Las calles de Bilbao, un gran festival de verano
Ya estamos en temporada alta para los músicos que animan nuestras plazas y aceras: «Aportamos un beneficio emocional»
La música nunca falta en las calles de Bilbao, pero con el verano llega la temporada alta de todos esos intérpretes que animan nuestras plazas ... y aceras: la villa se convierte en un gran festival imprevisible y gratuito. No faltan los clásicos de nuestra 'escena callejera': ahí están el patriarca Pascual Molongua, que sigue repartiendo melodías y saludos en el Casco Viejo, o su vecino de zona el guitarrista argentino Manuel Ricardes. A ellos se ha añadido en los últimos años una orquesta desperdigada y variopinta de músicos más jóvenes, que se enriquece estos meses de calor con el aporte extraordinario de los artistas que emprenden su gira particular por varias ciudades. Dejemos que el azar nos lleve de melodía en melodía.
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Lino Castillo
«En verano hay más turistas y no se pasa frío en los dedos»
Empieza a tocar Lino, en el cruce de las calles Bidebarrieta y Jardines, y el ambiente parece transformarse, como si la multitud que camina por el Casco Viejo formase parte de una elaborada coreografía: los bilbaínos que hacen sus compras, los turistas vestidos de turistas e incluso el mantero que vende camisetas de fútbol y se pone a canturrear por lo bajini (con muy buena voz, por cierto). Da un poco de apuro obligarle a charlar e interrumpir el hechizo. Este violinista venezolano llegó a Bizkaia hace cinco años para trabajar en Etorkizuna Musikatan, el proyecto -adaptación de un original de su país- que ha puesto a cientos de chavales de San Francisco a tocar instrumentos. Allí ejerce de profesor de violín y director de orquesta, pero de vez en cuando también podemos verlo en solitario, por la calle: «No hago el día a día, solo salgo en verano, cuando hay más turistas y no se pasa frío en los dedos. Para quedarme en casa sin hacer nada, mejor salgo a tocar. En invierno se vuelve muy duro tocar en la calle», explica.
«La gente es muy generosa y, además, yo creo que el violín les llama la atención, porque no lo ven todos los días. Desde luego, le dan un recibimiento excelente», agradece. ¿Cuál es la pieza que nunca le falla? «'My Way', de Frank Sinatra. A la gente le encanta: se paran, echan dinero... Y, si se paran y no echan dinero, da igual, también vale». Y lo demuestra empezando a tocarla: vuelve la banda sonora, se reanuda el prodigio y el mantero sonríe mientras vende a una familia una camiseta de Bellingham, a su manera.
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Tavi Gallart
«No puedes estar veinte minutos repitiendo la lambada»
A Tavi no le gusta nada la expresión 'músicos callejeros'. «Ese adjetivo tiene una connotación negativa: somos artistas y trabajamos en la calle. La música en la calle se suele abordar por exceso o por defecto, y no, ni es una cosa romantiquísima ni es lo peor», puntualiza esta valenciana licenciada en el Conservatorio Superior de Música, bailarina y actriz. Tavi ha llegado a Bilbao la víspera y nos la encontramos tocando con su saxo 'Hijo de la luna' en el Portal de Zamudio, pero también podríamos haberla visto acompañando a Fangoria ante miles de personas o en alguno de los numerosos espectáculos en los que interviene. «Me gusta hacer la calle, como lo llamo yo. Hay muchos momentos preciosos: ayer pasó un señor que era tenor de zarzuela y se puso a cantar conmigo 'Sabor a mí'. La música en la calle aporta un beneficio emocional: hay gente que no puede pagarse un concierto o que, por su edad, no se plantea ya acudir a lugares de ocio, y para ellos es una maravilla sentarse aquí a mi lado a escuchar un rato», desarrolla la artista, siempre acompañada de su perrito Ramiro.
Esta es su segunda estancia en Bilbao y no solo elogia al público («que participa mucho») sino también... ¡la ordenanza que regula la música en la calle! «Es la más lógica y acertada de toda España, la que más produce cultura. Mucha gente que sale a tocar no entiende el fundamento de los microconciertos en la calle: tienes obligaciones, como tener un repertorio y no repetir la lambada durante veinte minutos, ser un ejemplo para los niños...». ¿Sus 'hits'? «'Como una ola', desde luego, aunque aquí toco mucho repertorio internacional, como Édith Piaf... Y cualquiera de Mecano funciona superbién, porque mucha gente las lleva grabadas en la memoria».
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Yoan Rodríguez
«Un par de veces me han echado billetes de 50»
También Yoan es otro estricto cumplidor de la normativa, con reglas como la de mudarse de sitio cada 45 minutos, y por eso nos lo topamos dos veces en un mismo paseo: primero está en la Gran Vía, en la acera de El Corte Inglés, uno de los centros neurálgicos de la música en la calle, y después en la zona peatonal de Ercilla, por la que el chelista venezolano siente un apego especial: «Aquí no hay tanto ruido y se escucha muy placentero -comenta-. Hay una ordenanza pero algunos no la respetan y eso genera anarquía: si quieres cumplir la ley acabas siendo el bobo, el ingenuo, y se imponen los bravucones». En su país, Yoan formaba parte de orquestas sinfónicas, y desde que llegó a Bilbao hace cuatro años se dedica a impartir clases, acompañar bodas, dar algún recital y... tocar en la calle, claro. «Aquí el repertorio lo decides tú, no otro».
