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La soprano valenciana Amparo Navarro en la coda. Óscar Cubillo
El Bafle

La Fura Del Baus de lo onírico a lo mecánico

Su versión de la ópera 'Carmina Burana', lastrada por la falta de subtítulos, cursa descendente desde la magia inicial y permanecerá en el Arriaga hasta este domingo

Viernes, 4 de octubre 2024, 01:24

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Entre el jueves 26 de septiembre y este domingo 6 de octubre se representarán en el Arriaga 12 funciones de la ópera 'Carmina Burana', basada en los poemas goliardos de los siglos XII y XIII, estrenada por Carl Orff en 1937 (cogió 24 de los 300 poemas), y adaptada por la cada vez menos indómita compañía teatral La Fura dels Baus (Barcelona, 1979), que la ha paseado por tres continentes y ante más de 350.000 espectadores. En diciembre de 2018 ya la trajo al mismo Arriaga.

Lo bueno de esta Carmina dels Baus es que dura hora y media (este jueves, con el teatro lleno, duró 86 minutos contando los saludos finales y la coda participativa), y lo malo es que no hay subtítulos, con lo cual es difícil saber qué dicen el bel canto y los coros, que se dividieron en dos partes, en dos ochotes: el femenino a la izquierda y el masculino a la derecha. Y en medio, tapada por un telón o velo blanco circular, la orquesta, resolutiva en su papel.

Se oyó muy bien, se cantó y se tocó bien, y los sugerentes dos primeros tercios de esta 'Carmina Burana' exudaron magia: la acción comenzó entre el patio de butacas, con los coros y la flautista, de modo explícito se preconizó el carpe diem o disfrute del momento que mueve a esos 300 poemas (sin recato ni moderación), en la pantalla circular que servía para todo (transparencias, base del universo, flores que olían de verdad…) se explicó con letra gigante de karaoke de qué iba la obra (se les coló una falta de ortografía grave: qué mujer lleva tilde), los textos tenían una importancia diluida por la susodicha falta de subtítulos (las óperas los suelen usar, ya saben), el rostro del director se agigantó en la pantalla de modo simpáticamente orwelliano (perdón por el oximorón), parecía que nos hallábamos dentro de una burbuja artística (ajenos a todo: a los de Hacienda, a que Irán dispare los misiles hasta Europa, a los ladrones de móviles, al gobierno…), y un par de personajes se metieron en una pecera gigante de verdad, con agua y todo.

Ovación final con orquesta y coros en escena. O. C.

Ahí se mojó la pólvora y el tercio final, a ojo media hora, se tornó eterno, reiterativo y prosaico. Hubo un momento en que un personaje bajó entre el público como si fuera un payaso que pretende hacer partícipe a los niños del público (buf, de esto no nos libramos ni en los conciertos de blues, ni en los de folk, ni en los de jazz, ni en los de rock, claro…; en los de flamenco de momento no pasa, menos mal), y del 'universo onírico' del que hablaba la voz en off del principio pasamos a la mecánica (la grúa que sube a algunos personajes: a uno cual pollo asado, a otra cual sacerdotisa sobre un púlpito volante…), y la sugerencia anterior devino cabaret recurrente y menguante, un poquito de teatro, los saludos finales, y la coda postrera con orquesta y coros en colusión con el público, cantando el más culto y dando palmas el común.

Un público que en su mayoría salió encantado, que evacuó el teatro tarareando por las escaleras la parte más famosa, la de 'O fortuna' (hasta en el metro seguía oyéndose esa tonada desde otros vagones), y que, como comentaron varios asistentes, echó de menos el fuego o al menos las chispas, pues habíamos ido a ver a La Fura dels Baus, que aparte de chispas pierden chispa en ese último tercio.

No es tan grave, pero es que al principio, en esos dos tercios, esta Carmina dels Baus pintaba divinamente...

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