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Andoni Larrabe, finalista de la series Mundiales de Póker en 2014.

Los tahúres diestros

Buenas noticias: los jóvenes vascos juegan al póker en lugar de andar metidos en cosas raras.

Pablo Martínez Zarracina

Lunes, 8 de febrero 2016, 02:46

Un joven de Bilbao acaba de ganar medio millón de euros en una partida de póker online. Hace unos meses, un joven de Vitoria se llevó 250.000 euros en otra de esas partidas. Hace un año, otro joven bilbaíno llegó a la final de las Series Mundiales de póker en Las Vegas. La conclusión es inmediata: el sistema educativo vasco funciona, al menos en lo referente al póker. Ojalá compareciese la consejera para enorgullecerse de que tenemos los jóvenes mejor preparados de la historia y explicar que no solo hablan inglés sino que te despluman, los tíos, al Texas Hold'em.

La verdad es que es curioso lo del póker. Ha dejado de ser un juego peligroso para convertirse en una disciplina emergente, luminosa, divertida; una de esas actividades en la que se gana dinero, se viaja mucho y se conoce a gente fantástica. Ayer mismo el póker era cosa de gánsters, burlangas y cowboys. Hoy los jugadores son jóvenes sanos, divertidos, listísimos. Beben zumos y saben un montón de cálculo y estadística. Yo creo que ahora las familias se ponen muy contentas si el chaval les sale jugador de póker. Será un orgullo. Aunque también será un poco raro. Esas llamadas por Skype desde el casino Venetian de Macao. Y el chaval con la gorra, los cascos, los patrocinios y las gafas de sol, diciéndole a su madre que anda muy liado, que siiiií, que está comiendo bien, y que lleva ganados siete millones de euros.

«Pues yo a tu edad entregaba el sueldo en casa», le dirá esa madre que le habla demasiado alto, y demasiado cerca, a la pantalla de un ordenador.

Ya se ve que el mundo es un lugar que uno deja de entender muy pronto. A continuación, solo queda mirar la realidad como quien mira un paisaje. Personalmente, me da un poco de pena que la gente juegue al póker desarmada y que los faroles se respalden con sofisticados cálculos de probabilidades. No sé. También eran bonitas aquellas partidas en las que sobre la mesa había más botellas que naipes y en las que los no fumadores fumábamos solo por contribuir al deterioro del ambiente. Y era bonito subir tu apuesta llevando una pareja de doses que ni siquiera era una pareja de doses, sino aquello en lo que el alcohol transformaba un tres de diamantes y una sota de oros que vete tú a saber de dónde había salido.

Menos mal que a los románticos nos queda la literatura. En 'Pájaros quemados', la última novela de Juan Bas, hay una gran escena de póker. La timba tiene lugar en un tugurio siniestro de La Peña y termina con un tipo con tres balazos en el tórax y con el hermano del tipo un individuo que «tiene faltas de ortografía hasta en los tatuajes» muerto por la típica perforación cerebral producida con el pico de un pájaro disecado. ¿Lo ven? Antes en el póker pasaban cosas. Conocías bares en La Peña. Conocías gente tatuada. Alguna de esa gente perdía la vida. En fin, pasaban cosas.

Ahora un joven bilbaíno acaba de ganar medio millón de euros jugando al póker online. Seguro que lo ha hecho mientras estudiaba una ingeniería difícil y diseñaba una 'app' estupenda para oenegés. Es todo mejor así, claro. Hay una evidente evolución en que el póker salga de los sótanos peor iluminados de la sociedad, evite las peores compañías y se transforme en una actividad diáfana en la que vence quien evalúa mejor las situaciones, reprime sus impulsos y toma decisiones inteligentes. Ojalá la política siguiese también ese camino, puestos a decirlo todo.

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