Desgarrada y desgarradora
Angélica Liddell se disfrazó de 'Liddell' aunque se apellida González, en homenaje un poco por los pelos a Lewis Carroll y su 'Alicia en el ... país de las maravillas' y 'Alicia tras el espejo'. Forma en 1993 la compañía alternativa Atra Bilis (la Bilis Negra de la destemplanza y la melancolía) en el entorno de la Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid. Textos, interpretación, dirección, escenografía…, rebelde contra la convención teatral dominante con un cuño poético que remite al cliché del creador de una sola obra, con derivas radicalmente identificables. Denuncia que «el teatro está lastrado por la falta de contacto con más expresiones artísticas y vive de espaldas al arte». Una docena de tesis doctorales defendidas o en marcha, traducciones, invitación a grandes festivales, acreditan la proyección de un muy estimable recado personal.
Si como palabras/clave para ampliar su perfil valdrían 'artes en vivo' 'teatro de la crueldad', 'rituales y teatros primitivos', 'vanguardias', 'underground', o referencias a Antonin Artaud o a Sarah Kane, también serían útiles etiquetas menos ortodoxas: 'provocación', 'muerte', 'asco', 'horror', 'sangre', y hasta juntar 'feminismo y misoginia' porque la Liddell les da a todos los palos.
Sus temas ligan belleza y tabú, inocencia y culpa. En todo caso, descolocan. Sus soliloquios cultivan lo autorreferencial y performativo, el 'yo' que implica e implica al público. Logra el desconcierto, y cada oferta es una sacudida. Las reseñas de sus presentaciones constatan fervor o protesta pero pocas veces indiferencia. Angélica Liddell es muy beligerante con la asociación perversa de lo femenino al afecto, y la masculinidad a las ideas, que excluye a las mujeres de la inteligencia. En un acto de justicia poética o de ironía rimbombante que casi parece invento 'liddelliano' recibió en 2017 las insignias de Caballero de las Artes y las Letras de Francia.
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