Valle de Villaverde, en medio de Bizkaia, se rige por las restricciones de Cantabria
Su ubicación en medio de Las Encartaciones limita la movilidad del pueblo de Valle de Villaverde, donde rigen las mismas normas que en Cantabria
sergio llamas
Martes, 2 de febrero 2021
Si las zonas rojas, los confinamientos perimetrales y los toques de queda ya resultan liosos, los vecinos de la pequeña localidad cántabra de Valle de ... Villaverde -antes Villaverde de Trucíos- necesitan un libro de instrucciones. El municipio, oficialmente sin positivos, es una pequeña isla administrativa rodeada por tres pueblos vizcaínos: Carranza, Arcentales y Trucíos. Por eso, en sus 20 kilómetros cuadrados se aplican las restricciones a la movilidad de Bizkaia, pero en sus calles rigen las medidas de Cantabria.
«El problema es que geográficamente flotamos dentro de Bizkaia», explica la alcaldesa, Esther Gómez, del Partido Regionalista de Cantabria. Ella defiende que el municipio debería ser «caballito blanco» para acudir al médico que les corresponde en Castro. En la práctica, y gracias a un convenio que tras un periodo de incertidumbre parece a punto de renovarse, los vecinos utilizan Zalla, donde también realizan la mayoría de compras y gestiones.
En la actualidad no consta oficialmente ningún caso activo, y hasta hace poco sólo había un contagio
En buena medida esto se debe a que sus únicos transportes públicos son el Bizkaibus y la línea de tren Bilbao-Santander.
Ésta no es su única rareza administrativa. También lidian con una población de 290 empadronados, pero más de 500 vecinos reales. «Oficialmente teníamos una persona contagiada, pero sabíamos de varios casos de personas que contabilizaban en Balmaseda», ejemplifica la alcaldesa, quien advierte que la tarjeta de Osakidetza sigue siendo un objeto deseado, «como una tarjeta Black», bromea.
Con una tienda, una farmacia, una panadería, una posada y un centro de jubilados, entre otros servicios, a los vecinos no les ha faltado casi nada. Sólo el médico, que atiende en un consultorio junto al Ayuntamiento, y cuyo horario habitual se recuperó la semana pasada. «Sanitariamente esto ha estado muy chungo, pero ahora ha vuelto nuestro médico, que es maravilloso», celebra Gloria Martínez, una vecina, que explica que últimos meses disponían de un sustituto que ofrecía «algunas horas» de consulta.
Los empadronados en el pueblo rondan los 290, pero en la práctica real los habitantes pasan de 500
Y eso que el año pasado la población real creció durante la pandemia. «Mucha gente que venía los fines de semana se ha quedado cuidando de sus mayores», explica la farmacéutica, Josune Gómez, que lo ha notado en las ventas, si bien «las calles han estado más vacías». «La gente tiene miedo», afirma.
Sin menús diarios
Aunque la hostelería podría cerrar a las 21.30, sólo se permite el servicio en terraza, lo que en la práctica ha supuesto para la posada Calera la pérdida de los 40 menús diarios que ofrecía. «Aquí venía mucha gente que trabajaba por la zona», se duele la encargada, Carolina González. Desde hace poco atiende una panadería en el local de enfrente.
Pilar Alcedo, por su parte, regenta una suerte de supermercado, la Villadenda, que suministró a los vecinos en lo peor de la pandemia. «Lo bueno es que aquí todo el mundo es muy respetuoso con las normas», remarca.
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