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El año pasado fui a ver a Álvaro Murillo en La Fundición y cuando salí, cuando me preguntaron qué tal, enseguida dije lo que había ... estado pensando-sintiendo durante gran parte del espectáculo: aquello era un montaje sobre la libertad, la de crear y la de vivir, la de creer si quieres. Los pasos de Murillo, sus explicaciones, su manera de hacer suyo -con una parte de negación/cambio y otra de aceptación/continuación del legado- el 'Decálogo Flamenco' de Vicente Escudero, a mí me hacían emocionarme y (con)moverme, querer salir a bailar. Porque en realidad lo que el artista me estaba diciendo era que el movimiento es eso, es hacer lo que te pide el cuerpo, lo que quieres -que en su caso se nutre de muchos conocimientos flamencos y en el mío, vaya, pues no; en el mío es solo impulso, que no es poca cosa-.
La de Murillo, como las propuestas de otros bailarines antes que él, me recordó a Sergei Polunin, de ahí que la foto que acompaña a este texto (y el video, si estamos en la versión digital) sea del bailarín ucraniano. Polunin es uno de esos seres que se pasan toda la vida formándose, esforzándose, dejando atrás su vida para entrar en los mejores ballets; hablamos de mudar de país y de lengua, de costumbres y de paisajes, de abandonar pronto el nido y de pasarse los días repitiendo pasos clasíquísimos frente al espejo, todo perfectamente medido. Y es uno de los que deciden un día que lo mandan (casi) todo a la porra para bailar en libertad, no en el Royal Ballet del que había sido el bailarín principal más joven de su historia, sino de acá para allá, picoteando. Sus movimientos sobre la música de Hozier 'Take me to Church', transformando todo lo aprendido en otra cosa, los han visto millones de personas en la red. Esa es la libertad, me decía yo cada vez que volvía a ver el video. Qué cosa tan difícil de explicar, pero qué fácil de entender cuando la ves; a ti te han dado algo y tú lo has cogido y has hecho con ello lo que has querido. No es una falta de respeto, es otra cosa. Es tu versión para tu propia vida.
Es curioso, porque Polunin -que comparte apellido con Slava -un clown ruso tiernísimo y gracioso que alguna vez ha pasado por Bilbao- es libre cuando baila pese a todo el corsé que supone el ballet clásico... pero lo de la libertad aplicada a otras dimensiones de la vida, y sobre todo a otras vidas, las de los otros, no parece que se le haya pasado por la cabeza. Este niño prodigio y terrible (tatuado como pocos, provocador, admirador de Putin hasta el extremo de habérselo grabado con tinta en el pecho, que menudo mal gusto, ¿no?) no lleva muy bien lo de la libertad sexual de los demás, por ejemplo, y ha llegado a perder algún contrato por sus comentarios homófobos. Cosa que nos llevaría a otra reflexión, la de si se merece seguir siendo admirado por sus piruetas. Lo bueno es que somos libres de decidir la respuesta.
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