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El latido cultural

Los Golems de Eugenio Benet

El artista español, hijo del escritor Juan Benet, presenta las esculturas en las que trabajó durante la pandemia

Sábado, 1 de abril 2023, 00:04

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Ternura y espanto. Esos son los dos opuestos sentimientos que nos inspira la figura del Golem, la criatura de barro modelada -según dice la leyenda judía- por el gran rabino Judah Loew en la Praga del siglo XVI y que es la que retomarían Gustav Meyrink para escribir la novela que publicaría en 1915 o Paul Wegener para la película que rodó en 1920. Ternura y espanto despierta, en efecto, esa mole moviéndose en las penumbras del precario negro y blanco del cine mudo, de un modo no muy distante al que se movería el Frankenstein de Shelley que James Whale llevó al cine en 1931, y que tiene en el Golem su molde originario. Es en esta contradictoria mezcla de sentimientos en la que pone el acento Borges a la hora de versificar en lengua castellana ese mito centroeuropeo: «El rabí lo miraba con ternura/ y con algún horror. '¿Cómo (se dijo)/ pude engendrar este penoso hijo/ y la inacción dejé, que es la cordura?'» Es también esa desconcertante aleación de sensaciones antitéticas la que ha logrado transmitir el pintor y escultor español Eugenio Benet en las piezas en las que estuvo trabajando durante los meses de la pandemia, y de las que nos ofreció una exquisita muestra en la reciente exposición de la madrileña galería La Zona: todas ellas tenían el Golem como único motivo escultórico e invitaban a una doble lectura de piedad y pavor, de delicadeza y tosquedad antropomórficas. Todas gozaban de esa feliz contradicción estructural que es su esencia.

Se trata de una colección de pequeñas esculturas hechas en adobe y con los recursos más básicos -arcilla, arena, paja…- a excepción de un par de ellas que tuvieron la arcilla pura como único material plástico. Todas fueron cocidas a fuego de barbacoa, con rastrojo y por el procedimiento más artesanal. Todas ellas surgieron durante ese verano de 2020 que nos desveló lo que de básico, de primario, de humildemente arcilloso tiene el propio ser humano; de criatura de barro defectuosa e incompleta. Yo creo que la pandemia ha dado a nuestra sociedad unos frutos insospechados, todavía escondidos, que se irán revelando con los próximos años, y que nos servirán para reinterpretarnos en nuestra condición más frágil y menos altiva. Los propios nombres que llevan las maravillosas esculturas de Eugenio desvelan aspectos del ser humano que tienen que ver con la desnudez, con el origen y con la mirada que se dirige a sí mismo alguien que vive en una situación de soledad, de retiro, de gueto, de limitación del espacio vital; es decir, de confinamiento: 'Conciencia ancestral', 'La mirada de la inconsciencia', 'Conciencia lasciva', 'Pensante'…

En algunas de ellas -'Curiosidad', 'Indiferencia aparente', 'Una mirada reposada'…- el personaje parece querer salir de sí mismo, proyecta su atención sobre algo o alguien que se halla cerca, pero que acaso no deja de ser una proyección del propio cuerpo. Y aquí es donde reaparece la cuestión de la dualidad. En muchas de esas piezas asoma un rostro distinto al del protagonista, en una de las partes de su deforme anatomía. Unas veces esas facciones humanas afloran en su espalda, quedando insinuadas; otras se revelan abiertamente con unos nítidos relieves, hasta constituir una buena parte de la masa del cuerpo y convertirse en una suerte de caparazón. En otras ya el desdoblamiento o es total, o esboza una gemelidad inquietante y siamesa. Como es el caso de la tituladas 'Respaldo cómplice' o 'Caraspalda'. Hay algunas, por no decir todas, que me han recordado una inquietante novela de la escritora española Irene Gracia: 'Mordake o la condición infame'. Versa sobre un hermoso niño nacido en una familia inglesa de finales del siglo XIX, que presenta una extraña y monstruosa peculiaridad: en la parte posterior de su cabeza, o sea, en la nuca, brota la cara, bella y repulsiva a la vez, de una mujer mitad ninfa, mitad endriago del infierno.

Los Golem de Benet son algo así como mascotas del sueño primigenio. No se quedan en sí mismos, parecen expandirse en sus anatomías rechonchas, mutantes, casi andróginas, proteicas y prometeicas. Diríase que se alzan del cieno como Adán para preguntarnos: ¿es el Golem el padre del hombre? La respuesta la da quizá Borges en su poema cuando imagina al rabino contemplando su oscura obra: «En la hora de angustia y de luz vaga,/ en su Golem los ojos detenía./ ¿Quién nos dirá las cosas que sentía/ Dios, al mirar a su rabino en Praga?»

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