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«Por la ruta normal caen unas piedras que alucinas», decía casi exclamando Álex Txikon en un vídeo durante su expedición invernal al Everest de ... 2020. En las imágenes, que se pueden ver en Youtube, el alpinista vizcaíno describía, respirando con dificultad y saltando del castellano al euskera, lo que sucedía antes sus ojos en las cercanías del campo base del techo del mundo, a más de 5.000 metros de altura. De un frío glacial a que se fundiera el hielo. «En 2016 nos encontramos temperaturas de -26 grados y cuatro años después corría el agua y nos caían piedras de la pared oeste del Lotse. ¡Nos caían piedras en invierno, es una locura!», asegura el montañero, especializado desde hace años en los ochomiles invernales, donde ha visto de primera mano el impacto del calentamiento global.
«Se piensa que allí, como hay grandes montañas y enormes glaciares, se nota menos, pero lo cierto es que se acentúa por la orografía», explica Txikon, que comenzó a enfrentarse a estos gigantes en la estación más fría en 2011, cuando trató de alcanzar la cumbre del Gasherbrum I (8.080 metros). Desde entonces, regresa prácticamente cada invierno al Himalaya y al Karakórum, donde descansan las montañas más altas del mundo. Este año tratará de asaltar de nuevo el Annapurna (8.091 metros), un coloso solo conquistado en invierno en dos ocasiones, ambas en invierno de 1987. Lo lograron dos expediciones, una polaca y la otra, japonesa. El vizcaíno lo intentó sin éxito la campaña pasada. «Se forman enormes avalanchas de barro, he visto piedras del tamaño de la mitad de un edificio llevarse pueblos enteros… ¿Por qué sucede todo esto? Porque todo lo que tiene que precipitar en un año hidrológico, que va de octubre a octubre, lo hace en forma de trombas como ha ocurrido hace poco en Nepal. Estos fenómenos son cada vez más habituales», añade.
Aunque Txikon insiste en que «no soy científico pero tengo ojos», lo cierto es que estos le dicen concuerda con los estudios de los especialistas. Estos consideran a los glaciares como uno de los mejores sistemas de alerta del calentamiento global porque «cuando son pequeños, responden más rápidamente a los cambios anuales, a la acumulación del invierno y a la fusión del verano. Son termómetros de lo que ocurre en la atmósfera», explicó el glaciólogo Eñaut Izagirre a este periódico hace un año cuestionado por la situación crítica de las masas de hielo de los Pirineos. La realidad es que están en peligro de extinción. El más grande de ellos, el del Aneto, ha perdido dos tercios de su superficie en cuatro décadas y está abocado a desaparecer o a convertirse en un helero inmóvil en una década. El que descansa en la cara norte de Monte Perdido está en parecida situación y ya se ha fragmentado. En el conjunto de la cordillera se han reducido hasta en un 92% desde 1850.
En la Antártida se da también el fenómeno observado en el Everest. «Entre mi primer viaje, en 2006 y el 2020 ocurrió algo similar. Escalando cayó una granizada y debajo corrían ríos de agua. No es el lugar más frío del planeta, pero estábamos a 1.500 kilómetros del Polo Sur», recuerda.
Txikon subraya que la crisis climática no afecta solo a los gigantes de hielo o a las grandes cumbres. De ello habló hace unos días en una conferencia en Santurtzi titulada 'Desde lo más alto se aprecia cómo estamos'. Las comunidades locales que se asientan en las cercanías de estos colosos sufren de primera mano el embate de un clima alterado por la actividad humana. «Yo llevo yendo a Nepal los últimos 20 años y no existía el dengue. Y ahora hay casos de dengue porque ha subido la temperatura», dice sobre una enfermedad transmitida por un mosquito y propia de latitudes tropicales.
«Todo es mucho más costoso para ellos. Por ejemplo, los pastos para alimentar el ganado no brotan con la misma fuerza que antes. Los arbustos que utilizaban antes para las camas del ganado no salen donde lo hacían antes y tienen que caminar mucho más lejos para encontrarlos. Allí no hay supermercados y comen de lo que cultivan. Plantan patatas y si no salen, no comen. La fauna y la flora están muy dañadas», insiste. «El cambio climático es evidente», concluye. También en las alturas.
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