Grieta Plúmbea, ecologista radical
La joven presenta su nuevo libro, que también será traducido a lenguas de tribus analfabetas
Una cola de cientos de personas, en su mayoría jóvenes, ocupa toda la acera de la suburbial calle Truchimán de Madrid. Aguardan, muchos de ellos ... desde antes del gélido amanecer, la apertura a las diez de la librería herbolario Maleza. A esa hora hará su aparición estelar en triciclo (se niega a montar en nada que lleve motor contaminante), y con escolta de maderos a caballo, la famosa gurú ecologista Grieta Plúmbea. Firmará en Maleza a sus numerosos seguidores, con pluma de ganso donada voluntariamente por el ave y tinta vegetal que se borra al rato, su nuevo libro: 'La boñiga redentora'. Como su anterior éxito, 'Pingüinos en la ONU', lo ha publicado la editorial naturista Siempre en Pelota. El de los pingüinos se tradujo a un montón de idiomas, incluso a lenguas indígenas (exigencia de Grieta) de tribus que no han salido del analfabetismo. Es probable que este de la boñiga siga el mismo rutilante camino de fenómeno metaliterario de alcance internacional.
Pasma que la influyente Grieta, todavía en la adolescencia (no tiene más que 15 años), haya logrado tamaño poder de persuasión en las conciencias de raigambre ecologista, y que sus atinadas denuncias sean escuchadas por gobiernos de aquí y de allá. Sus detractores, movidos por mezquinos intereses de irresponsable explotación del planeta, califican los mensajes de Grieta de chorradas y desvaríos. Los muy pérfidos aducen que el estricto régimen alimenticio vegano de la abnegada muchacha aún en periodo de crecimiento, que le resta el necesario aporte de vitamina B que no suple con pastillas (mantiene una tenaz pugna con las codiciosas empresas farmacéuticas), causa que se le vaya la pinza y delire.
La fila de expectantes lectores a la puerta de Maleza se agita y por un instante parece que los pacientes jóvenes bailaran la conga. Ha corrido por la cola el rumor de que el triciclo de Grieta ya ha enfilado la cercana calle Mondadura y que llegará a la librería de un momento a otro.
Cosas de familia
Grieta Plúmbea habita con sus padres y una hermana pequeña (la otra, la mayor, puso tierra de por medio para librarse de la obsesión familiar) en Marranillos del Condestable, aldea abandonada de la estepa burgalesa. Los únicos vecinos de la familia Plúmbea son el Ciruelas y Morteruelo, dos viejos irascibles y enajenados que aunque se odian entre sí con violento encono, se ponen de acuerdo para fastidiar a «los raros», como los llaman, con todas las prácticas insalubres que se les ocurren. Una de sus favoritas es encender una gran hoguera con muchos plásticos, cuya mera visión ya perturba al clan, con buen cuidado de que la dirección del viento lleve la humareda negra a la casa de los ecologistas. Cansada de las provocaciones de los añosos marranos, la santa laica los maldijo invocando a las fuerzas de la naturaleza para su escarmiento. La pareja de impresentables se descojonó de ella. La misma tarde de la maldición, un alacrán descomunal picó en un tobillo al Ciruelas y estuvo a punto de mandarlo al otro barrio. Y durante una fuerte tormenta que se desencadenó sobre el villorrio al día siguiente, un rayo entró por la chimenea de la casucha de Morteruelo, asó a las gallinas que correteaban por la estancia y dejó al indocumentado como recién salido de una mina de carbón. Los dos orates no han vuelto a molestar a «los raros» y bajan la cabeza atemorizados cuando se cruzan con la iluminada activista.
Los padres de Grieta son un par de atorrantes que viven a expensas de los saneados ingresos de la niña. Floro Plúmbea, el padre, es un actor fracasado que oficia de representante de Grieta y le gestiona los bolos. Floro tiene de ecologista lo mismo que de vegetariano y en lo único que pone empeño es en la dilapidación de la pasta que gana su hija y en despachar unos chuletones de dar respeto. Tisana Mandrágora, la madre, es psicoterapeuta autodidacta y sexóloga intuitiva. Se encarga de la deficiente educación de Chiribita, la hija pequeña, que no está escolarizada.
Grieta Plúmbea dobla por fin a golpe de pedal la esquina de la calle Truchimán y llega a la puerta de Maleza. La masa de fieles enloquece y corea el nombre de pila de su heroína como si fuera un mantra salvífico. Grieta, que se ha desplazado desde Marranillos del Condestable hasta las inmediaciones del suburbio madrileño en un diminuto coche eléctrico que conduce su viejo, baja del triciclo con sencilla soltura, pisa la fresca boñiga que acaba de excretar uno de los caballos de los maderos que la escoltan, se pega una talegada de campeonato acompañada por el grito de espanto de su gente y casi se rompe la preclara crisma. En este caso, la boñiga no ha sido redentora. Pero no ha pasado nada. Grieta se alza risueña y saluda al enfervorizado público, que entra en éxtasis. Es la apoteosis. Incluso la mancha de mierda equina en su espalda se convierte en una condecoración de la naturaleza mientras la joven salvadora del mundo entra en la librería herbolario pluma en ristre.
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