Concierto de Ara Malikian en Bilbao: el día de la marmota
En un Palacio Euskalduna lleno hasta arriba, el virtuoso violinista contó los monólogos consabidos, levantando risas, y tocó las piezas inamovibles, cosechando palmas
Lo malo de haber visto en siete ocasiones durante los últimos cuatro años al virtuoso violinista, entretenedor saltimbanqui y locuaz monologuista Ara Malikian (Beirut, 1968) ... es que te sabes todos los chistes y hasta el repertorio, que apenas cambia a pesar de que durante este mismo lapso temporal la estrella ha editado dos álbumes oficiales, ¡uno de ellos doble!: 'Royal garage' (19) y 'Ara' (2021). Este miércoles en un Palacio Euskalduna lleno de verdad hasta arriba (dos minutos antes de empezar quedaban sólo cuatro entradas sin vender), nos sabíamos casi todo lo que sucedió, desde los chistes (me reí dos veces en la historieta de las dos hermanas y Óscar Esteban apostilló: «esto ya se lo has oído antes») hasta los monólogos (el del hijo Kairo y el calamar, el de la música contemporánea…), las presentaciones (pero como alegó el jueves pasado Carlos Goñi de Revolver en el Teatro Campos: «siempre la presento igual, pero claro, es la misma canción») y los recursos escénicos (desde los brincos hasta tocar la última pieza instrumental paseando entre el público).
Lo anterior es lo malo, pero lo peor del concierto en quinteto eléctrico armenio-cubano del miércoles es que la primera mitad sonó muy mal (ecos provocados por el volumen alto), así que ese encuentro de 11 temas instrumentales en 123 minutos se disfrutó más a partir del quinto número. Y Malikian, como era previsible, en una suerte del día de la marmota en el que cada vez que nos despertamos vivimos lo mismo, alternó la electricidad incluso del rock progresivo y del metal exótico con los parones para tomar aire (Dvorak, Chopin y la nana del segundo bis).
Y se nos ocurrió pensar como si nos encargaran un guion de sus monólogos: ¿y si Malikian se repite tanto debido a que está dominado por sus escuderos cubanos? O sea: ¿y si los cuatro empleados se han impuesto artística, espiritual y físicamente al peludo jefazo armenio-libanés-español? Hum… En el segundo bis lo reconoció Malikian: «Recibo demasiado presión de estos». Y estos cubanos tienen cada vez más interacción e importancia sobre el tablado: humor visual, solos sucesivos mientras el presunto líder está esquinado y fuera de campo en el tablado y bailando como un orate en trance, repetir por vagancia y probablemente por poco interés de sus subalternos el mismo setlist mientras esos mismos escuderos en sus carreras paralelas se fajan con repertorios distintos y más arriesgados artísticamente... No en vano, hace pocas semanas vimos al trío jazz de su pianista Melón Lewis, donde la batería también la toca Georvis Pico, y demostraron el mismo (¡o superior!) virtuosismo técnico que Malikian y, ejem, en su primer parlamento dejó caer Melón: «A mí no me gusta hablar».
A Malikian parece que se le están subiendo a la chepa desde su hijo Kairo, que le reprocha que su canción del calamar se parece más a una sepia, hasta el profesor del niño que le suelta que con unos padres tan raros normal que el hijo salga así, y por supuesto pasando por Melón Lewis, que ya se toma demasiadas confianzas y se atreve a ordenarle por gestos que corte sus monólogos estando en escena a la vista de casi 2.222 almas bilbaínas.
En fin… El repertorio fue un collage de fusión eléctrica que afortunadamente fue a más, no sólo por la aclaración de la acústica, sino también por la propia estructura de las composiciones. Malikian nos halagó hablando del «auditorio maravilloso» y del «público espectacular e inspirador», advirtió de que interpretarían temas que se tenían preparados, otros no preparados y algunos que ni se los sabían, previno de que tocarían 28 horas y 33 minutos, explotó lo zíngaro ('Rapsodia bilbaína', en cada ciudad le cambia de título), sonó apropiado para los boleros de Pancho Céspedes ('Canciones que me cantaba mi madre' de Anton Dvorak), y la fusión sincopada y progresiva rebotó por las paredes ('El concierto de los cerdos impostores').
A partir de la quinta todo creció un escalón, no sólo por la calidad del sonido: también el mejor monólogo fue el de la pieza que compuso para sus dos hermanas («Ara, me merezco un tema», contó que le manifestó una de ellas cuando se enteró de que había compuesto otro para la madre). Y la electricidad se impuso sin saturación mientras el quinteto iba concatenando boogaloo (el tema de las hermanas, 'Taline Nanig'), metal exótico ('Ay tikar tykar'), la balada a dúo de Chopin 'Preludio número 4' («tanto corazón en tan pocas notas demuestra su genialidad», dijo al acabarlo Ara), progresividad con largos punteos del guitarrista y hasta el bajista poniéndose delante de la escena ('Calamar robótico'), una banda sonora con efectos especiales y aparente improvisación ('Alien's office'), y dos bises: en el primero con un striptease antes de un rocanrolero 'Misirlou' (el tema surfero popularizado por Dick Dale y que en origen se trata de una melodía folk armenia) y en el segundo, tocado entre la gente, la balada 'Nana arrugada' («dedicada a todas esas personas mayores que durante la epidemia de covid murieron solas y sin poder despedirse de nadie»).
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