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Ya a medianoche, con el aeropuerto en duermevela, sale un vuelo desde el infierno de Salónica hacia el cielo de Bilbao. El avión de los campeones ... . El polaco Tomasz Gielo aparece en la terminal con una botella de Moet Chandon en una mano y un megáfono en la otra: «Txapeldunak, txapeldunak», se arranca. Ejerce de director de orquesta: «Lalalalalalá, somos los chicos de Jaume Ponsarnau». Se le arrima Marvin Jones. Lleva de medio lado la gorra de ganadores de la FIBA Europe Cup. Y también otra botella de champán. Falta algo. Sale pitando con las zancadas de un tallo de 2,13 metros hacia la cafetería en busca de vasos de plástico. A brindar. Los aficionados del Bilbao Basket les piden autógrafos y posan con ellos, con las medallas y, claro, con la Copa. El tesoro arrancado del infierno estaba a punto de subir al avión de vuelta.
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Rabaseda, el capitán, embarca con el trofeo. «Capi, capi». El champán descorcha la alegría. «We are the Champions». Jugadores y aficionados comparten la canción y aporrean los portaequipajes. Una azafata felicita al equipo por su triunfo y el pasaje lo celebra: «Bilbao Basket». «Hoy no vais a dormir», lanza un hincha del fondo. Risas. La ronda de Moet continúa, acompañada con unas pringles y galletas Milka. Pequeños vicios.
Un día es un día, y más este. Inolvidable. Rabaseda, que tiene en su palmarés el Mundial, la Liga y la Copa, agarra una camiseta del equipo y, rotulador en mano, la pasa por el resto de la plantilla. Todos la firman. Luego, una azafata elige un número y una letra: 22 C. Al pasajero de ese asiento le toca el premio, el recuerdo de un viaje histórico. Con la cabeza apoyada en una ventanilla y los cascos puestos, Pantzar es de los más calmados. Pero no le dejan. «MVP, MVP», le apuntan.
Ha sido el jugador más valorado de la final. Saluda y sigue repasando vídeos del partido en su teléfono móvil. Marvin Jones insiste y le pregunta: «¿Dónde está la Copa?». Y sin esperar a la respuesta, él mismo dice: «Aquí y saca una botella de champán». No para. Baila, canta y bromea. Tryggvi Hlinason se suma a la fiesta y se tumba en el pasillo. Casi lo ocupa con sus 215 centímetros.
El aviso de unas turbulencias le baja la intensidad a la discoteca volante. El avión no se mueve tanto. Quizá ha sido un truco del piloto para calmar la fiesta. En cualquier caso, no tiene mucho éxito. Uno de los 'fisios' del equipo, Jon Novo, y el preparador físico, Cristian Lambrecht, inician un amago de cadeneta. Les sigue Javi Salgado, el segundo entrenador. Los aficionados rescatan una vieja tonada: «Salta la valla, Javi Salgado salta la valla…». Es una historia antigua, de cuando era jugador del Bilbao Basket y tras un partido en el Buesa Arena contra el Baskonia tuvieron que pararle porque iba a saltar una valla para enfrentarse a los hinchas alaveses que se habían metido con su hermano. Todos conocen aquel incidente y lo han convertido en un cántico.
Por el pasillo va la Copa. A posar con ella. Imagen de un logro histórico. Gielo hace de pinchadiscos. Acopla un amplificador al megáfono y suena Marc Anthony: «Vivir mi vida…». En los asientos traseros, un seguidor se ha puesto una camiseta amarilla con el nombre de Kopicki, aquel jugador que marcó una época en el Caja Bilbao, otra rama del árbol genealógico de este club.
Gielo sigue a lo suyo. Ni le ha quitado las etiquetas a la gorra conmemorativa del triunfo. «Jo ta ke, irabazi arte», anima el polaco, que trata de sacar a la improvisada pista de baile a Alí, enfrascado en una película de guerra, y a Pantza, entretenido con el tetris del móvil. De nuevo, las turbulencias, esta vez algo más evidentes, apaciguan los ánimos. «El cinturón, por favor», le pide un asistente de cabina a Cazalon. No parece que unas sacudidas vayan a intimidarle. Viene del infierno. No ha podido jugar la final porque se lesionó en la ida, pero fue el primero en saltar a la cancha griega, en solitario, para ensayar unos tiros. Los miles de hinchas helenos le cosieron a gritos. El alero francés regresa pues de un campo de batalla y de ayudar desde el banquillo a lograr el título.
El sueño de la Europe Cup estaba cumplido y sobre las dos y media de la madrugada empieza a ganar terreno el otro sueño. Buena parte del pasaje se deja vencer por una cabezada tras tantas horas de emociones. Algunos jugadores, ya encapuchados, hacen lo mismo. Han soñado despiertos en el PAOK Arena y, en ese momento, cerrar los ojos les permite revivir lo sucedido en la cancha. Los que se duermen lo hacen con una sonrisa que permanecerá para siempre en la memoria del club. Al despertar, como el dinosaurio de Monterroso, la Copa sigue ahí. Suya.
En la terminal de Vitoria, a las cuatro de la mañana, unos entusiastas chavales reciben a su equipo. Varios jugadores, con Rabaseda al mando, quieren seguir la fiesta y se suben con el trofeo a la cinta transportadora de equipajes. Se ponen a remar. La trainera de los hombres de negro vuela directa desde Salónica a la historia de oro del deporte vizcaíno.
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