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Desde primera hora del día, en la residencia IMQ Igurco Orue se respiraba un ambiente inusual. Los murmullos comenzaron antes del desayuno, los andadores recorrían los pasillos con más prisa de lo habitual, y en cada conversación sobrevolaba la misma pregunta: «¿Y cuándo llegan los perros?». Había nervios, sí, pero sobre todo, una ilusión compartida por una mañana que prometía ser diferente. Y es que, por primera vez, el centro recibía la visita de dos perras labradoras de color chocolate —'Vera' y su compañera 'To'— entrenadas por la Asociación OSI Dando Pasos con el objetivo de participar en actividades asistidas.
La propuesta de la jornada no ha sido pensada únicamente a fin de romper la rutina, sino con la intención de reconectar con las emociones a través de una experiencia tan sencilla como poderosa: compartir tiempo con un animal. La actividad giraba en torno a un 'bingo perruno', una dinámica cuidadosamente preparada para fomentar la participación, la atención y el movimiento. Los residentes recibieron sus cartones, mientras Vera, la perra más veterana, se encargaba de sacar pelotas numeradas de un cubo. Esto hizo que uno de los asistentes, que habitualmente no interviene en juegos del estilo, se ofreciera a cantar los números.
Durante los primeros minutos, reinó un silencio poco frecuente en el salón. No era por desinterés ni por desconexión. Al contrario: la enorme expectativa flotaba en el aire. Todos contenían la respiración, atentos a los movimientos de los animales, como si intuyeran que algo especial estaba a punto de ocurrir. «Queríamos que disfrutaran y que se sorprendieran», explica Elena Dacal, Técnico Superior de Animación Sociocultural de la residencia (TASOC).
«No es una terapia clínica, sin embargo, remueve mucho a nivel emocional, y a la vez trabajamos la motricidad fina o la coordinación sin que ellos sientan que están haciendo un esfuerzo», añade. Pablo Navarro, instructor de los perros y miembro de la asociación impulsora, explicó el método que utilizan para llegar a los usuarios: «Por ejemplo, si a alguien le cuesta mover la mano, se le invita a darle un premio al perro, y de forma natural hace ese gesto. El que no juzguen ni exijan genera una conexión muy pura».
Entre las participantes más entusiastas estuvo Severiana, que llegó al centro después de Navidades, procedente de Castilla-La Mancha, aunque ha vivido casi toda su vida en Amorebieta. Su vínculo con los animales viene de lejos. «En casa nunca han faltado y me encantan», contó. A lo largo de la sesión no dejó de sonreír. «Si mañana vuelven, yo también. Pero eso sí, que sean los mismos, o por lo menos del mismo tipo, que a mí los gatos no me hacen demasiada gracia», expresaba divertida. Otra de las jugadoras manifestó que le daba igual ganar o perder si la recompensa era «poder acariciarlos». Al terminar, nadie quería levantarse. Las fichas y los cartones seguían en las mesas. De la misma manera, las labradoras, agotadas, se tumbaron, dando por finalizada su labor.
La asociación, con presencia en diferentes comunidades, entrena a los canes a modo de herramienta asistencial dirigida a personas con autismo, Tourette, discapacidad visual o motriz. Todo ello dentro de un modelo sin ánimo de lucro y con una clara vocación social. El éxito de la visita apunta a que no será la última. Tanto la dirección como el personal se han mostrado muy abiertos a repetir la experiencia. «Se ha notado que esto funciona. Que hay emoción y reciprocidad», señaló Dacal.
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