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Como meterse en una pequeña habitación sin ventanas, darle una patada a un avispero y luego, acribillado, tratar de acertar con un balón en la ... canasta. Algo así sintió el Bilbao Basket en la vuelta de la final ante el PAOK en Salónica. Y aun así el Bilbao Basket hizo historia con todo en contra. Apagó el infierno griego y firmó un hazaña que permanecerá en la memoria del deporte vizcaíno. Agarró las asas candentes de la Copa de FIBA Europe Cup con la manos de hielo del noruego Frey. Héroe de un inolvidable equipo de héroes que demostraron el carácter de los campeones. El Bilbao Basket crece y merece crecer aún más. Todos saltaron a la pista y compartieron un abrazo con toda Bizkaia mientras el infierno, pese a la derrota, seguía animando a muerte a los suyos. Semejante escenario talla la gesta de club de Miribilla.
A mediodía, un grupo de seguidores del conjunto vizcaíno se fotografiaba junto a la Torre Blanca. El emblema de Salónica fue mucho tiempo una cárcel y antes de ser blanca era roja por la sangre de los ejecutados que colgaban de sus ventanas. Ahora es un imán turístico del paseo marítimo. Los hinchas bilbaínos le pidieron a un vendedor ambulante que les sacara una fotografía. Lo hizo encantado, mostró una sonrisa a la que le faltaba un diente y avisó: «No sabéis lo que os espera».
Y lo que esperaba era la locura. El PAOK Arena, la cancha enjaulada en la que caben algo más de 8.000 gargantas y a las que se suman otras 4.000 cuando, una vez iniciado el partido, se abren las puertas del pabellón. Hasta los pasillos se abarrotan. «No habéis vivido nada igual», coincidían los camareros y taxistas con los que habló este periodista. En la ciudad no había banderas del PAOK. Nada indicaba que era el día de la final de FIBA Europe Cup ni que el histórico club griego lleva casi treinta años sin títulos continentales. Toda su energía se concentró en el recinto del partido, convertido en una central nuclear, en un nudo corredizo listo para ahogar a los jugadores del Bilbao Basket.
El sonido de la final comenzó mucho antes que el partido. Los hinchas griegos iniciaron el zafarrancho de combate cuando a los equipos les quedaban dos horas para desembarcar en el pabellón -los bilbaíno escoltados por una amplio despliegue policial-. Las gradas, casi verticales, parecen un corsé, una camisa de fuerza. Miles de voces te vuelven loca la cabeza. Entonaban algo parecido al 'A por ellos, oé'. Lo que sí se entendió fue el 'Puta Bilbao' con el que recibieron a los directivos y a la prensa vizcaína. Banderas piratas aireaban un ambiente cargado, de dinamita. Ni eso aliviaba el sofoco. Los seguidores griegos no callaban. Temblaba el recinto. Los jugadores del Bilbao Basket podían sentir el terremoto desde el vestuario.
Del techo colgaban las banderas de sus títulos. Son un club orgulloso. De arriba no dejaban de volar rollos de papel de caja registradora. Centenares. Compactos. Algunos no de desenrollaban del todo y rebotaban como piedras sobre la cancha. Así, bajo esa tormenta, trató de hacer el Bilbao Basket el calentamiento. En la grada, buena parte de los hinchas helenos ya no vestían de negro. Se habían quitado la camiseta. Su uniforme era de piel. Pinturas salvajes. Al abordaje bajo la bandera del 'Jóker'. Al equipo bilbaíno le llovieron rollos al salir a jugar la final. Botaba el pabellón, que llevaba más de dos horas a todo volumen. Y luego fue aún peor. El recinto latía como si quisiera reventar. La consigna griega era cantar, gritar y silbar siempre. La afición del PAOK es la espuela del equipo, que corre acelerado por esa punzada constante. Por la megafonía sonaban temas de AC DC. Parecían baladas en un océano de ruido. Los colegiados pitaron el inicio y un diluvio de rollos blancos cubrió la pista. Lo jugadores del Bilbao Basket miraban hacia la grada. Un tifo cubrió un fondo: 'Nacido para luchar. Nunca te rindas'. Era la orden de los hinchas a sus soldados. Tras unos minutos barriendo papeles, empezó la final y subió aún más el griterío. Abrumador. Pero ni así le tembló el pulso a Frey, que anotó la primera canasta bilbaína. El nórdico señalaba el camino.
Desde la esquina alta donde estaban los seguidores vizcaínos se escuchó un leve 'Bilbao Basket'. El pabellón se encendió todavía más. Tremenda pitada. Abajo, en la cancha, a la pasión helena le respondía el coraje y el buen juego de los hombres de negro. Había final. Los chicos de Ponsarnau iban a plantar cara. Que griten y digan lo que quieran. El 24-24 del primer parcial dejó el mensaje de que el conjunto vasco hacía oídos sordos al vocerío.
La agresividad de los jugadores griegos iba en aumento y ni así lograban remontar los siete puntos que arrastraban desde la ida en Miribilla. Había un temor: que el arbitraje enmudeciera en tal ambiente y se dejara influir. Un francés, un polaco y un lituano. Los tres colegiados. Como si fuera el inicio de un chiste. Y en algunos momentos su actuación fue eso, de broma... de mal gusto. En varias jugadas actuaron a dictado del graderío. Permitieron a los helenos manejarse como en una pelea de lucha libre.
Con la garganta cosida a los pulmones, los seguidores griegos trataban de dar aliento a los suyos. El Bilbao Basket no se arrugaba. Empezaba a sentir que estaba en una noche mágica. Frey y Gielo mantenían a raya a los rivales. Los pocos aficionados bilbaínos levantaban los brazos. Manos hacia las estrellas. La esperanza crecía. Pantzar se sumó a la hazaña con un final de segundo cuarto lleno de aciertos: 39-49. Ya salían las cuentas.
Pero quedaba mucho por sufrir. La grada apretó, aunque parecía imposible, aún más. Cumplen su lema. No se rinden. Cuando su equipo se puso por delante y se vieron con el título, se desató un seísmo. Los hinchas sudaban más que los jugadores. En ese cruce de caminos, el Bilbao Basket, dio un paso adelante. Supo salir a flote en esa marea enloquecida. Mantuvo la sangre fría en medio del infierno. Se sostuvo y al fin pudo encontrar la salida de esa olla a presión. Su triunfo tiene el mérito añadido de la dificultad extrema del desafío. Los aficionados bilbaínos se dejaron notar por un momento: «Sí se puede». Y los hombres de negro pudieron. Desde la cancha y con la Copa en la mano, saludaron a su afición. Compartieron el triunfo de todos en la noche que Miribilla apagó el infierno. Y en cuanto el pabellón se vació de griegos, los hombres de negro subieron al lugar donde les coreaban sus hinchas para alzar juntos el trofeo.
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