Necesaria
Una feria más reducida en su tamaño expositivo y comercial, retrasada al caluroso estío en su calendario natural, precavida en sus protocolos sanitarios, quizás menos ... internacional por razones obvias y hasta inciertas en su resultado final. Pero ¿había que celebrar ARCO en estas condiciones? Pues naturalmente que sí. Piénsese en la importancia de una feria presencial, donde tan fundamental son las ventas como la relación y el intercambio de información y activos entre galeristas, coleccionistas, comisarios, responsables de instituciones públicas y artistas, todo lo cual mueve un universo del arte que ha sobrevivido difícilmente a la pandemia con las ventas online y la exclusiva información en la red.
Además, que ARCO sea una de las primeras grandes ferias en volver a una celebración presencial supone una declaración de principios para el restablecimiento de la normalidad y una oportunidad al menos temporal para reafirmar su condición de principal certamen de estas características en el sur de Europa e incluso para restablecer su apuesta como puente con el coleccionismo latinoamericano. Seguramente en este contexto la vuelta del coleccionismo más joven y emergente siga renqueante -no pasará lo mismo con los grandes coleccionistas o con los compradores institucionales-, si bien tanto los resultados de las subastas 'online' como los últimos datos económicos no hacen sino certificar un cierto dinamismo en el mercado del arte contemporáneo, quizás sustentado en la liquidez monetaria durante la pandemia. Escasa representación vasca en esta edición de ARCO, en fin, pero tanto por la situación como por lo endeble de nuestro mercado del arte.
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