Crítica de 'Sirat' (2025): Techno, trance, consagración

No se la dieron, aunque la misma 'Libération' y puñados de críticos asiáticos enfebrecidos y en trance la reclamaron día tras noche. El jurado comandado por la Binoche (nunca elijas de presidenta a alguien que ha trabajado en algo como 'Nadie quiere la noche', que ya es mentira desde su título) prefirió dársela a la buena pero típica película del sempiterno director iraní fustigado por los bestiales ayatolás. A 'Sirat', eso sí, la auparon a las alturas (donde ya la tenía tres cuartas partes del público) con el Premio del Jurado.

Deberíamos haber quemado el palacio, sí señor. Porque que 'Sirat' no fuera Palma de Oro significa, como se dice al principio de esta obra consagrada en el techno, el trance, el LSD y la ayahuasca, en el dolor y en la solidaridad inmensa de sus increíbles personajes, qué delgado y frágil es el puente que nos lleva del infierno al paraiso. O al revés.

Que no tenga el Oro de Cannes importa ya bien poco. Erigiremos nosotros altares en su nombre. Y lo haremos con esos totémicos sistemas de sonido levantados sobre la arena y entre las montañas para que todo pete. Todo.

No, al diablo la Palma, aunque que no se la dieran yo lo tomaría, también, como señal de que hace tiempo que ya vivimos el fin del mundo.

Utilizan muchos la palabra 'hipnótica' para definir 'Sirat'. Bien empleada está pero todo el cine de Oliver Laxe (y en este caso de su director de fotografía, que lo es también del 'Samsara' de Patiño; de Laia Casanovas, diseñadora del sonido; de su coguionista y del compositor de la banda sonora, ese arquitecto musical llamado Kangding Ray) siempre lo ha sido. Más ahora, cuando sabe a Antonioni y 'Mad Max'. Deberíamos haber quemado el palacio, sí señora.