Leo Borchard, música y resistencia
Integridad ·
El director de la Filarmónica de Berlín dio la talla en los años oscuros del nazismo y la ocupación rusaIbon Zubiaur
Sábado, 9 de septiembre 2023, 00:00
La fatalidad trunca a veces trayectorias que pudieron dar otro curso a la historia; la de la música abunda en desapariciones prematuras. Hoy pocos conocen ... a Leo Borchard, el primer director de la Filarmónica de Berlín tras la guerra, o sólo por los capitales diarios de su compañera Ruth Andreas-Friedrich. Su trágica figura ilustra bien la complejidad de las relaciones entre música y política, incluso en entornos tan extremos como los del nazismo y la inmediata posguerra.
Lev Borchard nació en Moscú en 1899, en el seno de una familia acomodada, y pudo consagrarse a la música desde joven. Con la Revolución de 1917 la familia queda desclasada. La madre tuvo el acierto de invertir los restos del patrimonio en violines, que financiarán la formación de su hijo. Se establece en su casa de verano en Finlandia y desde 1920 en Berlín, donde recalan por entonces cientos de miles de emigrantes rusos que le reportan a la ciudad el sobrenombre de Berlingrado. Borchard se sentirá siempre cosmopolita, incluso tras adquirir la nacionalidad alemana (ya formalmente como Leo, aunque seguirá firmando como Lev Levovich).
Su carrera no fue rápida, en un entorno saturado de grandes talentos. Desde 1925 es asistente en la Ópera Municipal de Bruno Walter, el director que más admiró. Pero el propio Otto Klemperer, en una de sus fases depresivas, llega a tomar clases de dirección con Borchard, que entre 1929 y 1931 actúa como segundo director de la nueva Orquesta de la Radio en Königsberg y empieza a labrar su prestigio como músico concienzudo y especialista en música rusa y escandinava.
Dirige por primera vez a la Filarmónica de Berlín en enero de 1933, justo antes del ascenso al poder de los nazis. Pero en abril es denunciado por motivos ideológicos y relegado, aunque se le abona una indemnización y sale comparativamente airoso de las escabechinas desatadas en el frente cultural que se llevan por delante al grueso de los músicos judíos. En la temporada 1934/35 asume gran parte de los conciertos populares de la Filarmónica, con excelentes críticas. Y pese a la voluntad divulgativa del formato, deja su impronta y osa interpretar el 'Pájaro de fuego' de Stravinsky, al límite de la modernidad que los nazis están dispuestos a tolerar en esos años (en 1942 se prohibirán expresamente la música rusa y la francesa, con salvedades). Asume también conciertos en el extranjero hasta que en 1936 se le etiqueta como poco fiable en lo político, con lo que sólo podrá dirigir ya puntualmente a la Filarmónica. Tampoco obtiene la plaza de director titular en Baden-Baden a la que se presenta en 1937. En cambio, traduce al alemán la biografía de Chaikovski de Nina Berbérova (que aparece en 1938 pulida de alusiones a la homosexualidad del compositor) y relatos de Chéjov para la prestigiosa editorial Gustav Kiepenheuer.
En marzo de 1943 se le permite volver a dirigir a la Filarmónica en Berlín, en un concierto de música contemporánea que supone el estreno mundial del 'Capriccio Op. 2' de Gottfried von Einem (dedicado a Borchard por iniciativa de Boris Blacher). Además de la solidaridad entre los músicos de vanguardia que quedaban en Alemania, el evento ilustra las ambigüedades y pugnas de la política cultural nazi incluso recién proclamada la «guerra total»: frente al sector ultra de Rosenberg, Goebbels seguía buscando integrar (y utilizar) a artistas muy alejados del régimen. Blacher compondrá un oratorio sobre 'El Gran Inquisidor' de Dostoyevski con libreto de Borchard. Von Einem es quien le encomienda a Konrad Latte, un joven músico judío que sobrevive clandestinamente en Berlín pero está empeñado en tomar clases de dirección. Borchard no se cree la leyenda sobre su identidad ficticia y le pone una condición para dar clases: «Debe confiar en mí. De lo contrario no podemos trabajar.» Impresionado por el porte íntegro de Borchard, Latte le cuenta de inmediato la verdad y el director replica: «Es bueno que me lo haya contado todo. Ahora lo sé -y acabo de volver a olvidarlo-». No le cobrará las clases y compartirá con el joven sus cupones de alimentos. Frente a quienes tratan de hacer pasar la mezquindad por astucia, y bajo peligro de muerte, Latte supo entender algo esencial: que la confianza puede ser una apuesta más sólida que la suspicacia.
Durante esos años oscuros, Borchard lideró la red de apoyo a perseguidos 'Tío Emil', que será el único grupo de resistencia no comunista en Berlín reconocido como tal por las autoridades rusas de ocupación. Contra lo que suele creerse, los soviéticos se apresuraron a volver a poner en pie una vida cultural, y fueron los propios músicos de la Filarmónica quienes eligieron a Borchard como director. El 26 de mayo (apenas un par de semanas tras la capitulación), con instrumentos prestados y partituras rescatadas de las ruinas, brindaron su primer concierto. El programa fue toda una declaración de principios: Mendelssohn (el gran músico judío de Berlín, proscrito durante doce años), Mozart, y Chaikovski (el favorito de Borchard). Les siguieron varios más, pero el 23 de agosto, tras una cena en casa de un coronel británico que se prolonga más allá del toque de queda, el coche oficial del anfitrión es tiroteado en un puesto de control americano y Leo Borchard fallece en el acto. El infausto incidente será enterrado y las autoridades ocupantes hallan pronto un sustituto al frente de la Filarmónica: Sergiu Celidibache, que iba a marcar época (y siempre habló muy bien de su predecesor).
Del desempeño como director de Borchard apenas hay testimonios grabados. El ejemplo que legó es el de su integridad y talla humana: exquisito y aristocrático, se negó a transigir con los matarifes y arriesgó su vida en favor de otros. Aunque estaba llamado como nadie a encarnar un nuevo comienzo, el destino se lo llevó en su gran momento.
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