salga adelante mucho años más», reivindica esta gestora cultural con amplia experiencia en instituciones como el Círculo de Bellas Artes. «El Ayuntamiento ayuda, pero a base de mucho pico y pala; llevamos cuatro años luchando sin parar», se queja Sánchez, cuyas exigencias de mejora son tan básicas como la puesta a punto del alumbrado de la zona, demasiado oscura en otoño e invierno. «¡Ni siquiera tenemos luces de Navidad!», denuncia la directora de Soy de la Cuesta, a quien le indigna que no se acabe de valorar la labor comercial de los libreros de tan emblemático lugar.
Gracias a su labor y al empuje de los propios libreros, se está logrando cerrar la herida abierta que trajo la pandemia, que obligó a un cierre de tres meses y una actividad languideciente durante casi un año. El apoyo de amantes del libro como Rosa Montero, Arturo Pérez-Reverte, Pío Caro-Baroja y Christina Rosenvinge, entre otros, ha conseguido volver a atraer el interés de los lectores.
Más aún con la cantidad de actividades programadas para este 2025, año del centenario, como las tertulias de Generación Moyano (la próxima, moderada por Javier Rioyo, será el 26 de abril, bajo el título 'Los libros prohibidos') o el acto de hermanamiento entre los libreros de Moyano y los citados buquinistas de las dos riberas del Sena, con una charla que se promete cargada de anécdotas conducida por el periodista cultural Guillermo Altares.
El abuelo de Lara Sánchez, José A. Fernández Berchi, heredó la caseta en 1941. Uno de los treinta puestos, los mismos, grosso modo, desde hace cien años, que los libreros gestionan a cambio del pago de un canon, que oscila entre los 3.000 y los 9.000 euros al año, al Ayuntamiento de Madrid. En ese comercio de lance, como también se conoce a las librerías de viejo, no es raro que aparezcan hallazgos. Hubo un librero que encontró cien mil pesetas entre las páginas de un libro. Andrés Trapiello, aunque es más asiduo al Rastro, dio con un expediente judicial del año 1945 que le sirvió de material para trenzar su exitosa novela 'La noche de Cuatro Caminos'. O las cartas que, en una visita a un domicilio de coleccionistas, encontró por casualidad Guillermo Blázquez, librero ya jubilado de Moyano y gran experto en documentos antiguos. Un manojo de misivas que envió Emilia Pardo Bazón a Benito Pérez Galdós considerada una de las correspondencias amorosas más peculiares de la historia literaria.
Así, la Cuesta de Moyano se presta a esa husma literaria tan del gusto de los bibliófilos, solo que en este caso a la intemperie. Cada viernes, a eso de las once y media de la mañana, algunos puestos como el de Riudavets (caseta nº 15), llevan a cabo lo que un influencer llamaría «un unboxing», es decir, abrir la caja con los libros que se han recibido para que los escudriñen bibliófilos de todo tipo. Entre esos curiosos se encuentran también libreros de viejo de la zona (está a tiro de piedra del Barrio de las Letras) en busca de material para sus propios negocios, contribuyendo a hacer más peculiar si cabe la trazabilidad de estos fondos.
Una cita, por tanto, para los muy madrileños (vengan de donde vengan) y para los muy librescos, que permite conocer antes que nadie esas viejas novedades que van a parar hasta este «nido de libreros». Como los títulos que se pueden encontrar en una sola caseta, la 11, de Jorge Tkatch, psicólogo bonaerense que lleva desde 2005 trabajando en la Cuesta. Quien pasee la vista por esos repletos metros cuadrados encontrará pequeñas joyas como la 'Antología de literatura fantástica', compilada por Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo en 1940 y editada por Sudamericana. O las primera ediciones en español de 'Crónicas marcianas', de Ray Bradbury (1955, ediciones Minotauro) o 'En el camino', de Jack Kerouac, de la editorial Losada. O '62 Modelo para armar', la novela más experimental de Julio Cortázar, publicada también por Sudamericana y con una llamativa cubierta de un mapa de París. O los 22 (de los 33 que se publicaron) títulos de la Biblioteca de Babel, de Siruela, un proyecto ideado por el editor italiano Franco Maria Ricci, que encargó a Borges que dirigiera esta colección de lecturas fantásticas. En la caseta 11 se encuentran títulos de esta serie como 'Bartleby, el escribiente', 'Las mil y una noches' (según Galland y según Burton) o 'La carta robada', de Edgar Alan Poe. Entre los que no están, los veinte ejemplares de una colección dedicada a Joseph Conrad, procedentes de una biblioteca privada, que Tkatch vendió a Arturo Pérez-Reverte.
Las casetas de 2025 siguen casi igual que cuando se instalaron, con su característico gris azulado, un tanto malva, un tanto lila. Dedicadas a los libros hay 28 en rigor, ya que una, entre la 15 y la 16, alberga los aseos y la primera está ocupada, a petición de Soy de la Cuesta, por la Oficina de Turismo. Las mismas, pero con distintos dueños, aunque haya algún librero tan veterano como Fernando Plaza, a pie de caseta desde 1957. Empezó con apenas 12 años, antes, por citar un dato de referencia, del Plan de Estabilización. «No era legal» -reconoce Plaza- «al menos para ese de allí (dice señalando la estatua de Claudio Moyano, que da nombre a la cuesta), que instituyó la enseñanza obligatoria para los alumnos de Primaria».
Plaza ha visto pasar a muchos lectores, ha sido testigo de muchas fases de la Cuesta, con sus subidas y bajadas de popularidad, y desde la caseta de La Clásica ha comprobado cómo sus libros antiguos se hacían también más antiguos. «No soy pesimista, pero es cierto que hay quien se ha puesto a vender libro nuevo, cuando Moyano ha sido siempre feria del libro antiguo y de ocasión. Y venden un cuadro, un grabado, lo que caiga en sus manos… Lo que sea con tal de sobrevivir», comenta Plaza. Reconoce, con ironía, que no puede tener cariño a ningún libro en especial, porque lo que todo librero quiere, en realidad, es venderlos, por muy preciados que sean.
Otro veterano del km 0 de los libros, como también se conoce a este lugar, es Juan José Grimaldos, que lleva unos cuarenta años en la caseta número 2 (Juan H. Mora), donde empezó ayudando a su abuelo. «La mejor época vino tras la muerte de Franco», cuenta. «Esa explosión de libertad y cultura que se produjo desde entonces hasta principios de los noventa fue especial», considera este librero que reconoce que, a pesar de todas las amenazas, se puede vivir de la Cuesta. ¿Y si los mejores años de la Cuesta de Moyano estuvieran por venir?
Un sueño al alcance de la mano. Ser librero en la Cuesta de Moyano. No es utopía, no es quimera. Como recuerda Lara Sánchez, de la asociación Soy de la Cuesta, quedan cuatro por subastar. La pelota está ahora en el tejado de la Junta de Distrito de Retiro, con Andrea Levy a la cabeza, para que publique el pliego de condiciones de las futuras licitaciones. Los técnicos municipales alegan problemas con una tubería en mal estado. «Llevamos desde el año pasado pidiéndole al alcalde que ponga una tubería nueva para su centenario…», se lamenta esta nieta de libreros. Son casetas que han quedado libres tras las jubilaciones de los respectivos libreros y que gracias a las recientes incorporaciones, fruto del espoleo de la asociación, han permitido a la feria llegar a los cien años con casi todos los puestos en activo. Los nuevos libreros que consigan esas licitaciones lo serán ya del segundo siglo de la Cuesta.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.