Podría ser cualquier elegante ciudad. Pero es el barrio de Indautxu. Dos niñas que, en la primera parte del siglo XX, recorren en bicicleta la ... calle donde residen. Su planeta. Era una mañana de cielos despejados. El clima no siempre era generoso. Salvo con el hinque, donde el barro ablandado por la lluvia facilitaba el clavado del destornillador. Pero ese instante era perfecto para pedalear. Eso hacían Maricarmen y Rosari. Al fondo, el cine Izaro. De frente, el final de Manuel Allende. El barrio de los chalés y los afilados cuchillos.
No tiene que ver con las cuchillerías, sino con las clínicas. La vía contaba con varias. Desde Valbuena hasta Guimón, pasando por Usparicha o la Cruz Roja, cuando estaba al final de Manuel Allende. Un apellido clave en este punto. La mayoría de lo construido salió de la mente y proyectos de esa familia. Para entenderlo hemos quedado con una de las niñas de la bicicleta. María del Carmen Zurimendi Acha. Nacida en la calle Iturrizar, pero criada en este lugar que fue su hogar. Las personas interesantes siempre llevan un brillo especial. Ella lo tiene. Su elegante voz nos traslada hasta los días en que la zona estaba poblada por 31 chalés, con 31 historias.
Como la clínica Arróspide, inicialmente propiedad de los Allende, que tantas veces he contemplado desde la puerta del Cotton. «Donde están las escuelas, antes había otros chalés», desvela Maricarmen. Entonces su hijo abre un viejo libro donde aparece una iglesia del Carmen desaparecida. La que tiraron para construir la actual. La cesión del terreno obligaba a que fuera templo. Por eso está en el mismo lugar. A su vera, donde ahora se asienta una de las torres de Indautxu, se hallaba la comisaría de Policía. La plaza nada tenía que ver con la actual. Cortada en dos partes, albergaba 6 árboles que daban cobijo a una zona de esparcimiento, a la que se accedía por unas escaleras.
Allí jugaban. Y, como tantos niños, pedaleaban tras el tranvía 6 que subía hasta las escuelas para dar la vuelta. El 5 iba hacia Indautxu. Para las hermanas, su calle era otra cosa. Y, por supuesto, no era Bilbao. Eso empezaba donde los mayores y luego ellas iban a comprar ropa. Tenían delimitado su mapamundi con lugares como la Cervecería Narru, donde una señora vestida de negro eterno vendía chufas y el cine de la catequesis del Carmen, al que se iba los días en que jugar a coger el pañuelo se aparcaba para ver una película. De alguna manera, ellas vivieron otra. Las de un tiempo que ya solo se proyecta en sus miradas. Como el chalé de Olaso, construido por Tomás Allende, frente al Akelarre, actual Bahía. Precioso. Lo tiraron abajo para sustituirlo por pisos, justo el día antes de que se publicara la ley que protegía dichas construcciones. O el de los Igartua, con su torre verde que subrayaba su hermosura. No nos olvidamos de las Teresianas de Bombero Etxaniz, ni del chalé que pasó a Francisco Igartua y acabó siendo la Academia de las Señoritas, creada por las Carmelitas. Y qué decir del que construyó Federico Echevarría y que acabaría siendo la Gota de Leche. Su relato sigue, pero me detengo en la casa de 'las ricas pobres'. Señoras a las que el infortunio familiar o la muerte del marido les llevó hasta allí. Cosas de un pasado que no deberíamos olvidar. Esa memoria es un patrimonio que urge sea preservado. Ya no estará la pajarería en la que la chavalería jugaba.
Ni la bicicleta. Pero su recuerdo permanece. Cuenta Maricarmen que le pareció ver la estatua del chalé de los Guimón en algún rincón de la actual clínica. Se emocionó. Pudo regresar, por un instante, a los tiempos en que todavía nevaba en Bilbao. Cuando las estaciones climatológicas eran tan puntuales como las otras. Dicen que no se puede pedalear hacia atrás. Falso. Ella lo ha hecho. Y nos ha permitido ver de dónde venimos para saber hacia dónde vamos. Como si hubiéramos podido viajar al ayer, cortando el tiempo con el barrio de los cuchillos.
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