Reinventando (otra vez) la historia

En efecto, en la última década los museos occidentales se apuntaron a la tendencia de reinventar la historia como debería de haber sido y no como realmente fue, con lo cual se ha ido mucho más allá de la función clásica de estos centros -adquirir, conservar, estudiar y exponer-, buscando en cambio concienciar con unos clichés progresistas y unidireccionales -lugares inclusivos y polifónicos de democratización-, cuya función primordial era la de contribuir a la dignidad humana y la justicia social, la igualdad global y el bienestar planetario.

Todo esto explica, sí, algunos excesos como los de replantear políticamente la lectura de las colecciones permanentes, el tematizar ideológicamente las temporales o hasta considerar el ideal escultórico de Rodin como gordofóbico y excesivamente blanco o el acusar a Gauguin de pederasta y colonialista. En esas estábamos, con los museos deconstruidos y los espectadores atentos a mirar el arte denunciando la esclavitud y el racismo, la desigualdad y el eurocentrismo, cuando de repente llega la reacción anti-woke y nos dice que todo lo anterior era una filfa. Pues ni una cosa ni la otra, oigan, porque la historia es la que es, la mirada al pasado la hace cada cual como quiere y la ideología se asume o no libremente, con formación y lecturas, sin la imposición forzada de los clichés políticos de turno.

Vuelve el debate sobre el plazo entre el estreno de una película en las salas y su disponibilidad en las plataformas digitales. Un periodo que ha disminuido sustancialmente en estos últimos años, ya que ahora las principales cadenas de cine exigen un plazo de 74 días antes de su estreno en las plataformas. Pero no se trata de una regla uniforme, ya que varía según cada película. Más restrictivo es el sistema en Francia, si bien su duración se está sometiendo últimamente a una curiosa negociación.

Fíjense que en ese país el acuerdo entre las organizaciones cinematográficas y las plataformas fijaba en quince meses el estreno en estas últimas. Pues bien, Disney+ ha logrado un acuerdo para emitir sus películas nueve meses después de su estreno, eso sí, a cambio de pasar del 20 al 25% en su obligación de invertir este porcentaje de su facturación en películas francesas o europeas. Por supuesto, Netflix ya ha pedido judicialmente que le rebajen el plazo de 15 a 12 meses. Y habrá que ver si todo esto entra en la negociación arancelaria con la administración Trump.

No se molesten los aguerridos antitaurinos, pero el gran Antonio Chenel, 'Antoñete', tenía mucha poesía. La tenía en su toreo, en su arte, pero también en su mitología y prosapia, en sus lances existenciales, en sus pases amorosos, en sus naturales biográficos o en sus capotazos nocturnos. Dijo aquello de que «torear, amar, fumar, beber y jugar» eran los cinco pecados capitales de los grandes toreros, un asentimiento culposo de vida intensa, aunque también un pretexto poético para mezclarlo con su valor y templanza en cualquiera de sus tardes de gloria. «Esta tarde se mojan los pañuelos/esta tarde, en el patio de Las Ventas, descumple años Chenel por naturales». Es el fragmento del soneto dedicado por Sabina al viejo maestro del mechón blanco, que ahora también se incluye en la antología presentada por Andrés Amorós 'Las cien mejores poesías taurinas' (Ed. El Paseillo).