¿Y se recauda? «La gente es generosa. En los últimos meses se nota un descenso y eso te va quitando el ánimo, pero nunca he necesitado una ayuda de la administración: he vivido de la música gracias a la gente de Bilbao. ¡Un par de veces me han echado billetes de 50! El chelo emociona, y hay gente que te conoce, se habitúa y te pregunta por qué no viniste un día». A Yoan lo hemos pillado tocando el tema central de 'La bella y la bestia'. «Con el chelo van las canciones lentas, meditativas, que conmueven. Con las rápidas bailan y no te dan propina, ja, ja... Yo toco desde 'El cisne' de Saint-Saëns o la suite de Bach hasta canciones de Metallica o Queen. Con las cosas muy modernas no me ha ido bien, ¡mejor la música que no perece!».
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Alex Méndez
«Nunca pensé que podría pagar mi renta tocando en la calle»
Alex tiene una canción titulada 'Aunque arda el Malecón', que se puede escuchar, como tantas otras suyas, en Spotify. Y su estampa ante el estanque de Guggenheim evoca un poco el paseo habanero... y también el ardor, porque el sol le está pegando de lleno: Alex soporta estoicamente el calorazo, sin perder un ápice de elegancia, y toca la guitarra con aire relajado, sugerente, de acariciadora calma caribeña. «Yo soy cantautor, pero aquí toco la guitarra: tengo que comprar equipo para empezar a cantar. Primero estuve en Dinamarca, y allá actuaba en cafés, pero quería vivir en un país con mi lengua y llevo un año en Bilbao», relata. ¿Hay mucha diferencia entre los conciertos en locales y la calle? «Aquí el público está en sus cosas y te encuentra como una sorpresa. No sabes lo que va a pasar, es muy azaroso. ¡Nunca pensé que podría pagar mi renta tocando en la calle! El verano es mucho mejor, por el tiempo: el frío y, sobre todo, la lluvia son nuestros enemigos. También el viento atenta contra nosotros».
Y el ruido ambiental, algo de lo que Alex escapa como si fuese el demonio. Ha encontrado su refugio en el entorno del Guggenheim: unas veces arriba, cerca de 'Puppy', y otras aquí abajo, dejándose envolver a las horas en punto por la mágica escultura de niebla de Fujiko Nakaya. «La ciudad, con su tráfico y su ruido, no funciona para la guitarra acústica. No me hallo en esos lugares». ¿Cuál es la pieza que nunca falla? «'Here Comes The Sun' funciona muy bien. Pero el humor y la energía con que uno venga influyen mucho, este es un trabajo con uno mismo». Y a continuación Alex enlaza el 'Fields Of Gold' de Sting y el bolero 'Piel canela', se dispara la niebla y llegan unos aplausos desde la terraza del museo, como si el arte oficial brindase un reconocimiento al callejero.
El caricaturista uruguayo con los dos apellidos vascos
En Bilbao no existe esa tradición de caricaturistas callejeros tan arraigada en ciudades como Barcelona, pero desde hace algunos años tenemos por aquí a Enrique, un dibujante uruguayo que abandona durante el verano Mallorca -su hogar desde hace más de cuarenta años- para retratar la cara más divertida de vizcaínos y turistas. «Vine por primera vez en 2018 y después he regresado cuatro veces. ¿Por qué a Bilbao? La mayoría de los urugayos tenemos ancestros vascos o gallegos, y en mi caso son vascos y me tira esto», explica Enrique, que de primer apellido es Alzugaray y de segundo Duhalde. ¿Y cómo se lo está encontrando en esta nueva visita? «Este año está un poquito complicado. Vine a finales de junio y trabajé muy bien. En julio tenía que subir y bajó, pero me voy a quedar igual hasta septiembre», asegura, encantado con «el ambiente tranquilito» tras bregar en Baleares con «el aluvión» de turistas europeos. Enrique dibuja «desde chiquito», asistió a talleres en su país y también estudió con un compatriota en Mallorca. «Un día me dije: 'Andá y dibujá en la calle, que eso te va a enseñar mejor'. La urgencia es distinta y ha sido una gran experiencia para mí: yo soy tímido, cortado, pero disfruto hablando con la gente. La caricatura se hace en cuatro minutos, pero después puedes quedarte conversando media hora o una hora y eso te aporta mucha riqueza», aclara. Su sitio favorito es este, junto al Guggenheim, cerca de la araña de Louise Bourgeois: «El Casco Viejo es para los músicos, porque la gente está de compras. Aquí vienen de paseo, más tranquilos». Además, en este tramo ha brotado una pequeña comunidad artística. Enrique cita a Carolina, la argentina que pinta sobre cristal y que hoy está ausente («nos cuidamos los sitios»), pero también a los músicos: «Los que vienen son muy buenos y dan la atmósfera. Sin músicos, esto queda como muerto».
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