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Hace mes y medio que el Athletic no gana un partido. Desde que superara al Alavés en San Mamés el 16 de marzo los de Valverde han perdido en el Bernabéu, han empatado contra el Villarreal y el Granada en La Catedral y han vuelto ... a caer derrotados en Madrid, esta vez en casa del Atlético, su rival en la carrera hacia la Champions League. Dos derrotas y dos empates, dos puntos de doce posibles. La peor serie de toda la temporada. Si le sumamos la final de Copa, que acabó su tiempo reglamentario con empate, el equipo suma cinco partidos consecutivos sin conocer la victoria.
Quedan todavía cinco choques para remontar el vuelo y mantener alguna expectativa de mejora en la clasificación o, como mal menor, asegurar esa quinta plaza que todos hubiéramos firmado cuando empezó el curso.
Es innegable que hubo un Athletic antes de la final y tenemos otro después de Sevilla. Aquel equipo que ganó en el campo de Las Palmas y dio buena cuenta a continuación del Alavés para encaramarse al cuarto puesto con un punto de ventaja sobre el Atlético de Madrid y a seis del Girona, tercer clasificado, está ahora a seis de los colchoneros y a trece de los catalanes. Los datos reflejan todo el terreno perdido.
Pero al margen de los resultados, lo más preocupante es el bajón general de juego y forma que ha experimentado todo el grupo. Ahora mismo, el único que mantiene un nivel similar al de antes de la final es Nico Williams. Salta a la vista. Tanto que el partido contra el Atlético de Madrid fue una búsqueda constante del pequeño de los hermanos como única solución en medio de la ausencia total de ideas.
El impacto de la Copa es indudable. Había una enorme carga emocional y el desenlace positivo generó una ola de euforia perfectamente predecible y totalmente justificada. La semana posterior se consumió en festejos que se extendieron hasta el siguiente compromiso de Liga. Como afirmaron los Williams en tono distendido en un programa de televisión proclive a las declaraciones excesivas, «casi ganamos al Villarreal borrachos». En cualquier otra tesitura, semejante afirmación hubiera desatado una tempestad; a la sombra de la Copa todo suena distinto.
Pero, una vez cerrado el capítulo de las celebraciones y superado, se supone, el impacto emocional de todo aquello, que, por cierto, sucedió hace casi un mes, es razonable volver a exigir al equipo un comportamiento profesional para lo que resta de curso. Y es aquí donde se plantea el interrogante principal a la vista de la historia reciente. Nadie sabe a ciencia cierta si el bajón en el rendimiento es solo el reflejo de la descompresión después de conseguir superar el reto de ganar por fin una final, o estamos ante una repetición de lo que ha ocurrido en las temporadas anteriores.
Tomando como referencia la jornada 29, en la que se registró la última victoria del Athletic, la comparativa de los últimos nueve partidos de las tres anteriores temporadas arroja un saldo descorazonador. De los 27 puntos en juego, el Athletic sumó 8 en la temporada anterior, 11 hace dos años y 10 en la 20-21. Si acercamos la lupa a las cinco últimas jornadas de cada una de esas temporadas, que son las que restan por disputar este año, la visión es escalofriante: el Athletic solo consiguió ganar tres de estos quince partidos, uno por curso.
A la vista de los números, no sería la peor de las noticias que el bajón que ha experimentado el equipo sea consecuencia de la Copa y sus, digamos, circunstancias accesorias. Si el asunto obedece a un patrón que se repite, estaríamos ante un problema más serio: el de un grupo incapaz de aguantar la exigencia de todo el curso. Es innegable que el estilo del Athletic obliga a un desgaste por encima de la media, pero la perspectiva ante una temporada en la que tendrá que afrontar tres competiciones, cuatro con la Supercopa, requeriría alguna corrección al respecto.
Getafe no es precisamente el mejor escenario para iniciar la reacción. El Athletic solo ha ganado en tres ocasiones a un equipo dirigido por Bordalás, y para encontrar su última victoria en el campo madrileño hay que remontarse a 2016. Los problemas físicos que están arrastrando cuatro titulares como Vivian, Yuri, Ruiz de Galarreta y Sancet tampoco colaboran a alimentar el optimismo.
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