En busca de «la belleza del mundo»
Poesía ·
Su producción lírica revela otras facetas del autor como su inquietud por aunar estética e inteligencia, conciencia crítica y contemplación.Juan José Lanz
Sábado, 9 de noviembre 2024, 00:03
La relevancia que cobró desde el momento de la publicación de Tiempo de silencio (1962) la narrativa de Luis Martín-Santos opacó, sin duda, el resto de su producción literaria y le hizo silenciar o mantener casi oculta parte de su obra en otros géneros. Es lo que sucedió con su poesía, de la que solo dejó testimonio impreso, más allá de algunas esporádicas colaboraciones juveniles, en 'Grana gris' (1945), un regalo de su padre como premio a sus brillantes estudios en Medicina, en el que este recogió una selección de los poemas dispersos que su hijo había escrito en los años anteriores. El libro muestra la influencia del conjunto de lecturas poéticas que un adolescente aprendiz de escritor podría haber acumulado a comienzos de los años cuarenta: los poetas clásicos, la poesía española aurisecular, ciertos ecos del romanticismo, algún reflejo del malditismo baudelaireano, las influencias modernistas y postmodernistas, etc. Hay atisbos de un poeta notable en algunos de estos textos, máxime si se tiene en cuenta que su autor apenas contaba veinte años cuando se publicó el volumen.
Poco tiene que ver la poesía de 'Grana gris' con el debate entre el neoclasicismo garcilasista y la emergente poesía desarraigada o los pujantes neobarroquismo y neorromanticismo que ocupan el panorama poético hacia la mitad de los años cuarenta. Y, sin embargo, algo de todo ello parece apuntarse en algunos de esos poemas: el dominio de las estrofas tradicionales y el empleo del soneto, un desgarro romántico y algún quiebro religioso que apuntan quizás a un cierto tremendismo y a un proto-existencialismo (Unamuno y Ortega de fondo, tal vez) que afianzaría más tarde. Pero lo que sí se encuentra ya en estos textos es algo que se consolidará posteriormente en su escritura poética y en su obra en general: la búsqueda de una belleza trascendente y humana (la «belleza del mundo»), el intento de comprender una belleza absoluta arraigada en la realidad circundante, el dominio del misterio de la belleza mediante el conocimiento, en una síntesis superadora, que aúna estética e inteligencia, conciencia crítica y contemplación.
Recordaba Juan Benet que hacia 1948-49 Martín-Santos continuaba escribiendo (algunos fragmentos datan de julio de 1945) un largo poema titulado Las voces, «saturado de reminiscencias helénicas […] que en ocasiones se echaba al bolsillo para rellenar algún hueco de la noche», como se evoca en alguno de los pasajes en el prostíbulo de doña Luisa en 'Tiempo de silencio'. Las voces, que permanece inédito, apela desde el propio título a una lógica dialéctica que enfrenta modelos contradictorios a la búsqueda de una totalidad superadora, y lo hace tanto en un plano estético, como intelectual. Hay en el conjunto una afirmación de la vida, no como impulso inconsciente e irracional, sino como pura existencia, en la perspectiva orteguiana y heideggeriana, y una constatación de la realidad aprehendida a través de la conciencia individual objetivada. Libro denso, de indagación profunda sobre la búsqueda de la verdad a través de la creación artística, sobre la trascendencia del ser, sobre la conciencia de la existencia «en situación», 'Las voces' se acoge a un modelo poético que ahonda en una concepción cognoscitiva de la escritura, que tiene como referente remoto el modelo del poema filosófico helénico dentro de lo que George Steiner denominó como Poesía del pensamiento; revela el esfuerzo por crear en castellano una poesía indagatoria, filosófica, a la altura de la tradición germana moderna, pero también con referentes próximos en Unamuno y Machado.
Lenguaje torrencial
En 'Amor' (Verano 1948), un largo poema unitario en dieciocho partes que permanece inédito, el amor se muestra como una fuerza cósmica que arrasa con la existencia, en pugna constante entre la búsqueda de una pureza esencial y la materialización del deseo y la pulsión libidinal, todo ello unido a un lenguaje torrencial, que acumula imágenes a medio camino entre una dicción de corte onírico y una figuración desarraigada. Sobre el hilo narrativo-argumental del relato amoroso, el libro profundiza en aspectos que exceden dicho relato y que hacen aparecer la relación amorosa como una potencia universal transformadora, pero también como modo de conocimiento y como modelo estético; deseo, voluntad cognoscitiva y aspiración de belleza esencial y absoluta se funden en el texto poético a la búsqueda de una trascendencia que se percibe de antemano como frustrada, pero que revela una faceta fundamental de la creación poética: la poesía como un modo de conocimiento en el lenguaje; el amor como una forma de conocer mediante la fusión de los amantes; la belleza como el modo de conformación de ese conocimiento en la obra de arte. 'Amor' (Verano 1948) muestra una notable capacidad lingüística que tendrá su correlato en la escritura narrativa de Martín-Santos.
Difícil tratar de modo unitario los alrededor de cien textos poéticos restantes conservados, que abarcan, teniendo en cuenta aquellos que aparecen fechados, hasta 1953, aunque es posible que algunos sean posteriores. En ellos se observan diferentes tendencias en la poesía de Martín-Santos: desde una poesía con claros matices existencialistas y desarraigados, hasta poemas que ilustrarían el «bajorrealismo» que experimentaron Benet y él hacia 1949-50, de cierto cotidianismo, quizás incluso muestras de poesía si no social, sí al menos comprometida. Y, sobre todo, algunos poemas amorosos, como los dedicados a Rocío Laffon, entre ellos 'Elea o el mar'.
En fin, la poesía de Luis Martín-Santos no resulta una producción menor dentro de su obra literaria, sino la revelación de otra faceta de un genio creativo que experimentó los diversos modos de escritura, con una voluntad de conocer y manifestar la «belleza del mundo». Su poesía, que no fue una mera actividad episódica de juventud, pone de relieve muchos aspectos que podremos hallar en las mejores páginas de su narrativa. Ambas se enriquecen mutuamente y muestran una relación indudable.